Tu abandono…, mi venganza

Capítulo 10.1

Jazmín

 

Al culminar aquel deleitable beso, Conrad esbozó una amplia sonrisa y me dijo:

—Tienes que dejar de estar viniendo para acá. No es necesario que hagas esto, Jaz. Venir en medio de la noche, para que yo te vea y venga a buscarte.

Le entregué una expresión de asombro. No podía creer lo que acababa de decir.

«¿Qué-se-cree?», pensé impresionada.

—Yo siempre vengo aquí a escribir. Puedes preguntarle a cualquier trabajador del rancho. Tú te fuiste por años; yo no, Conrad. A veces eres insoportable, ¿sabías? Y me parece que nadie te lo ha dicho.

—Admítelo… —dijo mientras me mantenía abrazada, para luego dejar un breve beso sobre mis labios—. Vienes aquí con la esperanza de que te siga y estemos solos.

—¡Ja! —No pude evitar reír—. Lo único que voy a admitir es que me haces reír cuando comienzas a creerte la gran cosa.

Él me abrazó, metió su rostro en mi cuello, pude sentirlo sonreír con sus labios sobre mi piel y me hizo cosquillas.

—Debo irme. Es tarde y hace frío. Vamos a terminar resfriados si seguimos bajo la lluvia.

Intenté alejarme, pero él me atrajo de nuevo entre sus brazos con fuerza.

—¿Cuándo te volveré a ver? ¿Cuándo te volveré a besar? —Rozó sus labios con los míos al preguntar.

—No sé, señor irresistible. Quizá vuelva a venir aquí esperando a que me persigas. —Carcajeamos—. Porque según tú, tengo todo esto fríamente planeado.

—Si algo he aprendido sobre las mujeres, es que ustedes mueven hilos en la vida que nosotros ni siquiera alcanzamos a ver.

—Pues… La historia podría darte la razón.

—Son mucho más astutas de lo que aparentan. Hay que tenerles cuidado.

—Bien, Conrad —Pasé mis manos sobre ese pecho tibio y desnudo que miré, que sentí—. Entonces nos veremos cuando todos mis planes para estar a solas contigo se cumplan, porque paso todo el día pensando en cómo atraparte. ¡Tonto engreído! —Besé sus labios con rapidez y lo dejé solo bajo la lluvia, porque me alejé con paso apresurado. Volteé a mirarlo. Él sonreía, puso su mano sobre su boca y me lanzó un beso.

 

 

Conrad

Miré a Jazmín alejarse. Aquella bata de dormir mojada se acoplaba a su figura de bailarina. No sabía si se había percatado, pero yo recordaba cada detalle de ella, sus firmes y torneadas piernas, su cintura pequeña, sus manos delicadas, sus dientes y labios carnosos, su piel y esos bonitos ojos grandes. Suspiré al verla empequeñecerse a la distancia. Era hermosa y dulce, era… única. Y allí estaba, de pie, en medio de la nada, empapado por una lluvia que no cesaba, a medio vestir, excitado, y seguro de que jamás podría sacármela de la cabeza.

 

 

Abrí los ojos a la hora acostumbrada al amanecer. La rutina del internado se me había colado donde se suelen guardar las costumbres, y despertaba a la misma hora sin tener reloj. No obstante, al abrir los ojos, lo primero que vino a mi mente fue Jazmín sonriente, y eso sí era nuevo. Los cerré y rememoré nuestro encuentro como un adolescente que besa por primera vez, preguntándome cuándo la volvería a ver.

Bajé a desayunar. Sin falta, allí estaba Jacqueline y otra chica del servicio. Saludé a mamá con un beso en la mejilla y a Caleb con un manotazo. Papá siempre se mantenía sumergido en su periódico sin prestarnos atención. Era una imagen de mi familia en el comedor que guardaba desde niño, y doce años después, sigue siendo la misma. Me senté y tomé uno de los croissants de Constanza con sabor a gloria que se deshizo en mi boca.

—Caleb, Conrad, necesito ayuda en un asunto de importancia para nuestra fundación Mujeres de Élite y Caridad. —Mamá nos sorprendió con esa petición.

Caleb la miró confundido. Yo fruncí el entrecejo a la espera de lo que nos pediría que, conociendo a mamá, sería algo bueno para ella y no tan bueno para nosotros.

—Élite y caridad, el solo nombre suena a contradicción, mamá. —No pude evitar sonreír—. Pueden llamarse solo “mujeres caritativas”, o qué sé yo.

—Eso es lo que somos, hijo, mujeres de élite y caridad. El nombre de nuestra fundación es perfecto.

—¿De qué se trata, mamá? —indagó mi hermano con desgano.

—Bueno… Saben que anualmente ofrecemos este desayuno al que asisten todas las damas de la alta sociedad de la zona, con el fin de recaudar fondos para la escuela de niños ciegos. El servicio se vende a un precio muy por encima de lo que cuesta y, además, hacemos actividades, sorteos y cosas así.

—Y… ¿Qué tiene que ver eso con nosotros? —pregunté.

—Bueno… Se rifarán desayunos con hombres como ustedes.

—¿Cómo nosotros? —preguntamos al unísono mi hermano y yo, después de mirarnos.

—Ya saben… Solteros, buenos partidos. —Mamá nos señaló con su tenedor a cada uno.




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