Conrad
Al fin, llegó el día del festival de Cangrejo, cerveza y vino con su olor a bahía y sus vientos salinos. Las tiendas de campaña, las largas mesas, los tarros de cerveza y las bandejas repletas de cangrejos pasaban frente a nuestros ojos.
Nuestros padres no solían ir a un festival de gente común, pero a nosotros desde niños nos encantó. Nos reunimos los mismos de siempre, excepto Mary, quien no asistió por razones obvias. “Aprovechó el accidente para hacerse una rinoplastia. Es una chica que sabe aprovechar los embates de la vida”, dijo mi madre que ya parecía su publicista.
Noah y yo nos instalamos frente a la tarima, esperando la presentación de Caleb y Jazmín. Aparecieron ante todos sonrientes. Ya el público los conocía, pues se habían presentado por dos años consecutivos. Era deleitable, Caleb lucía como todo un ranchero. No solía vestir así y me hizo recordar al Balderas agitando su sombrero molesto; pero Caleb sonreía alzando a Jazmín en vueltas y giros. Ella le quitaba el sombrero, juguetona, y él lo recuperaba. A veces sus movimientos eran tan rápidos y sincronizados que impresionaba. Recordé cómo Jazmín me había rechazado y sonreí, su rostro de expresión enojada cuando supo que yo quería bailar con ella. Estaba seguro de que ni se imaginaba que más enamorado me había dejado.
La observé con detenimiento, ni siquiera me fijé en Caleb de nuevo cuando me encontré con los ojos de mi mini siete. Sus piernas torneadas de músculos definidos que se mostraban sugerentes en cada giro que daba. Yo solo podía recordar que ya las había tocado y recorrido con mis manos hasta llegar a aquel firme trasero. No sabía si para los demás era tan notoria, pero yo no tenía ojos para nadie más. Simplemente, no podía sacar de mis pensamientos esa piel de porcelana, su aroma inolvidable al que no podía darle nombre, sus bonitos ojos y aquellos labios carnosos que besaban tan bien.
Sin embargo, giré y Noah la miraba igual que yo, mostrando un destello carmesí cargado de deseo. Lo conocía porque así la veía yo.
—Te vas a babear —le dije y de empujón lo saqué del momento.
Él sonrió.
—¿Es que acaso no puedo ver? La chica es muy bonita, tiene algo que… No sé, es una mujer sexi. Admito que también la viste primero, y eso se respeta entre amigos. Pero desde ya te digo que, si no funciona lo que intentas tener con ella, allí estaré de primero en la fila.
—Pensé que no salíamos con nuestras exes —dije recordando nuestra promesa de amigos.
—Sí, pero Jazmín es la excepción de la regla… En ese caso, no puedo prometer nada —Ladeó una molesta sonrisa al decir eso, y sentí enojo nada más de pensarlo.
—No quiero tener problemas por esto, Noah. Desde ya te lo advierto.
—No los tendrás —aseguró, dando un sorbo a su copa de vino.
—Tú no entiendes… Jazmín es una mezcla de caos y claridad difícil de explicar y controlar. No puedes con ella.
Aquel comentario molestó a mi viejo amigo, quien se acercó amenazante, mas me mantuve inmutable ante él, a la espera de lo que diría.
—No voy a poner en riesgo nuestra relación comercial por una mujer. Ya conoces mis intereses y como soy al respecto. Pero vuelvo y te repito, si tengo una oportunidad con ella… La tomaré.
—Primero te parto la cara —dije acercándome aún más.
La música se detuvo y noté que Jazmín y Caleb nos miraban, sabían que estábamos discutiendo con disimulo. Por lo que solo nos quedó entregar una falsa sonrisa y separarnos de nuevo. La tensión entre nosotros siempre pasaba rápido. Así funcionó desde niños, peleábamos y unas horas después podíamos reír rememorando vivencias.
Los bailarines se cambiaron y llegó la hora de comer. Solicitamos una bandeja de cangrejos, compramos nuestros mazos de madera para romper la armadura de los crustáceos, mazorcas dulces al vapor, tarros de cerveza y disfrutamos entre risas.
Miré a Caleb por un rato, y me pregunté qué habría sido de mi vida sin mi hermano. Era un tipo relajado, de trato fácil, podía ver cómo Jazmín sonreía libremente con él. Al contrario, conmigo se mostraba evasiva e incómoda, pero eso solo significaba que le gustaba.
—La fiesta continúa en mi casa —dijo Noah, levantando su vaso ancho de cerveza para proponer un brindis—. Por la amistad.
Todos chocamos nuestros tarros.
—Que nos reencontremos hasta siempre —añadió, Noah. Miró a Jazmín y le entregó un guiño.
No pude evitar enojarme. Dijo que la había visto primero y allí estaba, atacando de frente.
Al salir del festival, fuimos a la casa de Noah. Sorpresivamente, muchas personas comenzaron a llegar. La zona de la piscina estaba llena de desconocidos.
—¿Quién es toda esta gente? —le pregunté a Noah.
—No sé… Amigos de amigos, supongo. —Colocó su mano sobre mi hombro y continuó—: Aprovecha, porque me parece que no volveremos a tener un tiempo como este, Conrad. Siento que la vida nos va a cambiar con esto que comenzamos. Te acordarás de mí.
—Sí, he pensado lo mismo. Que no tendremos tiempo de nada. Llegó la hora, hermano —Asentí.
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Editado: 13.09.2023