Travesuras del Corazón.

18.

No sé cómo empezó exactamente, no fue una pelea, tampoco gritos, ni siquiera una discusión. Fue algo extraño, fue un silencio incómodo difícil de romper, la forma en la que Adam me miraba, me sentía extraña y asustada al tiempo.

Estábamos en la cocina, Leo ya dormía, exhausto después de su batalla épica contra el brócoli “la cual perdió con gracia” y Adam lavaba los platos mientras yo secaba, de vez en cuando me observaba de reojo, su mirada era rara, estaba acostumbrada a que me mirara con ternura, con cariño, con algo de dulzura, pero en cambio, en ese momento era como si intentara descifrar un rompecabezas, una imagen que no encajaba con la historia que se había armado en su cabeza, a la tercera vez que dejó el plato con más fuerza de la necesaria sobre la encimera, no aguanté más.

—Si tienes algo que decir, dilo de una vez —solté fastidiada al ver su actitud. Adam se giró despacio, se secó las manos con el delantal que Leo había decorado con dinosaurios verdes y me miró fijamente a los ojos.

—¿Quién es Julián? —preguntó de pronto, y ahí fue cuando el piso se me movió bajo los pies, sentí como si el aire se hubiese vuelto espeso de repente, como si tuviera que abrirme paso entre barro para poder respirar.

—Nadie. No importa.

—Sí importa —insistió él —Si alguien aparece en la puerta de mi casa gritando y tratándote como si tuviera algún derecho sobre ti, me importa, porque desde que ese tipo apareció en la entrada, no eres la misma. Miras por la ventana más de la cuenta, revisas la puerta dos veces cada noche, y hoy, hoy temblabas cuando tu celular vibró. —Dejé la taza en el fregadero, las manos me temblaban, pero no lo iba a admitir. No frente a él, no en ese momento en que sentía que empezaba a sentir que todo podría romperse si me atrevía a contar la verdad.

—Es del pasado, Adam. No tengo ganas de revolverlo. —Adam dio un paso, luego otro y antes de que pudiera evitarlo, ya lo tenía cerca, lo suficiente como para oler su loción y sentir esa calma tensa que lo envolvía siempre que se ponía serio.

—¿Te hizo daño? —preguntó, bajito.

Esa pregunta me tocó en un lugar que creía ya había sanado. Lo miré y durante un segundo se me cruzó por la mente decirle todo. Cada miedo, cada noche en la que no pude dormir tranquila, cada llamada, cada amenaza, cada manipulación, pero no pude, las palabras se quedaron atoradas en mi garganta, no podia siquiera respirar.

—Estoy bien. En realidad estoy bien, no es algo que tenga relevancia ahora mismo, y no es algo en lo que debas meterte.

—Pero te asustaste. —Adam no apartaba su mirada de mi, —Apenas viste su cara, retrocediste como si el piso se abriera bajo tus pies. ¿Por qué?

—No quiero hablar de eso —murmuré.

—Pero yo sí —dijo él, bajando la voz, —Lía, si ese hombre representa un peligro, necesito saberlo. No solo por ti, por Leo.

Quise reírme, pero no de felicidad, sino de tristeza. Porque justo él, el hombre serio, calculador, el que caminaba por la vida con los hombros rectos y la mirada firme, ahora se preocupaba por mi como nadie lo había hecho antes.

—Porque no soy tan fuerte como parezco —murmuré bajando la mirada. Adam alzó la mano, dudó, y luego me acarició el brazo, apenas con las yemas de los dedos.

—No tienes que ser fuerte todo el tiempo, Lía. No aquí. —Esas palabras me rompieron, solo un poquito pero fueron suficiente para liberarme.

—Julián fue mi pareja por tres años —comencé a contarle en voz baja, me avergonzaba demasiado —Al principio era atento, divertido, generoso, pero con el tiempo, cambió. Se volvió controlador, celoso, posesivo, me hacía sentir culpable por todo. Me gritaba por cosas tan tontas como mirar al camarero o llegar cinco minutos tarde, pero siempre terminaba pidiendo perdón, con flores, con lágrimas… y yo, estúpidamente, creía que lo hacía por amor. —Adam frunció el ceño, apretó la mandíbula y cerro sus puños a sus costados, no decía nada, pero lo sentía arder en su silencio.

»Un día, me empujó, no fue un golpe como tal, solo un empujón, pero caí, me raspé la espalda con el borde del sofá. Me lastime un poco, me hice una cortada y él, en lugar de ayudarme, me culpó. Dijo que lo estaba provocando, que yo quería que actuara así. —Hice una pausa. El nudo en mi garganta era tan grande que sentía que me iba a asfixiar. Respiré hondo antes de seguir. —Ahí entendí que si no me iba, él iba a terminar rompiéndome por completo. Así que me fui, me escondí, cambié de ciudad, de número, ce alejé de todo pero él me encontró hace poco. No sé cómo, apareció en la casa, preguntando por mí, como si nada.

—¿Te ha amenazado? —pregunto conteniendo la ira..

—No con palabras. Pero con los ojos sí. —Lo miré entonces —Y lo peor es que yo no sé si tengo fuerza para volver a enfrentarme a eso. Porque ahora no solo estoy yo. Está Leo. Y tú…

—¿Y yo qué? —Me callé

—Nada. Olvídalo.

—¿Por qué no dijiste nada?

—No le dije a nadie, me dio miedo que no me creyeran, o peor, que sí lo hicieran y no hicieran nada. Creí que no volvería a verlo nunca más.

—Hasta hoy —dijo él, casi como un susurro. Asentí con la cabeza.

—No quiero que Leo lo vea. No quiero que se acerque a él. No quiero —mi voz se quebró y no pude más que cubrirme el rostro con las manos —No quiero volver a ser esa versión rota de mí.




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