Mary Bicandi
Aquella tarde me reuní con mi futura suegrita en su despacho.
—Conrad dijo que sería algo íntimo. Ahora bien, no sé muy bien a qué grado de intimidad se refería —comentó Carol.
Iba a contestarle, pero la puerta se abrió sin aviso, interrumpiendo nuestra conversación. Era Conrad.
—Constanza me dijo que Mary estaba aquí con mi bebé. ¿Cómo es posible que traigan a Alba y no me digas, mamá?
—Saluda primero a tu futura esposa, hijo. Dale un beso. No sé qué te está pasando últimamente —reclamó Carol.
—Sí, claro… Mi futura esposa… —Conrad me miró y ladeó una sonrisa para luego añadir—: Hola, Mary, ¿cómo estás? —Se acercó, besó mi mejilla y luego caminó hasta la carriola donde estaba la bebé para alzarla en brazos, haciéndole mimos y diciéndole palabras cariñosas.
Miré a Carol como si le reclamara que el novio no me diera un beso en los labios y me pareció que ella con sus ojos me decía: “Paciencia, paciencia…”. Tragué grueso, porque sabía que esto tomaría tiempo. Conrad actuaba con odiosidad, ni disimulaba que solo le interesaba la pequeña Alba. Esa niña insufrible.
—¿Y qué hacen? —preguntó él—. No es una buena señal cuando ustedes se reúnen. ¿Organizan la boda?
—Eh… Sí… —replicó Carol en un intento por evitar que Conrad supiera lo que harían.
Él caminó y se acercó hasta el escritorio donde su madre escribía.
—¿Invitados? —dijo molesto al descubrir lo que hacíamos—. Yo fui muy claro, madre; solo van a invitar a la familia nuclear y a nadie más. Esto será íntimo al máximo nivel. Asistirán papá, Caleb y tú, Marisol, Mario y Julieth, que es su esposa, sí quiere traerla.
—¡Esa zorra no vendrá a mi boda! —salté y espeté con rabia. No lo permitiría.
—Entonces solo vendrá tu madre y na-die-más. Harán las cosas así o se van olvidando de la boda esta y nos terminaremos casando en el registro civil como lo hacen la mayoría de las personas —aseguró Conrad con propiedad—. Elige, Mary, porque solo tienes esas dos opciones. Si veo a alguien más asistir ese día, olvídense hasta de la ceremonia íntima.
—Pensé en invitar a tu tío, el hermano de tu papá, y a sus dos hijos con sus familias —dijo Carol.
—Ningún tío ni primos. Nunca los vemos y menos van a venir a ver esta boda arreglada. No estoy jugando, madre, solo la familia nuclear. Vayan aceptándolo de una buena vez.
Carol exhaló fastidiada.
—Los hombres no suelen meterse en estas cosas, hijo, dejan que las chicas se encarguen de todo. Cualquier mujer siente ilusión por su boda.
—Pues este hombre si se inmiscuye en el asunto. Se hará lo que digo o se olvidan de la ceremonia.
—Bueno… —Carol añadió fastidiada—. Sobre la luna de miel… ¿Qué podemos hacer y qué no?
—Elige el mejor lugar. ¿A dónde has soñado ir siempre, Mary? —preguntó Conrad.
Lo miré con el ceño fruncido. Conrad estaba loco.
—Eh… Me gusta mucho Tahití —repliqué titubeante.
—Tahití será entonces. Elige el mejor hotel, madre, para la primera noche de bodas. Puedes elegir el vestido que quieras, Mary, el que más te guste —dijo él.
Yo sentía las ilusiones apagadas, pero al ver estas iniciativas de parte de Conrad, una chispa se encendió en mí.
—Y otra cosa… —añadió Conrad—: Compré una mansión más cerca de Washington D.C., quiero enfocarme más en mi carrera política. Allí viviré con Mary y mi hija.
—Pero… Yo pensé que vivirían más cerca de nosotros. No hay necesidad de que se muden lejos.
—No es lejos, madre. Sé que si fuera por ti viviéramos aquí con ustedes, pero no. Una familia necesita su espacio, y más una tan rara como la nuestra.
«¿Rara?», cavilé, mas sabía a lo que se refería.
No nos uníamos bajo circunstancias normales y tenía la idea de que algo de desesperanza había en Conrad, la pérdida de Jazmín se llevó una parte de él.
—Otra cosa… Te conozco Mary y eres floja. Supongo que alguien te está ayudando a cuidar a nuestra bebé, ¿cierto? Bueno… Creo que necesitamos contratar a alguien para que te ayude en nuestra nueva casa.
—Ay, Conrad, siempre tan pesado —dije con enojo, blanqueando los ojos, mas él solo sonrió—. Me ayuda Lydia, la chica que trabajó para ustedes antes.
—¿Lydia? ¿La chica que compartía la habitación con Jazmín cuando desapareció? —indagó él.
Carol asintió.
—No. No quiero a esa chica cerca de mi bebé.
—Nuestra bebé —corregí con tedio.
Me pareció que Conrad sospechaba de ella de algún modo. Me sentí un tanto nerviosa y miré a Carol, pero ella ni siquiera se inmutó. Esa señora sí que sabía controlarse y guardar apariencias.
—Hoy mismo contactaré a la mejor agencia de niñeras. Quiero que la despidas ya. No quiero a esa mujer cerca de “nuestra” hija.
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Editado: 13.09.2023