—¿Cómo te fue esta mañana con Joey? —preguntó Dick, sosteniendo la puerta del edificio para que Mery pasara.
—No entiendo qué hace estudiando una carrera de económicas, honestamente. Pero bien, dentro de lo que cabe.
Dick carcajeó apenas, llamando al ascensor antes de descolgarse la mochila de un hombro para traerla al frente y sacar las llaves.
—Podrías hacerle un pequeño descuento, no te aproveches del pobre chico.
—¿Pobre? —Mery arqueó una ceja—. Pregúntale a su celular o a su reloj de diamantes si es pobre.
—O a sus cinco maletas Chanel…
—¿Cinco trajo?
—No estoy contando las cajas.
—Ah, por Dios. Qué grano en el culo.
Dick rió, ingresando al ascensor luego de Mery y presionando el quinto botón.
—Como sea —dijo el muchacho—, que pueda pagar no significa que debería hacerlo.
Mery se encogió de hombros, observándose el cabello en el espejo.
—Es su decisión hacerlo, no mía.
Dick suspiró apenas y negó con la cabeza, llevando la vista hacia el frente. Sabía que era imposible convencerla, pero aún así se negaba a renunciar sin antes haberlo intentado.
—Al menos espero que gastarse el equivalente de nuestro sueldo en clases particulares lo ayude a salvar la materia.
—Ojalá fuera tanto.
—¿Le darás pocas clases?
—No tengo mucho tiempo libre, a diferencia de él.
Dick sonrió.
—¿Cómo puede haber tanta maldad en ese cuerpo tan pequeñito?
—Más bien tú eres enorme. —Lo vio de reojo—. Creo que tu brazo es uno de mis muslos.
—Exagerada —dijo, riendo—. Ni que fuera Vin Diesel.
—No, no. Para eso deberías pelarte.
—Y ser un pésimo actor.
—Eso ya lo eres.
El ascensor se detuvo, y ambos salieron. Mery advirtió cómo Dick la estaba mirando y suspiró bajo, sonriendo un poco.
—Acéptalo, Dick. Eres terrible mintiendo.
El muchacho lo pensó unos segundos mientras buscaba la llave correcta.
—Ahora no estoy seguro de si debería ofenderme o agradecer el cumplido.
Mery estuvo a punto de contestar cuando alguien abrió la puerta desde adentro en un parpadear. Ambos se quedaron viendo a Gipsy, sorprendidos.
—¡Al fin! —exclamó, literalmente arrastrando a Dick dentro del apartamento—. ¿Sabes cuánto tiempo te llevo esperando?
—Pero no me dijiste que venías.
—¡Sí lo hice! Le avisé a ella, porque sé que tú eres un vago que no paga la cuenta del celular.
Mery rodó los ojos al saberse involucrada en la escena. Dio un paso hacia adelante, alzó el celular en el aire, declarándose culpable, y se encogió de hombros.
—Ay, no —dijo Gipsy, indignado—. ¿Tú también? Dios, son una panda de miserables.
—Somos estudiantes universitarios —replicó Dick, quitándose la mochila y el abrigo.
—Esa no es excusa. Mira si no al muñeco de ojos bonitos.
—¿Ya lo conociste?
—Está en su habitación hablando como loco desde hace rato. Le explotará el celular en el oído si sigue así.
Al oír su mención, Mery supo que era su momento de retirarse. Ese chico parecía… captar su presencia incluso a la distancia y arreglárselas para importunarla en cualquier momento del día. Luego de una larga jornada de trabajo, lo único que quería era hacerse la cena, darse un baño, discutir con Berta y dormir como un tronco. Pero desde que Joey se había mudado con Dick, las cosas no le salían como deseaba.
—Ah, Dick. Llegaste. ¡Mery! Espera ahí, tengo algo importante que decirles. Oh, ¡hola! ¿Quién eres?
Dick y Mery se miraron entre sí mientras Gipsy hacía una mueca y se esforzaba por no reír.
—Gipsy… —murmuró Dick—. ¿Usaste la llave vieja?
—¿Qué te digo, D? Es tu culpa por no cambiar la cerradura.