Tres de enero

02. Casi muere asfixiado

El primer error de Dick fue asumir que, tratándose de un departamento totalmente amueblado, la mudanza de Joey sería un asunto rápido y sencillo. Lo cierto es que, marcadas las cinco de la tarde, se desató en el edificio una circulación de cajas, cajas, y más cajas, que a Dick casi le dio ecofobia. Su departamento se convirtió en el hogar de un acumulador compulsivo, y resolvió no permitir que la situación se extendiera hasta el otro día. Cargándose la responsabilidad al hombro, le dedicó tres sólidas horas a desempacar y ordenar las pertenencias aparentemente inacabables de Joey. Junto a Joey, por supuesto.

El segundo error de Dick fue asumir que, tratándose de un muchacho tan flaquito y esbelto, el almuerzo recalentado y los fideos de la alacena con salsa de tomate bastarían para que ambos comieran. Por suerte, Joey desenvainó su iPhone X para encargar una pizza napolitana en menos de lo que canta un gallo. Dick lo vio hacer, sintiéndose un neandertal, pues debió reconocer para sus adentros que él jamás había encargado una pizza con su celular. De hecho, ni siquiera sabía si tendría suficiente espacio en el almacenamiento para una aplicación más. Aquel sistema le traía mil y un dudas, pero decidió callarlas. No quería verse como un viejo quejoso frente a su nuevo compañero de piso, cuestionando la fiabilidad y eficacia de los señores delivery cibernético. Además, Joey tenía pinta de haberlo usado cientos de veces. Hasta llevaba su tarjeta cargada y todo. Así que simplemente sonrió y…

—¡¿Qué?! ¡No!

La voz de Joey había escalado unas cuantas octavas y Dick se sobresaltó. Cuando lo vio, pensó que la sorpresa y desolación impresas en su cara eran dignas de ser inmortalizadas.

—¿Qué pasó? —apremió, preocupado por su… ¿eso era palidez? ¿Se le estaba bajando la presión?

Joey seguía mudo, con los ojos clavados en su celular. Dick fue hasta él y le sacudió suave el hombro.

—Oye, Joey, ¿qué pasó?

Cuando Wakefield reaccionó, lo hizo en cámara lenta. Los ojos le brillaban bajo la luz blanca de la cocina y… ¿estaba a punto de llorar? ¿En serio?

—La pizza de Lombardi… —balbuceó.

—¿Qué?

—Lombardi… no… ¡No hace envíos hasta aquí! ¿Entiendes eso? ¡No podré volver a comer mi pizza favorita! ¡Nunca jamás! ¡Esto es una calamidad!

Dick no supo si reír o abrazarlo y consolarlo. Era la primera vez que veía a un chico —qué va, a un ser humano— con el corazón roto por una pizza.

—Tranquilo, cocinemos algo, ¿te parece? Podemos… —Observó las alacenas, haciendo un paneo mental de lo que había dentro: nada sustancial—. Podemos hacer una pizza casera, ¿qué opinas? Le pediré harina y queso a Mery.

Joey se recuperó tan rápido como pretendió encargar la comida. También invirtió gran esfuerzo en convencer a Dick de dejarlo ir a pedir lo necesario a Mery. Por suerte, el muchacho no accedió y así se evitó una de las más grandes tragedias del año —seguida de cerca por Pizzas Lombardi no haciendo entregas en Brooklyn—.

El tercer error de Dick fue creer que Joey se había mostrado tan emocionado porque le entusiasmaba hacer la pizza. Ya luego hablaría con Mery sobre esto, y arribarían a una sólida conclusión: mientras más glotona es la persona, más inútil es para cocinar. Al menos, como aliciente a su favor, Joey era buena compañía. Hablaba hasta por los codos, pasaba buena música, y cuando le pedías la sal, te daba la sal y no el azúcar. ¿Acaso Dick lo estaba comparando con un niño de preescolar? Probablemente.

No hablaron de cosas realmente importantes, pero la cena le sirvió a Dick para seguir convenciéndose de que Joey era un buen chico. Un poco extravagante, pero buen chico en fin. Parecía que la convivencia no sería problemática. Además, era muy probable que no estuviera mucho tiempo en casa…

—¿Sales? —preguntó Dick luego de salir del baño, listo para ir a la cama.

Joey pasó a su lado e ingresó a la habitación, acomodando su cabello frente al espejo y perfumándose el cuello.

—Sí, iré a tomar algo con los chicos. Prometo entrar con cuidado cuando vuelva.

Dick sonrió, observando sus pintas. Pantalones blancos, mocasines lustrados, camisa y sweater color azul índigo. Parecía sacado de un pastel de bodas.

—De acuerdo, cuídate.




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