Trece Días de Esperanza

Día 6: Regreso del pasado

El martes transcurría con la normalidad habitual, con María aprovechando el horario de almuerzo para bromear con Ignacio y sacarle alguna sonrisa. Sin embargo, todo cambió cuando, al regresar a sus escritorios, el jefe de Ignacio lo llamó a un lado para informarle que alguien lo buscaba en la entrada de la empresa.

—¿Quién es? —preguntó, visiblemente extrañado.

—Dijo que es tu hermano —respondió el jefe, sin notar el cambio abrupto en su expresión.

La cara de Ignacio se transformó, como si una nube oscura cubriera el brillo que había comenzado a aparecer en sus ojos en los últimos días. María lo observó perpleja desde su escritorio. Ignacio siempre le había dicho que no tenía familia, que era huérfano. Entonces, ¿qué significaba esto?

Con una mezcla de sorpresa y tensión, Ignacio salió hacia la entrada. María, incapaz de contener su curiosidad y preocupación, se escabulló hacia la ventana de la cocina con una taza vacía en mano como pretexto. Desde allí, lo vio junto a un hombre de estatura similar, pero más robusto. No parecía un encuentro amigable. Ambos discutían con gestos intensos, y aunque no podía escuchar lo que decían, el lenguaje corporal era elocuente. Ignacio, visiblemente alterado, cerró la conversación abruptamente y regresó al edificio, dejando al hombre de pie en la puerta, mirando cómo se alejaba.

Cuando Ignacio regresó a su escritorio, se colocó los auriculares y encendió la computadora. Su mirada, volvió a estar opaca, cargada de esa dureza que a María le dolía ver. Con discreción, le dejó un chocolate caliente sobre la mesa, un pequeño gesto que esperaba pudiera reconfortarlo, pero él ni siquiera levantó la vista para agradecérselo. Durante el resto de la jornada, Ignacio se sumergió en su trabajo, ignorando los mensajes que María le había enviado, pues tenía apagado su celular.

Terminada la jornada, Ignacio no esperó a María como acostumbraba. Se marchó rápido, sin decir una palabra. Alarmada, María corrió tras sus pasos apurándose para alcanzarlo. Lo llamó desde atrás, pero él no la escuchaba porque llevaba los auriculares y como no se detuvo, finalmente, lo tomó del brazo.

En un reflejo, pensando que podría ser su hermano, Ignacio se sacudió bruscamente y, sin darse cuenta que era ella, la empujó. María perdió el equilibrio y cayó al suelo. Ignacio giró rápidamente al darse cuenta de lo ocurrido.

—¡María! ¿Estás bien? —preguntó, ayudándola a levantarse con evidente remordimiento.

Ella no respondió de inmediato, pero cuando logró ponerse de pie, lo abrazó con fuerza, como si temiera que se desvaneciera.

—No me hagas esto por favor —susurró con voz quebrada—. Ven conmigo esta noche, no me dejes sola.

Él quiso negarse, pero su resistencia se desmoronó ante la firmeza y la calidez de su abrazo. Finalmente, aceptó a regañadientes.

Un par de horas después, estaban sentados en un bar cercano, con copas frente a ellos. María se mostraba tranquila, pero su corazón latía con fuerza, temiendo que Ignacio volviera a encerrarse en sí mismo. Finalmente, él rompió el silencio.

—Sí tengo un hermano, pero no es realmente mi hermano —empezó, sin mirar a María directamente—. Fui adoptado cuando tenía diez años. El hombre que me adoptó ya tenía un hijo, pero nunca fui parte de ellos.

María escuchaba en silencio, sus ojos atentos y su expresión serena, alentándolo a continuar.

—Aquel hombre era un militar viudo. Lo que realmente buscaba era una niñera para su hijo biológico, no uno más. Me dieron comida, techo y estudios básicos, pero nunca amor. Cuando crecí, tuve que pagarme la universidad porque, según él, no había dinero para pagarle la universidad, más que a su verdadero hijo.

Hizo una pausa y tomó un trago largo de su copa antes de continuar, su voz cargada de amargura.

—Cuando mi “padre” envejeció, le diagnosticaron demencia senil. Durante sus episodios más críticos, se volvió más cruel que nunca. Fue entonces cuando me confesó que mi madre biológica me había dejado en un orfanato al nacer y que, unos días después, la encontraron muerta por una sobredosis. Me alejé de ellos y nunca quise buscar a la familia de esa mujer. No había sentido.

—Y… ¿Por qué te buscaba? — Consultó tratando de no ser imprudente.

—Aquel hombre falleció hace unos meses, yo no quise asistir a su velorio, ni a su entierro. Pero mi hermano…—Exhaló con molestia y corrigió. El hijo de ese hombre quiere que reciba lo que según él me corresponde como hijo y ya le dije que no quería nada. Supongo que, al no encontrarme en mi departamento, me ubicó en mi trabajo.

Una lágrima resbaló por el rostro de María mientras lo escuchaba. Sin decir nada, se acercó y lo abrazó. Ignacio, sorprendido por su gesto, tardó un momento en responder al abrazo, pero finalmente cedió.

—Eres mucho más fuerte de lo que crees, Ignacio —dijo ella con voz suave, sus palabras llenas de sinceridad.

En medio del bullicio del bar y con los efectos del alcohol suavizando las barreras entre ellos, ella se inclinó hacia él y, sin pensarlo demasiado, le plantó un beso en los labios. Ignacio, sorprendido, no supo cómo reaccionar al principio, pero luego respondió con timidez. El momento fue breve, pero cargado de una intensidad que ninguno de los dos esperaba.

Cuando el beso terminó, ambos permanecieron en silencio por un instante, mirándose a los ojos. No hacía falta decir nada. Había algo más profundo que las palabras entre ellos: una conexión que había empezado a florecer en medio del dolor y la esperanza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.