Jazmín
Aquella mañana, desperté con la felicidad brotando por los poros. En lo único que conseguía pensar era en Conrad tomando mi mano, rozando mi pierna insinuante, para luego mostrar esa sonrisa de dios griego. Si así se sentía la ilusión, quería experimentarla siempre. Sabía que de sueños no se podía vivir, pero qué bien se sentía, y este lo viviría con la sangre corriendo como loca por mis venas.
Saqué el vestido y me lo puse encima, jugué como una niña al verme al espejo. Di un giro y sonreí. Cerré los ojos e hice el mismo recorrido de una de las manos de Conrad el día anterior en el probador. Recordé lo que sentí, y aquel inolvidable y apasionado besó. No podía olvidarlo.
Jacqueline entró de sorpresa. No me lo esperé, porque tanto mamá como ella debían estar en la mansión Carter.
—¿Jaz? —dijo impresionada, mientras yo escondía el vestido con un movimiento apresurado detrás de mí—. ¿De dónde sacaste ese vestido? ¡Está bellísimo!
Jacque lo tomó y lo extendió frente a ella. Me sentí descubierta, pero ambas compartíamos secretos y confié en eso.
—No le digas a mamá —rogué con desánimo.
—Hermanita, ya eres una mujer. Deja de preocuparte por mamá.
—Bueno… Tampoco es que no importa lo que piense.
—Sí, ha vivido y ha cometido errores también. De eso se aprende, Jaz. Tú también tienes que vivir y equivocarte. Ven —dijo sentándose en la cama, indicándome que se sentara junto a ella y obedecí.
—¡Cuéntamelo todo! —rogó y me tomó de las manos.
Le conté mi tarde del día anterior en Burberry, la ilusión y las emociones sentidas.
—Ya sabía yo que, con esa belleza tuya, estabas destinada a atrapar un pez gordo.
—Sabes que no me importa eso, Jacque. Conrad me encanta y poco me importa si tiene una herencia o no. Solo quiero amar y ser amada, como todo el mundo.
—Pero mejor si es él quien te ama, ¿no? —Noté picardía en sus ojos al hablarme—. ¿Y estás segura de que es amor? Esta gente no es como nosotros, Jaz. Nosotros somos más libres de la apariencia, de querer, de decir lo que pensamos. Ellos parecieran tener escrita la vida.
—Creo que sí.
—Él es más experimentado que tú. ¿No te parece raro que un tipo como él, siendo tan buen partido, no se haya casado aún? Debió tener cientos de mujeres tras él en la universidad. Seguro sabe engañar a una chica.
—No lo siento así. Me parece sincero.
—Solo quiero lo mejor para ti. —Me abrazó—. No quiero que sufras ni salgas herida.
—¿Por qué todos me dicen lo mismo? Mamá, tú… Hablan como si todos ellos fueran traicioneros y maquinadores. Tengo la impresión de que Conrad no es así.
—Bueno… Mamá y yo tenemos toda la vida viendo su manera de actuar y de conseguir las cosas. Aunque ahora que lo pienso… Caleb y Conrad se fueron por doce años. Lo que te digo es lo que he visto en los señores y sus amigos. Es verdad, quizá este par de hijos es diferente a sus viejos.
—He compartido con Caleb también, y no es ese tipo de persona, es un hombre maravilloso. Quizá les hizo bien estar lejos de esta casa, y formar sus propios criterios de vida. No sé.
—Es posible. ¿Y saldrás con él hoy?
—Sí, iré al desayuno que ofrecerán las “señoras de elite”.
Jacqueline se mostró ceñuda, más guardó silencio. Y comprendí todo lo que silenció tras su expresión.
—Solo quiero ir a ver. Si no me siento bien, Conrad me traerá de regreso. Eso me prometió.
Mi hermana mayor me entregó una resignada sonrisa de labios apretados, de esas que dicen mucho más.
—Bueno… Ya que hablamos de secretos. Tengo uno…
—¿En serio? Dime… —rogué entusiasmada.
—Me voy a casar con Hugo. Ayer me propuso matrimonio. Mira… —Extendió su mano y mostró un sencillo anillo de oro, con la mejor piedra que el capataz pudo comprar.
—¡Qué bonito! —dije mientras tomaba la mano de mi hermana y acariciaba la brillante piedra con mi pulgar—. Es… Es perfecto. Me encanta. ¿Y cómo te lo pidió? ¿Fue romántico?
Mi hermana rio.
—Los hombres no suelen ser como los de las novelas, hermana. Y Hugo… Ya sabes… Él es seco. Sin embargo, me parece que al menos lo intentó. Al terminar la jornada de ayer, lo busqué en las caballerizas. Me tomó por los hombros y me sentó en una silla. Estaba extrañada, porque no me decía nada, y yo no entendía. Y así, sin más, se arrodilló frente a mí y me preguntó si quería casarme con él. Ni siquiera abrió la cajita, me la entregó cerrada entre las manos. —Carcajeó—. Me parece que estaba nervioso y no sabía qué hacer.
—¿Y qué le dijiste?
—Me le fui encima y lo abracé. Me alzó en brazos. Es fuerte y me encanta cuando hace eso. Él lo sabe. Así que, entretanto, me mantenía cargada, le dije que sí y lo besé.
—¡Qué bonito! ¿Y cuándo se casarán?
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Editado: 13.09.2023