Tu abandono…, mi venganza

Capítulo 11

Jazmín

 

A la hora acordada, me encontré con Conrad en el gran garaje del rancho. Los autos de todos estaban en fila, y por supuesto, mi favorito era su descapotable Challenger rojo, que según dijo él, estaba recién remodelado.

Me sentía nerviosa. No quería que me vieran con él allí. Las advertencias de mi madre estallaban en seguidilla como minas enterradas en mi mente. Luego recordaba a Jacqueline y a su consejo de que disfrutara la vida, sin medir consecuencias. Y aunque este último consejo sonaba más atractivo, yo sabía cómo funcionaba la vida, y las consecuencias sí importaban al final.

—Deja que me esconda. No quiero que me vean en el auto contigo —sugerí en un intento por seguir ambas opiniones.

Conrad me miró y ladeó una sonrisa.

—Como quieras, mini siete. Tarde o temprano sabrán que nos gustamos.

—Mejor tarde que temprano.

Mantuvo pulsado el botón de los faros y activó la capota, que empezó a desplegarse sobre nosotros. Me escondí y partimos.

Una vez alejados del rancho, plegó de nuevo el techo. Cerré los ojos y me dejé llevar por el viento que agitaba mi cabello, se sentía tan bien, y sonreí al ver a Conrad. Él me tendió su mano, y la tomé. Me acarició con su pulgar y me atrajo un poco hacia él para que lo besara, y así lo hice.

Me llevó a la bonita calle H en Washington D.C., cerca de la Casa Blanca. Solo había escuchado sobre ese lugar lleno de tiendas de diseñador Boss, Salvatore Ferragamo, CH, Dior y demás, pero jamás había ido. Casi no podía creerlo, estaba allí con él, e iría a un desayuno de la alta sociedad al día siguiente. Sentí como si el tiempo y las circunstancias viajaran más rápido de lo que podía comprenderlas, y eso me inquietaba.

Bajamos del auto, y Conrad se comportó como todo un caballero soñado. Abrió mi puerta, extendió su mano que tomé y me ayudó a salir. Un tipo como él jamás hacía nada sin motivo, así que, no me soltó de nuevo. Caminamos por la calle como un par de enamorados, tomados de la mano, mientras yo me aferraba a su brazo llena de ilusión.

Entramos a una tienda llamada Burberry, había leído sobre sus fiestas. Esa era la tienda de las celebridades. Al entrar, quedé impactada con la belleza del lugar, mostraba tonos crema y dorados, un techo alto, y vitrinas impecables de vidrio que parecían jamás haber sido tocadas, como si guardaran tesoros.

Nunca supe lo que Conrad habló con la encargada, pero nos guiaron hasta un probador que contaba con una sala privada y trajeron vestidos cortos.

—Esta es nuestra colección de verano —dijo la mujer, mientras colgaba tres vestidos estampados en el probador—. Podemos empezar con esos y si no te gustan podemos sugerir otros.

Yo solo alcancé a asentir. Jamás había estado en una tienda así, me sentía desubicada en una realidad que no parecía mía.

—¿Estás bien? —preguntó Conrad al verme incómoda.

—Sí, es solo que… Es… Ah… Raro. Me siento extraña aquí.

Él acarició mi mejilla, ladeó una sonrisa y dijo:

—A mí me parece que destacas en este lugar. Hay de todo por acá, y lo único que veo es a ti.

Cuando lo escuché decir algo tan bonito, se me aceleró el corazón y solo alcancé a bajar la mirada, avergonzada de que me viera sonrojada.

—Siempre sabes qué decir, ¿verdad? —balbuceé, mientras él acariciaba mis brazos.

—Sí, suelo saber qué decir. Excepto contigo, ya me he equivocado más de una vez. Me pones nervioso —admitió sin tapujos, como solía

Lo miré al fin y sonreí. Esta vez tomé la iniciativa y fui yo la que lo besó.

La encargada de la tienda nos interrumpió, traía dos vestidos más. Me miró de una manera extraña, despectiva. Era clara la diferencia de edad y de estrato social entre nosotros. Una película pasó por mi mente con rapidez. Imaginé a aquella mujer pensando en la típica historia del tipo casado, comprándole regalos a la amante mucho más joven que su mujer. Me sentí incómoda de nuevo, pero no era el caso. Yo no era ninguna amante, y él no era casado. Así que, dejé de lado esas locas ideas y continué con seguridad.

—¿Vas a salir para que te vea los vestidos? —preguntó Conrad, después de que entré y comencé a desvestirme.

—No —dije desde adentro—. Elegiré el que me guste y te lo mostraré.

El primero no me gustó ni un poco, tenía un raro cuello que desentonaba, a mi parecer. El segundo era sencillo, pero decente. Antes de ponerme el tercero, Conrad se asomó al probador sin pedir permiso. Asustándome como muchas veces lo había hecho ya.

—Quiero verte —dijo asomado entre las dos gruesas y altas cortinas color café.

Yo estaba en ropa interior y solo alcancé a cubrir mis pechos.

—¡Conrad! ¿Qué haces? Sal de aquí.

—No. Quiero ver los vestidos. Si no sales, me asomaré cada vez, sin aviso. —Me miró de arriba abajo con picardía y sonrió—. Aunque pensándolo mejor, ojalá pudieras ir en ropa interior. Te ves muy bien,

Yo empujé su cabeza hacia afuera.




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