Esa noche había prometido una “fiesta de pijamas” para Leo, aunque nunca fui a una, y no sabia exactamente como se hacían, trate de investigar un poco para poder pasar un tiempo padre e hijo.
Una vez terminada mi jornada laboral conduje hasta un centro comercial y compre muchas cosas que, según internet, se utilizaban en las pijamadas, unos tipis de indio, dulces, papas, palomitas y jugos.
Cuando llegué a casa Leo ya estaba con su pijama de dinosaurios puesta y viendo una película en su habitación con Lia, cosa que aproveché para organizar todo.
Puse su manta favorita con los dinosaurios, las palomitas y lo demás en varios bowl, un proyector en la pared, arme los dos tipis y utilice los almohadones del sofá como sillas improvisadas. Colgué alrededor las luces de navidad y deje en el suelo algunos rompecabezas y con mi fortaleza creada fui a mi habitación a ponerme una pijama.
Cuando salí de la habitación me encontré de frente con Lia, usando su pijama enteriza de unicornio y con su cabello colorido alborotado saliendo del gorro, parecía un león colorido con cuerno.
—¿Todo listo? —preguntó mirándome de arriba a abajo. Asentí con la cabeza. —¿Vas a usar esa pijama? —me miré extrañado, no había nada extraño en mi aspecto.
—Es mi pijama, es obvio.
—Un pijama aburrido como su dueño, no me extraña. —rodé los ojos. —Toma, usa este. Lo compramos especialmente para ti. —enarque una ceja cuando me paso el paquete.
—¿Qué es?
—Algo mejor que ese pedazo de tela aburrida que llamas pijama. —Se fue dejandome completamente desconcertado.
Al mirar el interior del paquete sentí morir, un pijama gigante de dinosaurio, muy parecido al de Leo, era mi talla, pero era algo que definitivamente jamás hubiera pensado usar.
Muy a mi pesar me puse el horrible pijama que Lia había dejado para mi, mientras lo hacía me repetía una y otra vez “por mi hijo”, lo hacía por él, por darle a él lo que jamás tuve, por brindarle el tiempo que jamás me brindaron, por hacer lo que siempre quise.
Cuando entre a la sala Leo estaba sentado en el piso, envuelto en su manta, con la mirada fija en la pantalla; Lía estaba acomodada en el sofá con una taza de té humeante y yo me dejé caer en un sillón a su lado.
Durante la primera media hora, las palomitas fueron el objeto de una competencia, Leo las tomaba con mano de velociraptor, metía tres o cuatro en la boca sin masticar y luego las regaba por la manta como si estuviera sembrando granos de maíz para un experimento. Lía y yo nos mirábamos de reojo, intentando no estallar en carcajadas. Hubo un momento en que Leo hizo un comentarios sobre los diálogos de los piratas en la película.
—“¡Papá, por qué tienen que hablar tan raro, parece que todos comieron arena!”—Lía dejó escapar una risita y me hizo sonreír con ganas.
Le lancé un puñado de palomitas y ella respondió arrojándome otra media taza hasta que todo termino en guerra de palomitas y papas, fue tan loco que la película pasó a segundo plano.
Después de un rato de juegos y palomitas nos dejamos caer en la alfombra, Leo se estiró, bostezó y dijo que necesitaba ir al baño. Se levantó despacito y se alejó tambaleándose hacia el pasillo. Lía bajó un poco el volumen, dejo el tazón de palomitas sobre una mesita auxiliar y me miró sonriente.
—¿Estás bien? Pareces más tranquilo de lo normal. —No supe qué responderle. Intenté fingir que todo estaba bajo control, que no había nada inusual en mis latidos, que la calma no ocultaba ninguna tensión.
—Sí, todo está bien, solo… estoy disfrutando el momento. —Ella asintió, con una sonrisa y se inclinó para rozar mi mejilla con la suya. —mi corazón parecía querer salirse de mi pecho con su cercanía.
—A mí me pasa lo mismo. Disfruto… esto. No me pidas explicaciones. —Tuve ganas de estrecharla contra mí, de mostrarle que la necesitaba cerca, pero me contuve.
Justo cuando estaba por abrazarla Leo regresó con la cara más seria que había visto en él, se sacudió las manos y se paró frente a nosotros, con la mirada fija en Lía:
—Tengo sueño, pero no quiero irme a la cama—dijo, arrimándose a donde ella estaba
—Está bien, campeón —respondió Lía, tintineando con la taza que sostenía —Puedes quedarte aquí un rato más. Pero mañana prometes levantarte temprano, ¿eh? —Leo asintió, se acomodó junto a Lía, tomó un puñado de palomitas y soltó unas palabras que nos dejaron helado, o por lo menos a mi
—Yo quiero que Lía sea mi mamá. —El mundo se congeló en ese instante.
No sé si Leo lo supo. Probablemente para él fue un comentario tan espontáneo como “¡El pirata lanzaba chispas!” o “¡La paloma comió helado!”, funcionaba en su universo de frases de un segundo, pero para mí, que lo escuché el tiempo se detuvo. Sentí mi respiración cortarse, mi cabeza se volvió un caos, y la habitación se llenó de un extraño calor. Lía y yo nos miramos de reojo, ella tragó saliva, como si el comentario tambien le afectara
En ese momento, recordé cómo, años atrás, yo había estado en un cuarto parecido, siendo un niño aterrado de que mi propia voz me traicionara y dijera algo sin pensarlo. Yo odiaba esas palabras que brotan sin aviso, y comprendí, que Leo estaba lanzando su propia bomba, lanzando su necesidad, demostrando que era lo que más quería, y en ese momento, quería que Lía, esa mujer que lo cuidaba y trataba con mucho amor que reemplazara a esa madre que él casi no conocía, que lo había dejado abandonado con un “busca a tu papá” y después había desaparecido.