Narrador
Julieth comenzó a parecer una sombra ambulante. El movimiento lento de sus pies la hacía parecer un espanto que pasaba lento por el rancho. Se instalaba en el muelle, mirando el mar en su bata de dormir, perdida en la vista por horas, como si esperara que su hija apareciera flotando en las aguas de repente.
La señora Carol la liberó de todas sus responsabilidades. Si Julieth hasta se había olvidado de cuidarse a sí misma, menos podría seguir llevando el orden en la mansión Carter. Vivía atrapada por la inercia del dolor y la pérdida. Ya había enterrado a su hijo Joaquín, y ahora, su niña menor se le extraviaba. La pérdida era capaz de hacer estragos en una mujer, porque estaban diseñadas para sentir todo en la misma carne. Julieth comenzó a culparse al no encontrar a quién acusar, imposibilitada de ponerle un rostro a la injusticia:
«Si tan solo hubiese pasado a verla en la mañana. Su hubiese ido antes a la policía, en vez de estar absorbida por las demandas de los Carter. Si hubiese…», se repetía en pensamientos.
Mario Bicandi la acompañó cada día, lo cual hizo que su exesposa e hija ardieran más en ira y ensañamiento contra Julieth y Jazmín, porque con ellas se comportaba como el hombre que nunca fue.
Mario llegó temprano cada mañana y acompañó a Julieth en el muelle, la rodeaba con el brazo y la acompañaba, consolándola.
De a poco, pasado un mes, Julieth comenzó a recuperar la mirada, a ubicarla en la realidad, porque parecía perdida en un limbo desconocido que solo los que habían experimentado algo así comprenderían. Pero ella regresaba, lentamente, cuando comprendía que aún le quedaba una hija viva y que un hombre, por primera vez, parecía amarla en verdad y estar dispuesto a todo por ella.
—A veces quisiera tomarme una pastilla que me hiciera olvidar, que me borrara la memoria, Mario. ¿Existe algo así? —preguntó Julieth, aferrada al brazo del Bicandi, en tanto miraba al mar y las lágrimas corrían por el mismo surco de siempre marcado en sus mejillas.
—Me temo que no existe, amor. Créeme que si existiera, así me olvidaras a mí también, te la daría, con tal de no verte en este estado —dijo él, tomando su entristecido rostro entre sus manos.
Ella asintió, resignada.
—Jazmín siempre me abrazaba, era cariñosa. Jacqueline intenta darme el mismo cariño, pero mi niña era diferente. Yo la amaba tanto —cerró los ojos con los labios temblantes, como recordando.
A Mario se le quebraba el alma al verla así, y sus ojos llorosos tampoco se hacían esperar, pensando en que le habría gustado conocer a Jazmín de ese modo, aunque ahora pareciera un imposible, lamentándose por el tiempo perdido.
—Ven a vivir conmigo, mi amor. En Washington D.C. Estarás lejos de todo esto.
Julieth meditó en que era cierto que cada rincón de ese lugar le recordaba a Jazmín. No deseaba olvidarla, pero recordarla con cada paso que daba se tornaba aplastante e imposible de soportar.
—No cometeré los mismos errores, Mario. Si quieres que viva contigo, solo lo haré casada. No romperé las promesas que le hice a Dios de no volver a los mismos errores de antes.
—Entonces cásate conmigo. Sé que no es el mejor momento para pedirlo, pero permíteme acompañarte —suplicó y tomó las manos de Julieth entre las suyas.
Ella alzó la mirada y se encontró con aquellos bonitos ojos claros que eran tan parecidos a los de Jaz, que le hacían recordarla, y se consoló en saber que, si aceptaba, podría despertar ante los mismos ojos de su hija perdida.
—No tengo un anillo, pero podemos ir ahora mismo a comprarlo —insistió el Bicandi—. Elige el que más te guste, el anillo de tus sueños y te lo daré. Casémonos mañana mismo, pero ven conmigo, por favor. Quiero acompañarte y que me acompañes en esta difícil travesía que la vida nos impuso.
—Poco me importan los anillos. —Las circunstancias la llevaban a ver lo valioso en otras cosas, pero Mario apenas empezaba a entenderlo.
Él tomó el rostro de Julieth y le entregó un simple y muy sentido beso de ojos cerrados.
—Yo te cuidaré —prometió, para luego besar la frente de Julieth y rodearla con los brazos.
Ella solo asintió, aceptando, con la mirada perdida de nuevo en aquel infinito mar.
#786 en Novela contemporánea
#3380 en Novela romántica
#1043 en Chick lit
diferencia de edad, diferencia de clases, chica virgen embarazada
Editado: 13.09.2023