Trece Días de Esperanza

Dia 5: La vida no es solo terror, también existe el romance

El lunes amaneció con un ritmo tranquilo, como si el fin de semana lleno de emociones hubiese dejado una calma serena en el aire. Ignacio despertó temprano, sorprendido por la facilidad con la que había dormido. Algo en la casa de María lo hacía sentirse a salvo, aunque no pudiera explicarlo.

María lo esperaba en la cocina, con una sonrisa y un desayuno caliente servido en la mesa.

—Buenos días, dormilón —dijo mientras le servía una taza de café.

—Buenos días —respondió Ignacio, sorprendiéndose a sí mismo con el tono relajado de su voz.

Desayunaron juntos y, aunque mantuvo su habitual silencio, María notó el destello en su mirada, algo pequeño pero significativo que le indicaba que la chispa de esperanza que había comenzado a sembrar estaba dando resultado.

Cuando llegaron al trabajo, el día transcurrió con normalidad. María le enviaba un mensaje cada tanto con algún meme o algún comentario de lo que tenía planeado para cuando salieran del trabajo: “Terminando aquí iremos al cine. No acepto un no por respuesta”. Ignacio leyó el mensaje y sonrió levemente, algo en ella hacía imposible decirle que no.

La cartelera era bastante variada y aunque él se inclinaba por una película de terror y ella por una de romance, decidieron que para ser justos, verían una de ciencia ficción. Hacía tanto tiempo que no iba al cine, que había olvidado lo agradable que se sentía el olor a palomitas y esa sensación de disfrutar de un par de horas de desconexión de la realidad con una grata compañía.

A ratos giraba a verla y le gustaba su expresión de asombro, completamente inmersa en la pantalla mientras se devoraba ansiosa las palomitas y los chocolates. Pero lo que más le había gustado fue sentir la cercanía de su cuerpo, cuando se sujetó con susto de su brazo y tras pasar el momento de tensión de la escena que la había hecho acercarse, recostó la cabeza en su hombro relajada y mantuvo el agarre de su brazo el resto de la película. El aroma de María era delicioso, le gustaba esa calidez que experimentaba junto a ella y le daba más ganas de amarla. Todo era tan fácil y divertido con ella, en los últimos días, se había sorprendido en más de una oportunidad riendo como un bobo. Estaba recordando todas esas sensaciones que la depresión le había robado sin darse cuenta.

Al regreso, recorrieron el mismo parque que estaba de camino hasta la casa, esa noche las estrellas eran más visibles a pesar de las luces de la ciudad. Se sentaron en una banca, compartiendo el silencio bajo el cielo nocturno. María rompió el momento con suavidad.

—¿Lo que dijiste el otro día sobre las estrellas…? —se quedó en silencio, sin atreverse a repetir aquello para no romper en llanto.

Ignacio levantó la vista y vio sus ojos tristes y húmedos observándolo con una súplica implícita. Sintió un escozor en el pecho y esperó unos segundos para hilar las ideas.

Giró la cabeza observando las constelaciones titilar al ritmo de su corazón y le dijo: —Era solo una idea, para que me recuerdes si en algún momento me voy…

—¿A dónde te piensas ir? —Cuestionó con la voz temblorosa, temiendo recibir la respuesta de lo que ella sabía.

—No me hagas caso, ahora estamos aquí juntos pasándola bien. ¿A dónde me iría? —Zanjó la conversación para no decirle el plan que había fraguado desde hace varios días. No quería verla triste, y también, por primera vez, sintió que las palabras de María tenían razón…Quizás había cosas buenas en su vida que había olvidado ver.

Cuando regresaron a casa, Ignacio se sentía diferente. No lo podía explicar, pero el momento que pasaron en el cine, el paseo en el parque, las luces, el algodón de azúcar y la compañía de María habían dejado una marca en él. Aquella chispa que había comenzado a encenderse ahora brillaba un poco más fuerte.

Antes de dormir, miró a María mientras ella se despedía en la puerta de su habitación.

—Gracias —dijo simplemente, pero con una sinceridad que no había mostrado antes.

María sonrió y apagó la luz del pasillo, dejando que el silencio y las estrellas hicieran el resto.




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