Conrad
Al día siguiente, al fin, había llegado la hora de la reunión de mi padre con Mario Bicandi. Estaba un poco ansioso de escuchar qué se les había ocurrido para resolver la abrupta caída de las ganancias.
Entré al despacho de papá y lo encontré sentado en su fino sillón, detrás de aquel escritorio de colección hecho en madera de ébano que databa del siglo XVI. Una de las últimas piezas en la que los Médici ejercieron el cargo de mecenas. Su despacho exhibía libreros tallados, cargados de letras y costosas obras de arte, una mezcla perfecta entre una elegante exhibición de museo y una biblioteca de buen gusto.
Don Mario Bicandi estaba sentado frente a su escritorio y me saludó:
—¿Cómo estás, Conrad? Me alegra saber que te nos unes en esta lucha por mantener nuestras raíces.
Estreché la mano con ambos y me senté en la silla que quedaba libre frente a papá.
—Los Saylor dejarán definitivamente el gremio ranchero —comentó mi padre.
—Yo no dejaré nada. Esos son unos cobardes que no saben dar pelea —replicó el señor Bicandi—. Cambiar de rubro es rendirse y somos familias de trascendencia ganadera. No nos dejaremos vencer.
—Los Saylor no son ningunos cobardes, si me permite, don Mario —respondí con propiedad—. Al menos en mi opinión. Aceptar que se necesitan cambios y reconocer el momento preciso para hacerlos, mas que cobardía, puede ser sabiduría.
—No, muchacho. No. Colin, no me digas que trajiste a tu hijo menor para que nos dijera este montón de tonterías.
Intervine con rapidez, antes de que hablara mi padre.
—Puedo parecerle un muchacho, pero soy un profesional capaz de reconocer que el mundo está cambiando más rápido de lo que ustedes han podido asimilar. Me pediste ayuda, papá. Me pediste mi opinión y es esta: Vengo a sugerirte que cambiemos de rubro. Reconocer cuando las cosas deben cambiar es de valientes también —argumenté con seguridad—. Ahora tenemos capital para hacerlo, después… Después puede que sea demasiado tarde.
—Hijo… Mario tiene razón. Toda nuestra vida hemos sido ganaderos y moriremos siéndolo. Es un oficio que ha pasado de generación en generación, sería deshonroso dejarlo como si nada. Yo no podría. Creo que tu abuelo saldría de la tumba si hiciéramos algo así.
—Deshonroso será declararte en bancarrota, papá; y tener que vender todo lo que tienes para pagar deudas. Eso sí que será humillante. Estoy intentando protegerte de eso. ¿No es de cobardes también tenerle miedo al cambio?
—A ver, muchacho… ¿Y qué haríamos? —preguntó el señor Bicandi.
—Entrar como accionistas en empresas de telecomunicaciones. Me refiero a la telefonía celular.
—¿Teléfonos? —Y carcajeó mi padre.
—Además, quiero crear una empresa de inversión de capital. No solo apoyaremos nuevos proyectos, sino que sus ganancias también serán nuestras.
—¿Inversión de capital? ¿Nuestro capital? ¡Estás loco, muchacho! —Se apresuró a decir don Mario—. Yo no dejaré mi dinero en manos de nadie. No cuenten conmigo.
—Bien… Y ¿qué tienen pensado para no terminar estrellados en el fondo del pozo? —pregunté con curiosidad. Conocía a este par de tercos viejos rancheros.
—Queremos reunirnos con los rancheros de Nevada y ofrecerles algo, negociar. A ver si logramos alejar sus productos de nuestro estado —replicó don Mario.
—¿Y qué les hace pensar que ellos harán lo que ustedes piden? La gente no llega a ese nivel de fuerza de producción por arte de magia. Algo tuvieron que haber hecho, algo nuevo —comenté.
—Ellos nos tendrán que escuchar y no les quedará más que acatar nuestra petición, porque si no esto se pondrá color de hormiga —dijo mi padre, y casi no podía creer lo que escuchaba.
—¿Esta es su solución si ellos no hacen lo que ustedes quieren? ¿Amenazarlos? —pregunté impresionado—. ¿En qué siglo consideran que están? Ya las cosas no se manejan como solían hacerlo. Se están olvidando de que esos Balderas–Salvador, probablemente, son rancheros empecinados igual que ustedes y con una ascendencia ganadera por igual. ¿Por qué tendrían que ceder ellos y no nosotros? ¿Y qué les hace pensar que si cumplen su amenaza, ganaremos? Considero que deberían conocer mejor a su enemigo o se pueden llevar una sorpresa. ¿Siquiera averiguaron el porqué de su éxito?
—¿Qué tanto pudieron haber hecho? Son rancheros iguales que nosotros. Claro que los conoceremos. Iremos hasta su rancho a conversar esta situación y dejarles claro que no cederemos.
—No entiendo para qué me invitaron a esta reunión si ya tenían planeado lo que iban a hacer. ¿Qué querían, que les aplaudiera? —dije enojado. Sentía que hacían perder el tiempo.
—No nos hables así, muchacho. Respeta a tu padre.
—No estoy de acuerdo, papá. Quiero que lo sepan y que conmigo no cuentan para nada de esto —dije comenzando a retirarme, pero sin aviso, mi madre entró al despacho.
—Conrad, ¡qué bueno estás aquí! Quiero aprovechar para invitarlos a cenar este viernes, Mario. A ti, a Marisol y a Mary por supuesto. Tendremos una deliciosa cena Carter-Bicandi, como siempre ha sido.
#924 en Novela contemporánea
#4217 en Novela romántica
#1207 en Chick lit
diferencia de edad, diferencia de clases, chica virgen embarazada
Editado: 13.09.2023