Tu abandono…, mi venganza

Capítulo 39

Jazmín

 

En el hospital, en tanto esperaba, los policías encargados de mi caso me interrogaron y, por supuesto, se abrió una investigación. Tomaron mis declaraciones, pero insistí en no recordar. Algunos dependían de mí y ya sabía yo que la justicia era ciega, así que, tendría que encargarme por mi cuenta de descubrir y castigar a los verdaderos culpables.

En la habitación, me sentía ansiosa por saber si Conrad vendría por mí o no, si le interesaba todavía o si me había usado y desechado nada más. Me concentré en no demostrar que lo recordaba, ni mostrar mis sentimientos por él. Este sería otro de los retos más difíciles que tendría que afrontar, porque este hombre poseía todavía una parte de mí y no tenía idea de cómo recuperarla.

Cuando Conrad abrió la puerta, su mirada agitada no dejó de enfocarse en mí, parecía que había visto un fantasma, pero un fantasma que esperó encontrar alguna vez.

—Jaz… —dijo con su voz masculina que tenía años sin escuchar, pero que llevaba grabada en mis memorias. Ladeó una sonrisa y bajó los hombros como si descansara.

Se acercó con paso apresurado, se sentó a un lado de mi cama y me abrazó con fuerza.

—Mi amor… —me dijo al oído, mientras se aferraba a mí—. Regresaste… Sabía que estabas viva. Lo sabía…

Yo correspondí el abrazo, sin hablar, apreté mis ojos y lo apretujé contra mí por igual. Había soñado con ese encuentro por años, con su tacto, y solo por ese momento, me permitiría disfrutarlo, perdida entre esos fuertes brazos que extrañé. Enterrada en su cuello, inhalé su masculino perfume de siempre, no de esos que se compran, su olor a hombre que me encantaba y que conocía muy bien. Solo por ese instante, dejaría de lado tantas cosas que no me gustaban del pasado, del presente y hasta esa parte del futuro que ya podía anticipar desagradable. Todo lo olvidé estrechada contra él.

Al fin, tomó mi rostro entre sus manos y me hizo verlo. Sus ojos claros me recorrieron como lo hizo muchas veces antes.

—Te extrañé tanto… —agregó y, al fin, miró mis labios.

Había esperado encontrarme con esos ojos de nuevo y anhelado sentir esos labios sobre los míos otra vez, tal y como lo hizo.

Se suponía que tenía que estar nerviosa como la desmemoriada mujer que simulaba ser, pero no, ese esperado beso no me lo perdería por nada. Así, cuando posó su boca sobre la mía, cuando atrapó mis labios, solo pude corresponder. Me obligué a olvidarme por unos minutos de su estado civil. El contacto de Conrad sobre mi boca se sintió ansioso, afligido, y lo comprendí perfectamente, porque yo estaba igual. Iniciamos con la gentileza de los enamorados, esa ternura del reencuentro después de tanto tiempo, viajando hasta la fuerza de un beso apasionado, saliendo y entrando uno dentro del otro como un par de desesperados; y lo disfruté como nunca.

Aquel encuentro me confundió, si estaba felizmente casado, como vi en la televisión, ¿por qué me besaba de ese modo? Además, me fue a buscar, eso significaba que le importaba todavía. No entendía nada.

Él se separó, me miró de nuevo y continuó besando con impaciencia mis mejillas, mis ojos y mi frente.

Sentí tristeza, porque recordé las imágenes en la televisión, las cuales no correspondían con lo que acababa de pasar entre nosotros ni con los ansiosos besos que nos dimos.  Asimismo, estaban sus palabras: “Sabía que estabas viva…”, que solo tenían una explicación; Conrad me quería, pero pensó que estaba muerta, por lo que continuó con su vida.

Las emociones del reencuentro fueron muriendo, lentamente, al recordar con decepción, que él era un hombre casado y con una hija. Tampoco me permitiría olvidar de dónde había salido yo ni lo que viví, por lo que volví a mi papel.

—¿Quién es usted? —indagué mirándolo a los ojos con pesar.

Conrad retrocedió un poco, impresionado.

—¿Qué? —preguntó confundido—. ¿No sabes quién soy?

Negué con un movimiento de la cabeza.

—Los policías me comentaron algo sobre eso. Tuve la impresión de que me recordabas. Me acabas de besar… Creí que sabías quién era yo.

—No recuerdo… Discúlpeme si lo confundí con mis acciones. Este contacto con usted es el único que he tenido en mucho tiempo, o al menos así lo siento —insistí.

—Es que al verte… No sé… Pero tenías mi nombre en un papel, pensé que me recordabas. ¿Por qué estaba mi nombre escrito allí?

—No lo recuerdo, señor. Solo vienen destellos de momentos, recuerdo muy poco. Creo que estuve encerrada en un viejo cuarto lleno de polvo o… Tal vez lo soñé. No sé…

—¿Encerrada? ¿Te tuvieron encerrada, secuestrada? —preguntó con inquietud.

—No lo puedo asegurar.

No le daría detalles a nadie de lo que viví. Ese secreto era mío. Lo que experimenté solo me pertenecía a mí y no quería la compasión de nadie. La gente podía ser sádica en su curiosidad. Ya sabía que me preguntarían lo mismo una y otra vez si esto salía a la luz, pidiendo explicaciones sin tener el derecho de hacerlo. Me convertirían en la atracción del momento cuando yo solo quería dejarlo atrás. Tenía derecho a decidir qué hacer con esa experiencia.




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