Tu abandono…, mi venganza

Capítulo 17

Conrad

 

—Tengo días sin ver a Jazmín —dije a Caleb con mis codos apoyados en las rodillas, recordando el decepcionado rostro de mi mini siete—. Me parece que algo le pasó, pero no consigo que me diga. Ella estaba feliz, respondía bien cuando me acercaba y la tocaba, pero ahora la veo… Perdida.

—¿Le dijiste claramente lo que sientes? —indago mi hermano.

—Sí. Se lo dije en la fiesta en casa de Noah. No sé qué más decirle. Fui claro, directo como jamás había sido antes con una chica. Sé que ella siente lo mismo, que le gusto, que me quiere, pero… No cede.

Caleb torció la boca, pensativo.

—¿Cuándo notaste el cambio?

—Después del desayuno desastroso ese. Yo sé que quizá… La confundí. El día anterior salimos a comprar el vestido que usó y la pasamos muy bien.

—Quizá ella esperó algo más de ti ese día.

—Sí, no lo dudo. Aunque no lo demostró tampoco. —Recordé las palabras de Jaz sobre esconder mi relación con ella. Era cierto. Lo había hecho—.

—Las mujeres son las maestras del disimulo, hermano. Y lo sabes. Muestran una cosa, dicen otra y quieren lo contrario.

No pude evitar reír. Era verdad, para nosotros ellas eran así.

—Pero ya le dije lo que sentía. Le pedí que me esperara dos semanas, porque quiero asegurar el apoyo de papá en las inversiones que haremos.

—Quizá influyó lo que ocurrió con Mary… Conoces a mamá, tal vez metió las manos en todo esto y se pronunció. Es muy unida a la mamá de Jazmín —sugirió mi hermano.

Me quedé pensativo. Mi mamá sabía manipular muy bien. La vi en acción por años y solo me quedaba preguntarle a mi mini siete.

—Me pregunto dónde estará Jazmín. Últimamente, casi nunca la encuentro.

—¿Dónde más va a estar? —Miró su reloj—. Jazmín debe estar en la iglesia con su mamá y la nuestra. Suelen ir los domingos allí.

—¿Qué iglesia? ¿La de nuestra escuela?

—Por supuesto, la parroquia de Santa María. Ya sabes que nuestra piadosa madre hace todas sus donaciones allí.

—Iré para allá —dije y me levanté con apuro para partir.

—No querrás que mamá te vea buscando a Jazmín —comentó Caleb.

—No me importa lo que piense mamá.

—A mí tampoco. Ella no tiene poder sobre nosotros, Conrad, pero sí en todo lo que nos rodea. Piensa en eso.

Partí con las palabras de Caleb retumbando en mi cabeza. Algo me decía que mamá se estaba metiendo en mi vida indirectamente y que Jazmín ya lo estaba viviendo.

 

 

En unos veinte minutos estaba frente a aquella inmensa iglesia. Me costaba entrar allí. Habíamos crecido siendo obligados a rezar y a repetir un montón de cosas que no creíamos. Vi tantas locuras en ese lugar que me incomodaba. Yo me tomaba los compromisos en serio, pero muchos allí no lo hacían, incluyendo a mi madre y lo sentía muy hipócrita. No obstante, era una iglesia imponente y hermosa; con su presbiterio de la basílica de techos altos y estrellados, porque tenían estrellas y lunas dibujados sobre nosotros. Sonreí al recordar lo que sentí al estar allí, era como si Dios mismo me observara desde el espacio, y más me sentía enjuiciado, porque nunca fui un ángel.

Al fin, comenzó a salir la gente. Me estacioné un poco más lejos y miré a mi madre salir junto a Julieth, la madre de Jaz. Sin embargo, mini siete se separó de ellas y caminó en dirección al colegio de niños ciegos que quedaba junto a la que fue nuestra escuela.

Me apresuré a alcanzarla, hasta que lo conseguí.

—¡Jaz! —grité haciéndola voltear.

No mostró más que una ceñuda expresión de duda. Como si se preguntara qué hacía yo allí

—¿Conrad? ¿Viniste a la iglesia?

—No, no en realidad. Estaba esperándote —confesé.

—Ah… Estoy ocupada. Tengo un compromiso, Conrad.

—¿Qué compromiso?

—Dos domingos al mes vengo a visitar a una amiga en el colegio de ciegos. Una chica que estudió y se quedó trabajando aquí. La quiero mucho, se llama Amanda. Debe estarme esperando.

—¿Puedo ir contigo? ¿Puedo conocerla? —sugerí, pues no quería perder de vista a Jaz.

—Si quieres… Aunque tal vez te aburras.

Caminamos uno junto al otro. Por instantes la miré, pero Jazmín miraba fijo al frente, enfocada, sabía que me evitaba.

Esa escuela existía desde que yo tenía uso de la razón. Nuestra escuela privada quedaba justo al lado, pero jamás había ido y apenas ahora lo pensaba.

—¿Alguna vez habías venido? —indagó Jazmín para mi pesar.

—Eh… —Dude en contestar, pues ella era muy distinta a mí, menos ensimismada—. No. Nunca había venido.

—Pero… Tu mamá siempre ha recaudado fondos para ellos. ¿Nunca te preguntaste cómo eran siquiera?




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