Tu ausencia

Tu ausencia

Sabía que este momento llegaría. Supongo que es la razón por la cual las lágrimas tardaron tanto en manchar mi rostro, aunque una vez que llegaron, dejaron rastros hasta la mañana siguiente; porque a pesar de saber que era lo mejor para mí, el beneficio de la duda que tantas veces te he prestado lo mantenía firme como soldado a pie de guerra.

Fue difícil levantarme cada mañana, observarte hacer las mismas cosas una y otra vez. Leer el diario del otro lado de la mesa, sin siquiera prestarme atención. Tomar del café que te preparaba, sin siquiera agradecérmelo. Ignorarme como si no estuviera ahí. O peor aún, consciente de mi presencia, aunque preferías omitirla.

Uno desconoce la capacidad que tiene de soportar pequeñas injusticias hasta que tiene la oportunidad de hacer una retrospección. Analizar la situación como si fueras un tercero y no el protagonista que vivió cada uno de esos momentos.

Me castigo en las noches por haber ignorado cuando tus mensajes tardaban en llegar, cuando tus excusas para no llamarme eran tantas que comenzaban a repetirse como quien mira una serie por segunda vez incluso cuando sabe lo que sucederá, o cuando te habías metido tanto en mi cabeza que debía pensar dos veces antes de expresar una opinión o sentimiento; desconocer cómo reaccionarías era una cuestión que me mantenía en vilo.

Admito que esto era mejor que tenerte como lienzo en blanco ante mí. Las excusas y peleas requerían de colores, un esfuerzo por elegir cuáles preferías para la ocasión. El silencio, era nulo.

Desconozco en qué momento mi mente dejó de funcionar de la manera en que la conocías. Tal vez fueron las noches que pasaba despierta, observándote, buscando en vos lo que algún día conocí. Buscando en vos, lo que deseaba encontrar. Llegó la oportunidad en que fallé, y fue entonces cuando supe que había tenido suficiente.

No alteré la rutina, porque por más que hubiera tomado una decisión consciente, era difícil adaptar mi cuerpo a una nueva realidad. Estaba acostumbrado a la vida que vos habías moldeado para mí. Te esperé. Esperé a que llegaras del trabajo, a que te bañaras y dejaras la ropa del trabajo tirada en el suelo, junto a las plantas de interior que habías insistido comprar y que accedí con la condición de que las nombráramos juntos. Aún conservo el cactus de flores amarillas al que, tras enviarte una foto, dijiste "tiene apariencia de Adele". Esperé a que te vistieras con ropa cómoda, la remera de mangas cortas con las palabras "San Francisco" bordadas en un semi-círculo y los pantalones cortos claros. Esperé, sentada, a que pasaras detrás de mí y acariciaras distraídamente mi cabello antes de sentarte. Un gesto que muchas veces anulaba mis sentimientos negativos. Esa noche decidiste no tocar el piano, lo que agradecí. Impedía un cambio de opinión.

—Me quiero separar —dije sin mirarte; puesto que, de hacerlo, me arrepentiría.

Recuerdo que te olvidaste de la comida y, por primera vez en mucho tiempo, tuve tu absoluta atención. Tendrías que haberme contado este secreto. Me hubiera servido en otras ocasiones.

—¿Qué? ¿Me estás cargando?

—No —contesté. Podía sentir la duda escalando mi cuerpo. La aplaqué. Era lo que debía hacer.

—¿Por qué? —preguntaste—. ¿Cuándo tomaste esta decisión?

—Hace rato. No me siento cómoda y ya no me prestás atención.

—Estoy trabajando. ¿Qué querés que haga? No puedo estar todo el tiempo encima tuyo.

Tus palabras fue lo que me impulsó a continuar con mi decisión. Nunca tenías ni cinco minutos para mí. 

—No te estoy pidiendo que estés todo el día encima de mí. Te pido un rato de tu tiempo. Igual, esto no va a funcionar.

En lugar de responder, te levantaste y te fuiste. No lloré, porque ya había llorado muchas veces mientras vos dormías o estabas en el trabajo. Sin embargo, albergaba por una reacción diferente. Al fin y al cabo, lo único que esperaba de vos era que te disculparas. Que me pidieras perdón por haber dado por sentado que siempre estaría para vos. Que me dijeras que me querías. Que intentarías cambiar. Porque si me hubieras regalado promesas, yo me hubiera quedado. Mirándolo ahora, en ese momento decidiste colaborar para mejorar mi vida.

Esa noche no me quedé en nuestra casa. Volví a lo de mis padres y, recién ahí, lloré. Estaba sola en mi habitación de la infancia cuando caí en cuenta de que la vida que había imaginado junto a vos se había acabado. La vida que había imaginado, porque la realidad nunca se acercó a lo que tenía en mente.

Esperé que me llamaras o me mandaras un mensaje, y no lo hiciste. Desperté al día siguiente con los ojos hinchados, consciente de que en el futuro me agradecería por haber escapado a tiempo. Porque merezco a alguien que me quiera de todas mis formas. Alguien que no me haga practicar conmigo misma un discurso antes de abrir la boca, alguien que tenga tiempo y lugar para mí en su vida y alguien que me acepte como soy; desde mis partes más oxidadas hasta las más brillantes.

Decidí adaptar mi vida a tu ausencia en lugar de ajustar mis límites a tu falta de respeto, me reencontré y prometí jamás dejarme ir otra vez. 



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En el texto hay: desilusion, superacion, separacion

Editado: 11.01.2022

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