Tres Guerras

11: Rebelión

Una sombra recorrió el tejado de alguna casa del distrito IX. Un chico con un traje negro, cara cubierta, un delgado cinturón y lanza dardos en las muñecas aterrizó en el siguiente techo. El último de los malasangres no había quedado tan lejos.

No.

Otro de ellos salió de detrás de un enorme aparato en el techo, intentando taclearlo. Ezra Saucedo no se rendía así de fácil.

Claro, tuvo una enorme caída cuando su ex mejor amigo le arrebató de las manos a la chica de sus sueños, estando a nada de dar el paso final y conquistarla. Al final, Ezra decidió dejar eso de lado cuando al fin entró a la preparatoria.

Ezra disparó un dardo al hombro del malasangre sin poder apuntarle siquiera. Quedó dormido apenas algunos segundos después de recibir el dardo en la piel. Ezra se incorporó. Se le había perdido el otro, el último de ellos.

Con el rabillo del ojo, lo vio tirar su chaqueta roja mientras entraba por una puerta de servicio al exterior de un local. Ezra no perdió tiempo y saltó por un par de muros y barras de metal entre los edificios hasta llegar al suelo.

El lugar lucía un poco sucio, aunque en realidad, todo el distrito IX apestaba a aceite y grasa. Ezra entró a lo que parecía ser un bar promedio en la ciudad. El dueño estaba detrás de una mediocre y apestosa barra de bebidas, intentando sacarle brillo a una jarra de vidrio opaca y negra. En cuanto lo vio, el dueño dejó de fregar la jarra.

— ¿Qué le decimos a la aurora? - Preguntó.

Ezra retrocedió inconscientemente un paso.

— Respuesta equivocada.

El dueño sacó una pistola idéntica a la de la policía y le apuntó a Ezra, quien justo después de apartarse disparó otro dardo de su muñequera. El dueño cayó al suelo tras un limpio impacto en su cuello.

Tres hombres del bar sacaron sus navajas y comenzaron a rodear a Ezra. Ezra pateó a uno de ellos y disparó su dardo contra el segundo. Cuando el primero volvió a acercarse, el tercero exclamó fuerte y claro:

— Esperamos por un nuevo amanecer.

— Y pelearemos por el Alba - Completó Ezra.

Entre los dos golpearon un poco al hombre que no estaba sedado y el otro Alba Dorada lo hizo hablar.

— ¿Quién eres?

— Me llaman Payaso.

— ¿Quincunce?

Payaso asintió. Muerto lo levantó solamente para arrojarlo contra una mesa justo después.

— ¿Sabías que esta es una guarida Quincunce?

Ezra negó.

— Yo tampoco lo sabía hasta hace una hora niño. La usan para lavar dinero, como verás, en realidad aquí no hay ni una pizca de alcohol que esté en condiciones de venta.

— ¿Para qué lavarían dinero los Quincunces?

— ¿Cómo crees que ganan tanto dinero? ¿No es obvio? Trafican drogas y usan a varios malasangres para repartirla en la Zona 2. ¿Sabes cuántos niños usan para venderlas y transportarlas? Los malasangres son mi gente ahora y yo debo cuidar de mi gente.

Ezra asintió, un poco desorientado.

— Disculpa, ¿Quién eres?

— Todos me dicen el Muerto.

— Bueno Muerto, creo que es hora de que nos vayamos.

— Vete tú. Creo que tengo que arreglar todavía un par de cositas.

Ezra asintió.

— Por cierto. Tienes mucho valor para pasearte así por la ciudad. Si te toparas con Quincunces a diario, probablemente ya no estarías vivo.

— Tomaré tu consejo Muerto.

        


Ezra Saucedo aterrizó en la parte trasera del colegio. Realmente le encantaba hacer eso, aunque a Carol Cassidy no le hacía gracia alguna tener que ahogar sus gritos.

— Rápido, debo de ocultar el traje.

Carol abrió una maleta para equipo deportivo y Ezra se desvistió, quedando con un pequeño short y una camiseta negros sin mangas puestos. Se puso el uniforme escolar y cerró la maleta.

— ¿Hubo resultados? No habrás estado saltando por los techos de la ciudad sólo porque sí, ¿Verdad?
— No, no, esta vez tengo algo. Logré rastrear el camino a una casa de seguridad en el distrito IX. Había varios matones del Quincunce, pero también vi algo peor.

— ¿Qué cosa?

— Malasangres. Muerte Dorada dijo que se encargaría de los malasangres, pero no ha informado nada al cónclave.

Carol Cassidy pensó con detenimiento. Desde que Ezra la reclutó, su vida sin duda se había vuelto mucho más interesante, pese a tener que ocultarle la verdad a su novio para poder protegerlo y porque eso implicaba cubrir a Saucedo en sus idas y venidas del colegio al resto de la ciudad.

Saucedo sacó un mapa de la ciudad con varios tachones. Carol tachó el área del mapa que abarcaba el distrito de IX. Quedaban pocos distritos por revisar, sin embargo, era difícil ir tan lejos estando en horario escolar. Saucedo no podía arriesgarse a irse tanto tiempo y Carol no podía cubrirlo todo el tiempo.

— Será otro día – Sonrió Saucedo.

Carol se separó dé el y regresó a clases. Ezra solía ir a entrenar al campo de deportes después de la escuela, mientras ella volvía a casa.

Ezra abrió su maleta y encontró una cajita decorada a mano con su nombre manuscrito con tinta. Carol le había dejado una cajita. La abrió y sacó de ella un pequeño anillo. Por último, leyó la inscripción de la nota en la cajita:

"Para mi amigo, el nuevo hombre araña. Con mucho amor:

~ Carol Cassidy"

        

Claude decidió investigar después de las amenazas de Arthur. No podía estar enviándolo Elías, Elías detestaba a Arthur y jamás lo llamaría para un trabajo como ese.

Cuando tuvo tiempo, pudo robar información de los planes de Zeta, pero lo que vio no lo reconfortó. Cinco memorias USB repartidas por toda la ciudad. Cada dos semanas cambiaban de sitio por si alguien intentaba robarlas. 

Claude no sabía qué hacer. Si el contenido de esas cosas era revelado, él podía darse por muerto. Dependía de Zeta para estar seguro, pero al mismo tiempo Zeta era la razón por la que él no estaba seguro nunca.




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