Tu abandono…, mi venganza

Prólogo

PERSONAJES:

Jazmine

 

La luz del sol en mis ojos me despertó. Los froté un poco, aturdida. Nunca olvidaré ese tono rojizo que se mantuvo en mi mirada por unos minutos. Los apreté y volví a mirar.

«¿Dónde estoy?», me pregunté.

No reconocí el lugar. Estaba mareada, como si hubiese bebido de más, aunque jamás había estado borracha antes, supuse que esa sería la sensación.

Me senté en el borde de la pequeña cama donde desperté. Era extraño, el sitio era rústico, sin embargo, las sábanas eran finas, muy finas, y mi almohada estaba rellena con plumas. Jamás había tenido una de esas, pero las reconocía porque así eran las que vestí por años en las camas de los patrones. Recuerdo haber pensado en que eso era extraño.

Miré a mi alrededor. Las paredes tenían un acabado muy rudimentario, como si las hubiesen hecho con apuro o desinterés, y tenían un raro color azul marino, de esos que se usan para los exteriores, no para llenar de oscuridad el interior de una casa.

El polvo cubría todo, cada hendidura, cada cosa. Me levanté y giré una circunferencia completa, observando. Parecía que allí el tiempo se había detenido. Un teléfono de cobre, de esos que salían en las películas. Plantas secas pendían del techo. Una bombilla sin lámpara colgaba de un cable negro y se balanceaba con el viento que entraba por la ventana. Un cuadro con una foto en blanco y negro de quien sabe qué señor. Una ventana cuadrada y pequeña, con unas puertecillas de madera, como si fueran de cuento, y unas rejas hacia el exterior.

Me asomé y solo había malezas altas que no dejaban ver más allá de unos metros. Parecía un lugar abandonado, desatendido. Esa sensación se sentía en el aire, me pareció estar respirando olvido, casi lo podía determinar, el olor del olvido, era real y así olía esa casa.

Me agarré la cabeza, me dolía. Traté de comprender qué hacía allí, por qué estaba allí. Recordé el té que mamá me dio para las náuseas, me dio mucho sueño y ahora despertaba.

«¿Qué está pasando?», me pregunté.

En ese instante lo comprendí vagamente. Me sacaron de mi casa, y me habían traído aquí, pero… ¿Qué lugar era este? Jamás lo había visto. No lo reconocía.

Escuché un sonido detrás de la puerta y salté del susto. El corazón se me aceleró de pura incertidumbre. Y esta vez… Sí, sentí miedo, preguntándome si habría unos violadores del otro lado o gente malvada.

Empecé a tener más claros mis sentidos y pensamientos y, por supuesto, comencé a sentir terror. La respiración se me aceleró. Abrí apenas la puerta y me asomé rogándole a Dios en pensamientos que no rechinaran las bisagras, pero no se veía nada ni nadie.

Me impresionó ver otra reja detrás de la puerta. Miré la ventana enrejada, volví a fijarme en los barrotes ante la puerta y lo comprendí… Estaba encerrada, presa.

Cubrí mi boca con una mano temblorosa, ahogando mis ganas de llorar, sintiendo pavor del encierro. Preguntándome si estaba sola allí, aislada, si me moriría olvidada.

«¿Por qué? ¿Qué hago aquí?… ¡Mamá!», Grité en pensamientos. Apreté mis párpados y corrieron las lágrimas.

—¿Te despertaste, niña? Buen día. Me llamo Cándida —dijo una anciana encorvada que se asomó por los barrotes de mi puerta.

—¿Quién es usted? —pregunté inquieta, retrocediendo hasta que mi espalda dio con la pared de la ventana.

Había un tarro empolvado de vidrio que tenía un par de pinceles, lo tomé y lo azoté contra la pared. Sostuve con mi mano el pedazo más grande de vidrio que noté en el suelo, se lo mostré y lo azoté en el aire amenazante.

—¿Qué hago yo aquí? No entre porque la voy a matar. ¡Dígame! ¿Qué hago aquí?

La anciana ladeó una sonrisa. No había maldad en esos ojos arrugados.

—Cálmate, muchacha. Aquí solo estamos tú y yo. No tengas miedo. Mírame… —dijo señalando su avejentado vestido de flores—. ¿Qué te puedo hacer?

—¿Por qué estoy aquí? ¿Qué es este lugar? Dígame, por favor. —Se me quebró la voz, estaba nerviosa y con una presión en el pecho que me ahogaba.

—Este lugar es nuestra cárcel, niña. No podemos salir de aquí. Yo tengo la llave de tu habitación, pero de nada más. No puedo abrir la casa para irnos. Si este lugar se incendia, estamos atrapadas y moriríamos juntas. No tengo cómo salir ni puedo ayudarte a escapar.

—Pero… No entiendo… ¿Por qué la tienen encerrada aquí? ¿Y a mí? ¿Qué hicimos?

—¿Yo?… Yo no hice nada, tal vez… nacer pobre. —Sonrió—. Eso fue lo único que hice. Estoy encerrada aquí para cuidarte. Solo para eso. Ahora bien, tú… Me parece que esa es otra historia.

—¿Cómo que ser pobre? ¿Qué otra historia? ¿De qué habla? —No entendía nada.

—Te estoy diciendo la verdad con claridad, mija, para que no te asustes. Te trajeron, no sé por qué razón, y yo debo cuidarte. Me contrataron para vivir encerrada contigo aquí. No tengo llave de ninguna puerta, excepto la de tu habitación.

—¿Cómo acepta vivir encerrada conmigo? ¿Está loca? —pregunté con las manos en la cabeza, confundida.




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