Tu abandono…, mi venganza

Capítulo 14.1

Jazmín

—¿Qué?…

No podía creerlo. Vi a los Bicandi a lo largo de toda mi vida, siempre estuve cerca de mi padre, muy cerca. Y no recordaba que me hubiese dado un saludo siquiera. Sentí un dolor en pecho al entender que no le interesaba, y una pequeña esperanza escondida dentro de mí, esa que de algún modo esperó amor y una explicación; murió. Miré al suelo, ida, pensativa, con las desilusiones revoloteando sobre mi cabeza. 

—Pero… ¿Cómo es posible que jamás me hayas dicho esto, mamá? Esa gente me vio crecer y jamás dijo algo.

—Solo Mario sabe sobre ti y ha sido muy cuidadoso en esconder esto. Ni Mary ni Marisol tienen idea. Ese era el trato, hija.

—¿Trato? ¿Qué trato? ¿Ni siquiera le interesó alguna vez conocerme? —De golpe, la cabeza me dolió aún más y la apreté entre mis manos.

—¿Ves? Por esto no había querido decirte. Prométeme que no cometerás alguna imprudencia, Jaz. No ahora que estás por entrar en la universidad y caminar hacia tus sueños —Rogó mi madre tomando mis manos entre las de ella—. Sé prudente.

—Dime… ¿Qué trato? —La miré a los ojos, apreté su agarre e insistí.

—Mario sabía que si esto salía a la luz sería un desastre para todos. Nosotras quedaríamos en la calle y él también sufriría las consecuencias.

—Me parece que solo se preocupó por sí mismo, no por nosotras.

—Claro que hay una mezcla de cosas. A mí me iban a echar de aquí por eso. Soy una mujer sola con tres hijos, porque para esa época Joaquín seguía con nosotras y tú eras una bebita. Mario Bicandi es un hombre responsable, no falló ni un mes en darme el dinero para tus gastos y lo hizo hasta que cumpliste dieciocho años. Me lo enviaba en efectivo con su capataz.

—¡Ja! —Reí por lo bajo con decepción—. Como si uno fuera padre por dieciocho años nada más. Además, los hijos no viven solo de dinero en efectivo.

—La realidad de Mario Bicandi no es como la del señor Colin Carter. Él no era tan adinerado y la dueña del dinero en esa época era Marisol. Ella fue la heredera del imperio, pero fue Mario quien lo administró y lo hizo crecer al casarse con ella. Al fin consiguió hace dos años que ella cancelara la separación de bienes y ya todo es de los dos.

—Ah, grandioso. Entonces tengo que entender que jamás fue mi padre porque temía perder todo lo que tenía. Es un egoísta al que solo le importa el dinero, como toda esta gente aquí.

—No todo es blanco y negro, Jaz, pero eso solo te lo enseñarán los años y la vida. No importará lo que te diga ahora. Sé que la debilidad de Mario es el dinero, y es precisamente por eso que ha tomado estas decisiones de vida que nada más le aseguran la riqueza, mas no la felicidad. Él se casó con Marisol por su herencia, jamás la ha querido. Una parte de él, sí, es egoísta y despreciable. Yo misma no entiendo cómo me enredé con él. Pero otra parte de Mario está cansada, triste, agotado de la apariencia, y es tierna, cariñosa, supongo que ese fue el lado que me enamoró.

—¿Cariñoso? —pregunté sardónica—. Solo tú conoces el cariño de ese hombre. Yo no tengo ni idea.

—La vida misma se encarga de hacernos entender a los demás, Jaz. Los únicos que no entienden a otros son los que no han sufrido.

—Como las señoras esas y la Mary, supongo.

—Sí, ellas son un buen ejemplo. La señora Carol Carter volvió a echarme en cara todo lo que ha hecho por nosotras, de cómo nos ayudó con los gastos del accidente de Joaquín. Yo le debo mucho a ella.

—Ay, mamá, por favor. Te prestó todo ese dineral y te lo cobró con intereses para tenerte atrapada aquí. Tendrás que trabajar toda la vida para ella si quieres poder pagarle eso. Es un tipo de esclavitud y no lo ves. ¿Y para qué? Joaquín no resistió la operación.

—Al menos lo intentamos, hija. No me importa tener que pagarle toda la vida si puedo asegurar que hice todo por mi hijo.

A mamá se le quebró la voz al decir esa última frase. Ambas recordamos a mi hermano y no pudimos contener las lágrimas. Nos abrazamos sintiendo un punzante y profundo dolor.

—Le debo mucho a la señora y debo ser consecuente con eso; leal.

—No se les muestra lealtad a los demonios, mamá —dije y limpié mis lágrimas.

—Jaz… La señora no quiere que vuelvas a ir a ninguno de sus eventos. Quiere que te alejes de sus hijos o habrá consecuencias. Así dijo.

 

 

A la mañana siguiente, me levanté temprano, no podía dormir después de toda la información que mamá me había dado. Tenía tanto en la cabeza, por años esperé saber quién era mi padre y ahora que lo sabía era bastante decepcionante. Además, la señora Carol prácticamente nos había amenazado.

Tomé mi bicicleta y pedaleé, pedaleé sin parar, como si quisiera perderme sin podee regresar a mi vida, a mi realidad. Soñé con volver a empezar lejos de todo, pero no podía.

No me detuve hasta que llegué a una parte de la ciudad que jamás había visto ni conocido. Primero un cementerio, la imagen cambió a abandono. No me había detenido a mirar hasta que llegué allí. Las ventanas cubiertas con madera clavadas en equis, autos quemados, rostros olvidados asomados por las ventanas. Era un barrio pobre, muy pobre, de esos que nadie recuerda, qué jamás saldrán en la televisión más que para malas noticias y menos en las postales.




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