Mary Bicandi
Tocaron a mi puerta temprano. La criada me informó que me llamaban por teléfono. Jamás fui tempranera, tenía mis propios tiempos para todo, y en casa lo sabían, por eso no me molestaban. Me senté con flojera, frote mis ojos, me estiré, mas cuando me informaron que era de la señora Carol Carter, me sentí sorprendida, porque jamás me llamaba. Me apresuré a salir de la cama, tomé mi bata de seda que colgaba de un bonito perchero y salí apresurada. Aclaré mi garganta, no quería sonar como una recién levantada, y atendí con mi voz bien colocada:
—Buen día, Carol. Qué sorpresa…
—Buen día, Mary. ¿Cómo estás? Me disculpo por llamarte tan temprano, pero si no lo hago ahora, con tanto por hacer hoy, lo olvidaré luego.
—No te preocupes. Puedes llamar a la hora que desees. —Mentí.
—Te tengo una gran noticia —comentó y sonaba entusiasmada—. Nuestra fundación… Ya sabes, donde estoy con tu madre; ofrecerá el desayuno anual para recaudar fondos. ¿Lo recuerdas?
—Por supuesto, jamás he faltado a alguno.
—Lo sé, lo sé. Rifaremos un desayuno para dos, y mis hijos participarán. Me gustaría que desayunaras con Conrad, si te parece buena idea —sugirió ocurrente.
Quedé perpleja. Esto no podía ser mejor. La suegri me ayudaría con mi Conrad. No había querido ni pensar en la cena de la noche anterior. Era claro que yo no le interesaba a él y, para completar, fue bastante obvia la ilusión que mostró con la sirvienta de los dulces. Eso lo sentí como un golpe bajo, ¿qué podía tener esa arrastrada que no tuviera yo? Sin embargo, contar con la ayuda de Carol Carter, era un gran punto a mi favor, por lo que no tardé en aceptar.
—Lo haría encantada. De hecho, ya compré un número. Pero si es una rifa, cómo te asegurarás de que desayunaré con él.
—Tú déjame eso a mí, querida. Preocúpate nada más de ponerte bella y asistir. Ese número que compraste dáselo a alguna de tus amigas, a ver si tengo suerte con Caleb y se enamora también. Esos hijos míos como que no se quieren casar.
—Cuenta con eso, Carol. Supongo que guardarás el número ganador y me lo entregarás allá, ¿no? —Tenía que asegurarme de que todo funcionara.
—Claro, linda. No te preocupes por nada, que yo me encargo de todo. Te recomiendo que pases con más regularidad por acá para saludar a Conrad. Cuando se enfoque más en los proyectos que tiene con Noah, te aseguro que no tendrá mucho tiempo. Relaciónate más con él, Mary, invítalo a salir, a caminar por el jardín. Hazte presente, niña, y marca territorio. Hay que comportarse como alfa en este mundo.
—Así lo haré —dije sonriendo—. Es más, voy para allá, si te parece bien.
—Por supuesto. Eres siempre bienvenida.
Colgué el teléfono y me sentí emocionada. Conrad siempre fue el amor de mi vida. Era decidido, de carácter fuerte, sexi y varonil, rico y guapo. ¿Qué más podía pedir? Ahora contaba con el apoyo de Carol Carter, por lo que me preparé para salir.
No obstante, no dejaría nada al azar. Así que antes, pasaría a visitar a Noah, y unos veinte minutos después, entré con mi auto al bonito rancho de los Saylor. No vivíamos muy lejos, por eso crecimos haciendo todo juntos.
Él me recibió en el despacho de su padre con un beso en la mejilla y ofreciéndome una fresca bebida para aquella calurosa mañana de verano.
Lo miré con detenimiento, Noah parecía ser como el buen vino, mejoraba con el tiempo.
—Te ves mejor que nunca, Noah, atractivo, imponente. Luces como todo un hombre de negocios —comente, mientras me sentaba. Él sonrió—. Sin duda, sé que serás un buen sucesor de tu padre.
La adulación era el idioma favorito entre nuestra gente, y yo lograba maravillas con ella.
—Pues sí, aunque lo digas en broma… Lo seré —afirmó él.
—No lo digo en broma. Hablo en serio.
—Sí, como digas, Mary. —Él me conocía—. Noah… Iré al grano, porque no quiero hacerte perder tiempo, necesito tu ayuda.
—¿Mi ayuda? Eso sí que es raro.
—Sabes que Conrad y yo tenemos nuestra historia y quiero que me ayudes a retomar lo que una vez fuimos.
—Mary… —Negó con la cabeza—. Conoces a Conrad, si terminó lo que una vez tuvieron, no volverá a caer. Él no es de los que tropiezan con la misma piedra, ni teme decir lo que piensa o ir por lo que quiere.
—Lo sé. ¿Por qué crees que estoy aquí?
—Lo siento. No cuentes conmigo.
—Ayer cenamos con su familia y vi algo que me dejó… Algo que casi no pude creer.
Noah achicó los ojos y prestó atención con curiosidad.
—Considero que a Conrad le gusta su sirvienta. Está embobado por ella.
El heredero de los Saylor se sentó mejor en su silla y fijo sus ojos en mí, atento, como si evaluara mejor lo que yo acababa de decir. Siempre había competido con Conrad en cada aspecto de la vida, en el internado, con las chicas y hasta en el éxito. Se esmeraba por mantenerse a la altura, aunque le costaba en algunas áreas. Conrad caía bien, todos lo querían, pero Noah solía ser pesado como un yunque, y no podía esconderlo. Por eso buscó al menor de los Carter para afianzar sus ideas y negocios, porque era Conrad quien hablaba, el que daba la cara y conseguía el apoyo de todos.
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Editado: 13.09.2023