María despertó temprano aquella mañana. El apartamento estaba en calma. El silencio lo interrumpía el tenue ronquido de Ignacio que llegaba desde el sofá. Al salir de su habitación, lo encontró dormido y por primera vez en mucho tiempo, su rostro parecía relajado, libre de las sombras que normalmente lo acompañaban.
Se quedó observándolo, luchando contra el nudo que se formaba en su garganta. Había algo dolorosamente apacible en verlo así, como si su gran pena se hubiera disipado momentáneamente. Pero la idea de que todo pudiera ser efímero, la golpeó con fuerza. La posibilidad de perderlo llenó sus ojos de lágrimas, que apartó rápidamente con el dorso de la mano. No podía permitirse flaquear, tenía que ser fuerte por él.
Decidió concentrarse en preparar el desayuno. Encendió la cafetera, batió unos huevos y puso pan a tostar. Mientras cocinaba, dejó que su mente divagara en el plan para el día. Decorar el árbol de Navidad sería perfecto para conectar con Ignacio de una forma sencilla pero significativa. Después de todo, la Navidad no solo se trataba de adornos y luces, sino de crear recuerdos que nos anclaran a los momentos felices.
Con el desayuno listo, se dirigió al sofá para despertarlo, pero Ignacio ya estaba despierto, observándola con ojos soñolientos.
—Buenos días, dormilón —dijo ella con una sonrisa, tratando de ocultar su turbación por lo cerca que estaban.
—Buenos días —murmuró él, sentándose lentamente. Miró el desayuno sobre la mesa y frunció el ceño ligeramente—. ¿Todo esto es para mí?
—Para los dos, pero sírvete primero. Necesitas energías porque hoy tenemos un gran plan.
Ignacio la observo curioso, pero la deliciosa comida no le permitió oponer resistencia. Mientras desayunaban, María le explicó su idea:
—Vamos a decorar el árbol, pero con un toque especial. Quiero que hagamos nuestros propios adornos, y cada uno tendrá que representar un recuerdo importante o algo significativo. ¿Qué te parece?
Él se encogió de hombros, pero María notó un destello de interés en sus ojos.
—Supongo que puedo intentarlo. Aunque no soy muy bueno con las manualidades.
—No importa, la idea es divertirnos.
Esa tarde, cuando regresaron de comprar los materiales, María colocó una mesa en la sala con: cartulinas de colores, pegamento, tijeras, pinturas y algunos retazos de tela. Seleccionó una lista de reproducción de villancicos y sirvió dos copas de sidra para acompañar.
—Muy bien, manos a la obra —dijo mientras le tendía unas tijeras y un trozo de cartón.
Ignacio comenzó dubitativo, cortando figuras simples mientras María trabajaba con destreza en un pedazo de tela, haciendo un intento de bufanda. —Mi mamá solía tejer bufandas para nosotros cada Navidad, no teníamos mucho dinero. Decía que era importante mantenernos cálidos, por dentro y por fuera.
Ignacio asintió en silencio, pero María pudo ver que sus palabras lo habían tocado. Inspirado, tomó un pedazo de cartulina y recortó una estrella de papel dorado.
—¿Y eso qué será? —preguntó María, intrigada.
—Esta estrella representa la Navidad que pasaremos juntos. Siempre he creído que las estrellas nos conectan con las personas que nos aman y no están con nosotros... Si algún día yo no estoy cerca, quiero que recuerdes que al mirar las estrellas yo estaré para ti presente.
María asintió y se le quedó viendo, se le había formado un nudo en el pecho al escuchar aquello, sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no dejó que la emoción la dominara. En cambio, tomó un pedazo de cartón y comenzó a cortar una figura que representaba un libro.
—¿Un libro? —preguntó Ignacio, curioso.
—Sí, me recuerda a ti. Siempre me hablas de los libros que estás escribiendo, y creo que fue una de las primeras cosas que me hizo admirarte. Tu pasión por las historias.
Ignacio bajó la mirada, conmovido. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que alguien realmente valoraba algo en él, más allá de su apariencia o su humor melancólico.
Con cada adorno, compartieron recuerdos y anécdotas, riendo en algunos momentos y quedándose en silencio en otros, pero con una conexión creciente. Cuando el árbol estuvo listo, ambos se quedaron mirando su creación. Aunque no era perfecto, había algo profundamente cálido en él, como si cada adorno llevara un pedazo de sus almas.
—Es el árbol más bonito que he visto —dijo Ignacio finalmente, con una sonrisa pequeña pero genuina.
—Es porque lo hicimos juntos —respondió María, pasando el brazo por su cintura y acercándose a él con un gesto ternura, que él correspondió arropándola con sus brazos acercándola a su pecho.
Ignacio sintió algo extraño. Era como si, entre los villancicos, la sidra y los adornos, una pequeña llama hubiera empezado a arder dentro de él. Miró a María mientras ella tarareaba una canción y no pudo evitar preguntarse si las cosas serían diferentes, si lo que ella sintiera por él fuese algo más que amistad y gratitud.