Tu abandono…, mi venganza

Capítulo 34

Conrad 

 

Diariamente y durante una semana, fui a visitar a mi hija, Alba. Esperaba a que llegara la mañana para encontrarme con ella. Esas manitos pequeñas y suavecitas con las que apretaba mi dedo. Su cuerpito cabía en mi mano y antebrazo, era indefensa y hermosa. Olía a bebé y jamás olvidaría esta sensación; ser papá era maravilloso. Era un hombre ocupado y, sin aviso, mi vida comenzó a girar en torno a ella.

Todavía había algo que no me encajaba. Mary era una mujer egoísta como nadie, la conocía muy bien, y esta alegría repentina y nueva de ser madre no me convencía. Sabía que había algo detrás, probablemente, asegurarse una vida cómoda. Sin embargo, eso no importaba, no importaba si ella quería ser o no la mejor madre, porque de cualquier modo, Alba era mi hija y, si era necesario, le daría a Mary la vida acomodada que necesitaba con tal de mantenerme cerca de mi niña.

Aquella mañana, después de desayunar, la nueva ama de llaves me indicó que mis padres me esperaban en el despacho, lo cual me pareció extraño.

Abrí la puerta, esperando encontrarme con cualquier cosa y me sorprendió ver a Mary con Alba en brazos junto a mis padres.

—¿Qué pasa aquí? —indagué ceñudo.

—Hola, hijo… Qué maleducado… Salúdanos primero —dijo mi madre, en tanto forzaba una sonrisa, pero no contesté.

—Queremos pedirte algo —añadió mi padre.

Ladeé una sonrisa. Ya imaginaba a donde iría esta conversación. No contesté y me acerqué a Mary para tomar a mi bebé en brazos. Me sentía fuerte cuando la tenía conmigo, como si pudiera lograr cualquier cosa por ella, lo mismo que una vez sentí con Jazmín, y supuse que así era el amor; te hacía fuerte y creer que podías enfrentar cualquier cosa.

—Ustedes dirán… —dije sin mirarlos, enfocado en mi niña.

—Deseamos que seas responsable y te cases con Mary —respondió mi padre.

Negué con la cabeza y froté mis ojos con mis dedos, estaba agotado de tantas cosas.

—No —respondí con propiedad—. Mary y yo podemos llegar a un acuerdo de custodia y, así, veré a mi hija tanto como pueda.

—Eso me imaginé que dirías, Conrad —dijo Mary—. Entiendo que no desees casarte, sé que no me quieres; y está bien. No obstante, yo no voy a vivir a medias. Quiero establecerme, formar un hogar y mi hija lo necesita («¿Formar un hogar?», cavilé y reí por lo bajo al escucharla). Quiero que tenga una familia como yo la tuve, como muchos niños la tienen y, eventualmente, conoceré a alguien y me casaré. No voy a depender de ti para siempre, ni de tus decisiones. ¿Lo entiendes?

Asentí, mirándola fijamente. Sabía hacia dónde iba. Miré a mi bebé aferrada con su manito a mi dedo; ella dependía de mí. Mary era ensimismada y podía imaginarla con su nuevo novio, descuidando a mi hija. Tenía que quitársela, pero bajo qué argumento. Yo era abogado y hasta ahora no lo había.

—Me iré a Londres… —dijo Mary y me sacó de golpe de mis cavilaciones—. Cuando estuve allá conocí a un hombre que me aceptó a pesar de estar embarazada, hicimos una bonita amistad. Quién sabe lo que pueda surgir de allí.

No le creía nada. Mary era bella, pero no era una mujer de familia, así que, dudé de que existiera ese amigo que buscara enseriarse con ella. ¿Y se juntaba con un mal tipo? ¿Quién protegería a mi hija si estaba a kilómetros de distancia?

—No importa, si no me crees… —añadió Mary. Ella también me conocía y tenía claro que no me tragué ni una palabra—. Me iré a fin de mes. Sabes que puedes viajar para ver a tu hija cuando quieras, no te negaré jamás la oportunidad de ser su padre.

Como conocedor de la ley sabía que ampararía a Mary. No podría ver a mi bebe con la misma regularidad, me alejarían de ella, presionando, apelando a mi corazón de padre, manipulándome. Volví a mirar a Alba, quien emitió un quejido, estaba a punto de llorar, como si hubiese entendido lo que Mary acababa de decir. Y en ese instante, comprendí que no me importaba, que estaba dispuesto a hacer lo que fuera por mi hija; y Mary… Mary tendrá que atenerse a consecuencias que no se imagina. Ya le haría pagar en el día a día su osadía, porque si antes la detestaba, ahora más. Aprendería por las malas que el amor no se forza.

Luego, pensé en Jazmín, mi Jazmín... ¿Volvería a mí algún día? ¿Tendría mi madre razón al decir que vivía atrincherado en un recuerdo?

—Bien… —respondí sin mirarlos, enfocado en mi niña que me daba fuerzas—. Me casaré contigo, Mary. —Me encontré al fin con sus ojos y añadí desafiante—: No me alejarás de mi hija.

Mi madre aplaudió feliz y mi padre se acercó y palmeó mi espalda.

—Buena decisión, hijo. Al fin sentarás cabeza —dijo mi padre.

—Se pueden sorprender de las cosas bonitas que pueden nacer de la convivencia diaria —añadió mi madre, convencida de que entre Mary y yo algo podría surgir—. ¡Uy, qué emoción! —Tomó las mejillas de Mary entre sus manos—. Ya me imagino la gran boda que haremos. Ahora sí hablarán de nosotros, pero para mencionar como nos luciremos en ese evento.

—No —dije con seguridad—. Aceptaré casarme, pero no será una gran boda ni mucho menos; la haremos aquí en casa y será algo familiar, pequeño y muy íntimo. Nadie tiene por qué enterarse de esto.




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