Tu abandono…, mi venganza

Capítulo 21.1

3 meses después

 

“La guerra lechera”, como se le llamó a aquel fenómeno jamás visto, se recrudeció en los siguientes meses. Las transnacionales demandaron a la cooperativa Balderas-Salvador, y exigieron que mostraran públicamente si la repartición de ganancias entre los accionistas era justa y equitativa. Si lograban probar que no era una cooperativa justa, podrían cerrarla.

Los rancheros de Nevada no se quedaron de brazos cruzados y dieron batalla como los tozudos vaqueros de trascendencia que siempre fueron. Idearon una campaña titulada: “Compro americano. Compro Balderas-Salvador”. La bandera y las frases típicas lograron que los compradores se identificaran con sus raíces y decidieran no adquirir la leche de las empresas demandantes, haciendo que disminuyeran abruptamente sus ventas.

Por su parte, las transnacionales pagaron millones para inclinar la balanza a su favor. Sin embargo, el peso del pueblo, la presión, las marchas y publicidad, pudieron más que las billeteras de los poderosos. No era lo que solía pasar en este mundo, pero a veces los menos esperados brillaban como el sol si lograban unirse.

Las ganancias de las transnacionales y de los grandes rancheros que las apoyaron hasta su último centavo, bajaron hasta el fondo del pozo. Entre estos estaba Mario Bicandi, quien acababa de descubrir que se iba a la quiebra. Ver su imperio desmoronarse como un castillo de arena no fue algo fácil de asimilar y mucho menos de informar a su familia, acostumbrada a la seguridad que el patriarca Bicandi siempre había suministrado. Mas si buscas una mujer que te ame en tiempos de abundancia, probablemente te abandone en los tiempos de angustia.

—Todavía no puedo creer esto —dijo Colin Carter, quien miraba la televisión junto a Conrad en su despacho.

—¿Has hablado con Mario, papá? Esto lo debe haber descapitalizado. ¿Estarán bien? ¿Necesitarán algo? —indagó su hijo.

—¿Llamarlo? ¿Estás loco? Seguramente me pedirá dinero y esa es la mejor forma de perder a un amigo.

Su hijo menor no podía creer lo que escuchaba. Una amistad de años se convertía en polvo llevado por el viento cuando la estabilidad se tambaleaba.

—Es tu amigo de toda la vida, papá —dijo Conrad, enojado—. ¿Cómo es posible que en su peor momento lo dejes solo? ¿Qué clase de amistad tenían?

—La amistad que la gente como nosotros podemos dar. Yo tampoco sé si estos negocios que propones con esas nuevas tecnologías servirán para algo. Estos Balderas-Salvador nos arruinaron la vida.

—Mi negocio funcionará. Mas si tan poco crees en mí, hubieses invertido con esos rancheros de Nevada. Su idea era buena y, seguramente, estarías mejor de lo que estás ahora. ¿No? —El hijo confrontó a su padre—. Espero que nunca me vaya mal en la vida, porque ya puedo anticipar que no contaré contigo.

—No puedo cargar con los errores de los demás, Conrad. Tú se lo advertiste a Mario; él no quiso escucharte. Ese es su problema. —Hizo un gesto como si se limpiara las manos.

—Tú tampoco me habrías escuchado de no haber estado acorralado por Caleb y por mí.

Conrad se levantó molesto.

—Iré a conversar con Mario. Tengo otro concepto del honor y la solidaridad, papá. Me da vergüenza esto que haces.

—¡No me faltes el respeto, muchacho! Tu madre me mataría si descubre que, en momentos de escasez, le di a Mario lo poco que tengo.

—¿Lo poco?… —preguntó Conrad, mostrando una confundida expresión. Se tuvo que morder la lengua para no decirle a su padre que se pusiera por primera vez los pantalones. Estaba seguro de que no llegaría a nada—. Pues a mí poco me importa lo que diga mamá. Iré para allá —dijo y salió del despacho, azotando la puerta tras él.




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