Tu amor en mi piel "En cuanto te vi"

Tanti

 

  Tomaron el camino en dirección a la ruta treinta y ocho que los llevaría hacia Tanti, mientras Amador, como acostumbraba, les contaba un poco de la historia de la ciudad.

  —Imagino que los del fondo me prestan atención —cuestionó con mirada cómplice dirigiéndose a Marcelo y Violeta.

  —Sí, tío, escuchamos cada palabra —respondió ella.

  Jonathan lo ayudaba agregando datos que Amador desconocía, por ejemplo, cuando Esteban preguntó cuántos habitantes tenía el pueblo.

  —Aproximadamente se calcula unos 4500. Este año van a censar, no sé si ya está la fecha programada.

  —Yo escuché que para fin de año —comentó Eva. 

  —Me parece que está muy caluroso para caminar como habíamos pensado, lo mejor va a ser que nos paremos directamente en un balneario, ¿no creen? —aconsejó Laura.

  —Seeeee vieja, me estoy cocinando del calor que hace.

  —Yo también —se unió Marcelo desde el fondo, pero Esteban permaneció en silencio.

  —Chicos ¿será que ustedes conocen algún balneario por acá? —preguntó Amador.

  —La verdad es que no conocemos balnearios. Solo hemos venido con la escuela en un viaje educativo —respondió Marcelo.

  —¿Nunca vinieron de vacaciones? —preguntó Violeta incrédula.

  —No, Viole, nunca vinimos de vacaciones. En el hotel tenemos todo lo que necesitamos —fue la respuesta corta y seca de Marcelo.

  —Le vamos a preguntar a esa pareja que está en la parada de colectivo —indicó Amador mientras frenaba la camioneta. 

  Luego de escuchar atentamente las indicaciones, retomaron el recorrido, se detuvieron diez minutos después frente a la entrada del balneario. Pagaron las entradas e ingresaron a la playa. Igual que la vez anterior, comenzaron a repartirse los elementos para el pic-nic. Jonathan esperó a que todos iniciaran la caminata. 

  —Amador, esto es tuyo. —Jonathan estiró la mano para entregarle dinero.

  El hombre no hizo ningún intento por recibirlo, en cambio lo miraba confundido.

  —Es la plata de las entradas de Marcelo y la mía, hay un poco más para cubrir el gasto de la nafta.

  Amador sonrió al comprender, no tomó el dinero y, con la mano libre, le removió los pelos de la cabeza a Jonathan. 

  —Caminá, mi hijo te espera.

  —No, Amador, por favor…

  —Por favor, vos, Jonathan. Ustedes son invitados, parte de mi familia, como le pago a Violeta o a Tatú se los pago a ustedes.

  Jonathan se quedó mirándolo fijamente y Amador reconoció la gratitud en su mirada, cambió el tono sereno con el que había hablado anteriormente por uno cargado de angustia. 

  —¿Qué clase de vida tienen ustedes acá? —preguntó aunque no esperó respuesta; apoyó su mano en la mano con la que Jonathan sostenía el dinero y con una ligera fuerza hizo que la bajara.

  —De verdad, muchas gracias, Amador.

 —Si querés agradecerme, recordá que tenés dieciséis años. Viví este día como tal. ¿Podrá ser?

  Jonathan afirmó con la cabeza.

  Una vez instalados en un lugar especial que habían encontrado las madres, siempre cuidando de sentarse donde hubiera sombra, empezaron a desenvolver los paquetes que les había preparado Adelina.

  —¿Cómo se llama su abuela? —preguntó Laura.

  —Adelina —respondió Jonathan—, pero no es nuestra abuela, es el ama de llaves del hotel.

  Amador escuchaba atento el intercambio, sin pasar por alto el cambio de actitud de Marcelo que de relajado, mutó a uno tenso.

  —Una persona que tiene este detalle con ustedes es mucho más que un ama de llaves. Es una persona que los aprecia y los tiene presente. Si no es abuela de sangre, es una abuela postiza, pero abuela al fin —expresó Eva que también estaba atenta a la charla.

  —Sí, ella es muy buena con nosotros y siempre nos está diciendo que salgamos un poco. Creo que por eso preparó todo esto, para que no la molestemos por un buen rato —bromeó Jonathan.

  —Yo quiero probar este pan, se ve tan esponjoso.

  —Es muy rico, Viole, probalo si querés.

  —No, Marce, ahora no. Cuando comamos todos juntos lo pruebo.

  Marcelo no estaba acostumbrado a pensar en los demás y mucho menos a contener el deseo. Si él quería algo, lo tomaba en el momento. 

  —Como vos quieras entonces.

  —Ya está todo ordenado —aclaró Amador.

  —No empieces —lo retó Eva entre dientes.

  Él levantó los hombros como si no entendiera lo que su esposa quería decirle. 

  —Fue un comentario nada más.

  —Seee seguro —se burló Eva imitando las respuestas de Esteban.

  Amador no contuvo la carcajada, abrazó a Eva y le besó la coronilla. 




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