Tu amor en mi piel "Sobreviviendo"

Mostrando la hilacha

 

 

Córdoba, jueves 24 de mayo de 2001

 

  Jonathan acompañó a Marcelo hasta la terminal. 

  —¿Estás seguro de que no querés venir?

  —Segurísimo, tengo trabajo pendiente en el hotel. Hace un mes debería haber cambiado de puesto y sigo enredado con los organigramas administrativos. Además, mañana me voy a comer con la familia de Adelina.

  —Ok, no te quedes solo.

  —Dale un beso a la cumpleañera de mi parte.

  —Llamala, no te vas a olvidar.

  —Imposible, me has secado la cabeza toda la semana.

  —¿Te parece que el regalo le va a gustar?

  —Lo va a amar porque se lo das vos.

  —¡Ojalá! La he escuchado muy triste estos días.

  —¡Ojo, no metas la pata! —Se abrazaron y Marcelo subió al colectivo.

 

  El cordobés llegó el veinticinco con la idea de tomarse un taxi hasta la casa de Laura ya que el viaje terminó a las dos de la mañana, pero allí estaba su familia, esperándolo. Como de costumbre, Violeta corrió hasta sus brazos y él la hizo girar mientras la llenaba de besos.

  Esteban los molestaba, en cambio Tatú se mantenía serio, expectante. Marcelo reconoció la ansiedad con que lo miraba, pero lo ignoró. Le pareció justo que sufriera después de lo que había hecho. Jonathan había demorado semanas en reponerse, se había volcado al trabajo y ya no sonreía ni bromeaba como acostumbraba.      

  —Tuve la esperanza de que Jona bajara de ese colectivo, hasta el último segundo —admitió Amador camino a la Traffic.

  —Yo también —siguió Esteban que, al igual que Amador, ignoraba las razones que habían mantenido al cordobés lejos de Mendoza.

  —Creo que está viendo a alguien —largó Marcelo con intención.

  Violeta le pegó con el codo entre las costillas; los dos estaban sentándose detrás de Tatú cuando vieron cómo se le tensó la espalda.

  —Le dolió —le reprochó al oído.

  Marcelo sonrió satisfecho. 

  —Era la idea.

  Esteban volvió a distraerlos con sus conclusiones. 

  —Es obvio que se ha enamorado, si no por qué razón no querría venir. Espero que cuando vayamos me presente a alguna amiga de la novia.

  —¿Qué te hace pensar que es una chica de quien se ha enamorado? —acicateó Marcelo.

  Amador, por el espejo retrovisor, dirigió su mirada a Tatú; al verlo colorado y al borde del colapso, confirmó lo que había estado sospechando: la tristeza de Tatú se debía a Jonathan.

  —¿Vos decís que está enamorado de un chico? Entonces… espero que ese chico tenga muchas amigas.

  A Marcelo lo complació la respuesta de Esteban. Cuando llegaron a lo de Laura, Tatú prefirió no quedarse, no estaba dispuesto a seguir escuchando sobre Jonathan. 

  Esteban fue el primero en dormirse. Al sonido del primer ronquido, Violeta se levantó como si tuviera resortes en las piernas, lo que provocó risas en Marcelo.

  —¡Has venido muy feliz de Córdoba!

  —Siempre soy feliz cuando te tengo para mí. Y que me demuestres que me deseás tanto como yo a vos, me hace mucho más feliz de lo que podés imaginar.    

  —Vamos a ser más felices aún sobre nuestro colchón. ¿Querés?

  —No podría dormir si no me aliviás este sufrimiento. —Le guiñó el ojo junto a una mueca divertida y llena de promesas de placer.

 

  Festejaron el veinticinco con la familia de Tatú, comiendo locro al mediodía y pastelitos por la tarde. Por la noche, Violeta se fue a su casa, pero Marcelo no se escapó. El sábado en la mañana muy temprano tenían una cita con el abogado; se levantó a primera hora y no esperó a Amador sino que caminó hasta su casa.

  A las nueve menos cuarto estaban estacionando la Traffic frente al edificio del abogado Martín Meier. Subieron por el ascensor al quinto piso y se toparon con la puerta que rezaba “Meier - Schmid abogados”. El cordobés golpeó, Martín abrió. 

  —Marcelo, qué gusto conocerte en persona. —Estiró la mano y el joven se la estrechó con firmeza.

  —Lo mismo digo, Martín, estoy muy ansioso por saber en qué has avanzado.

  —Te hemos hecho trabajar un sábado, Martín —comentó Amador.

 —Ustedes han salido perdiendo porque al llegar han tenido que verme a mí y no a alguna de las secretarias, que seguro les parecerían mucho más atractivas.

  —Es un precio justo —aceptó Amador.

  —¿Les ofrezco algo de tomar?

  —Prefiero que empecemos a trabajar —aclaró Marcelo.

  —Gracias, Martín, recién desayunamos.

  —Si es así, empecemos de una buena vez. —El abogado tomó asiento y se acomodó en la silla antes de comenzar a explicar la situación—. Desde que tuvimos la primera reunión, he estado recopilando datos sobre la familia Restrepo por lo que vos me dijiste Amador, que la madre también era víctima.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.