Estábamos teniendo una de esas tardes tranquilas de sábado, Leo jugaba con sus dinosaurios y pintaba con marcadores sobre hojas sueltas que Lía le había traído del estudio, y ella tarareaba una canción desde la cocina mientras preparaba limonada, y yo en mi despacho con la laptop abierta, revisando algunos miles de correos que probablemente no requerían tanta atención como les estaba prestando.
Hasta que sonó el timbre.
No fue un timbrazo cualquiera, fue uno insistente, una, dos, tres veces, rápido, impaciente, parecía que alguien estuviera tocando con el puño en lugar del dedo. Me incorporé con el ceño fruncido, sentí a Leo levantar la cabeza y a Lía detener el tarareo.
—¡Yo abro! —gritó Leo desde el pasillo, pero me levanté enseguida y lo detuve con una mano.
—No, campeón, yo voy. Quédate con Lía. —Lia llegó rápidamente a mi lado y miró la puerta con cierto recelo. Tomó a Leo de los hombros y lo acercó a ella, evitando que se acercara a la puerta.
—¿Esperas a alguien? —pregunté con algo de desconfianza al ver su reacción. Ella negó lentamente, pero su expresión cambió, Fue algo rápido y sutil; los hombros se le encogieron, los labios se le tensaron y algo en su mirada se puso en alerta.
Fui hacia la puerta sin pensarlo mucho, cuando la abrí quede completamente desconcertado.
El tipo que estaba frente a mi, no era uno de esos que pasan desapercibidos. Era alto, moreno y sonrisa retorcida que daba mal augurio. Llevaba una chaqueta de cuero y unos lentes oscuros que se quitó lentamente, como si estuviera esperando que yo lo reconociera.
—¿Puedo ayudarte? —pregunté, cruzando los brazos.
—¿Adam Beaumont? —me miró de arriba a abajo.
—Sí —respondí con cautela —¿Puedo ayudarte? —cuestioné nuevamente, me molestaba la actitud de tipo malo. aunque todo en él decía que era una mala persona, era como un gangster recién salido de prisión.
—Soy Julián —dijo altivo esperando que algo en mi cambiara con sus palabras —Vine a ver a Lía. —No supe cómo reaccionar al instante.
“¿Julián?” me sonaba, estaba seguro que lo había escuchado mencionar, pero antes de que pudiera responder o tan siquiera recordar, escuché pasos rápidos detrás de mí. Lía apareció, y palideció por completo en menos de un segundo.
—No —susurró, más para ella que para nosotros —¡No puedes estar aquí! —El tipo la miró, ladeando la cabeza con una media sonrisa torcida.
—¿Así recibes a un viejo amigo? —dijo, dando un paso al frente. Automáticamente, mi instinto de protección se activó y me puse delante de Lía.
—Te pedí que no vinieras —le dijo ella en voz baja, parecía tener un nudo en la garganta tan grande que no la dejaba ni hablar.
—¿Y creíste que iba a quedarme de brazos cruzados? —soltó él con arrogancia —¡Vamos, Lía! No me hagas pasar vergüenza. —Lia dio un paso atrás, se notaba la incomodidad en su rostro.
—¿Quién eres? —interrumpí enojado, —¿Y qué quieres con ella?
Me miró otra vez, como si recién se acordara de que yo estaba allí.
—Soy Julian, su ex. Y si me disculpas tengo cosas pendientes con ella. —Ex. Esa palabra no tendría que haberme importado, pero Lía estaba temblando, literalmente, y eso me bastó.
—¿Y qué quieres con ella?¿Qué cosas pendientes?
—Hablar —dijo encogiéndose de hombros —Es un asunto entre ella y yo. Algo personal. —Ya había dado un paso hacia adentro cuando puse la mano en el marco de la puerta.
—Si es personal, llama. No llegues a irrumpir en una casa donde hay un niño.
—Mira, no estoy aquí para hacerle daño a nadie —dijo con una sonrisa forzada—. Solo quiero cerrar un ciclo.
Me reí, sin humor.
—Eso suena a la frase típica de alguien que viene a abrir heridas, no a cerrarlas.
—¿Vas a dejarme pasar o no?
—Tienes cinco segundos para marcharte —le dije, entre dientes—. Si no lo haces, llamo a seguridad. O peor, te saco yo.
—Oh, vamos —resopló —¿Tú crees que eres su salvador ahora? ¿El nuevo papá modelo? —Di un paso hacia él, con los puños cerrados. Pero Lía me agarró del brazo.
—No, por favor —susurró. —¿Qué haces aquí? —lo miro pero esa mirada lo dijo todo para mi, el miedo en sus ojos no era por nada.
—Ah, ahí estás, preciosa —dijo Julián, sonriendo de lado —Me extrañaste, ¿verdad? —Lía se quedó completamente paralizada.
—No tengo nada que hablar contigo. Vete.
—¿Eso crees? ¿Después de todo lo que compartimos? ¿Después de cómo terminaste las cosas? —Yo no entendía nada, pero la forma en que hablaba, tan llena de sarcasmo, tan insana, me heló la sangre.
—Te vas ahora —dije en seco.
—¿Y tú quién eres? ¿Su nuevo dueño?
—Soy el tipo que no te va a permitir cruzar esta puerta. Así que repito, te vas. ¡Ahora! —Julian soltó una risa burlona, pero no se movió.
—Julián, vete —le dijo —No quiero verte. No tienes nada que hacer aquí. —Él sonrió otra vez, pero esta vez la sonrisa tenía veneno.
—¿Y si te dijera que sé cosas de tu hijo? —espetó —Cosas que tú ni siquiera sabes.