Tu abandono…, mi venganza

Capítulo 9

Jazmín

 

Al escuchar a la madre de Conrad, fue como si me trajeran de vuelta a la tierra de golpe. Por unos días floté de ilusión, pero mi mamá tenía razón, y yo siempre lo supe. Por instantes soñé con algo irreal, con imposibles que, a pesar de ser graves, sonaban bien. Conocía la realidad, como funcionaba la rueda de la vida y el sistema, lo había leído a través de páginas y páginas de historia, y no era tonta. La gravedad en ese sitio parecía más grande que en cualquier lugar del planeta, respiraba pesadez y solo deseaba salir de allí.

Mientras cerraba las dos puertas del comedor, me encontré con los ojos de Conrad. Eran tan preciosos esos ojos claros, transmitían tanto, y gritaron algo sin palabras, pero yo solo quería que se callara, detenerlos y que no me hablaran, pero cómo podría si deseaba escucharlo.

Cerré mis ojos y recordé el roce de sus labios en mi oreja, la tibieza de su piel. Ya me habían tocado otros chicos, no obstante, con solo el roce de su aliento, me hizo vibrar. Lo miré de lejos… Quizá respondí en silencio también. No sé. Sentí que mi pecho se recogió, abrazando una tristeza que ni siquiera entendía; y comprendí que así se sentía la desilusión, tenía que ser eso.

Continué con paso seguro hasta la cocina, entré y me encontré con la mirada de mi madre.

—¿Qué pasó, Jaz? ¿Estás bien? —indagó preocupada. Me conocía.

—Todo está bien, mamá. ¿Por qué? —Escondí detrás de esa sencilla pregunta todo lo que me afligía, el encuentro con la verdad.

Mamá se acercó y acunó mi rostro entre sus manos.

—Miraste al joven Conrad, aunque te dije que no lo hicieras —Asentí y mis ojos se pusieron llorosos. La frase de mi mamá me abrió el pecho, me dejó expuesta—. Te diste cuenta de la realidad…

Fruncí el entrecejo.

«¿Cómo puede leerme el pensamiento?», me pregunté. Era mi madre y algo me decía que ella sabía suficiente de desilusión y desamor.

—Hija… Necesitas darles el lugar real a las cosas. Estas personas viven de apariencias, y jamás antepondrán los sentimientos reales a su posición. Viven una vida perfecta en apariencia, pero detrás pueden sentir mucha soledad, y sufrir los resultados de egoísmo. Es mejor que des cuenta ahora.

—¿Quién puede querer vivir así, mamá?

Ladeó una sonrisa mi madre. Me rodeó con un brazo y me llevó de nuevo al cuarto de lavado.

—No puedes decirle esto a nadie. A la señora Coral nada le falta, todo lo que quiso y soñó, lo ha conseguido. Sin embargo, hace una década intentó suicidarse dos veces.

—¿En serio? —indagué incrédula.

—Ni siquiera sus hijos lo saben, solo el señor y yo. No te imaginas las veces que la he sacado de la tina con la piel arrugada por el remojo, y alma arrugada de tristeza. Es tan infeliz.

Quedé atónita al escuchar aquello. Como si comprendiera que muchas dolencias de la vida no discriminaban clases sociales.

—Yo no tengo nada, ella pareciera tenerlo todo, no obstante, siento lástima por ella. Soy su única amiga, y a la vez… No lo soy. La señora Carol jamás admitirá que lo somos, pero sus secretos son míos también.

—Conrad jamás admitirá sentir algo por mí… ¿Eso tratas de decirme?

—No, hija. Él lo sentirá, y tú también. Lo sentirán. Eso no lo dudes, pero… De allí a que salga a la luz, es otra cosa.

Mamá me abrazó. Jamás me había hablado así, con el corazón tan abierto, como si no escondiera nada, con el alma desnuda. Percibí tanto, mi mamá era una mujer que entregaba y que no recibía lo mismo a cambio. Sin duda conocía el amor sentido que terminaba escondido y solo.

—No quiero que sientas esto que yo siento —Se puso la mano en el pecho, sus ojos se cargaron—. Esto que yo siento, Jazmín… No lo quiero para ti. Por eso yo… Yo… He sido dura contigo. Quiero que entiendas, que veas lo que yo puedo ver.

—Mamá… Mi vida quizá no sea como la tuya.

—No lo será, hijita. Confío en eso. —Tragó, como si engullera el llanto y sonrió.

Esa noche amé más a mamá, y jamás la pude ver del mismo modo.

La cena terminó y recogimos todo como solíamos, dejando la cocina reluciente y perfumada. El cielo tronó y comenzó a llover. Corrimos a la casa de servicio entre risas, cubriéndonos. Mi hermana me tomó de una mano y mamá de la otra, éramos lo que quedaba de una familia de cinco.

Al acostarme, todavía estaba alterada de todo lo que había visto y descubierto. Vi cómo Jacqueline se levantó, estaba vestida todavía. Creyó que yo dormía, pero al sentirla, me senté de golpe, asustándola.

—Jacqueline… ¿A dónde vas?

Ella sonrió y, con su dedo sobre los labios, hizo un bajo “Shhh”. Se sentó en mi cama y susurró:

—Me estoy viendo con alguien, hermana.

Abrí mis ojos ampliamente, sonreí. Al fin mi hermana lucía ilusionada.

—¿Con quién? —Pensé en Caleb.

—Ya no eres una niña, Jaz, y por eso te lo diré. El tiempo pasa volando. Estoy saliendo con Hugo, el capataz.




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