Tú eres el hombre que amo

Capítulo 8

Celeste 

 

Pensé que podría dominar todo lo que siento, que cuando volviera a ver sus rostros este resentimiento que creí muerto, no volvería. Pensé que estaba lista para hacerle frente y dejar atrás el pasado que me marcó. 

Helena me observa sin decir absolutamente nada, ella está esperando que pueda calmarme, porque justo ahora tengo una contradicción de emociones envolviéndome Siento que quiero llorar, que quiero ir hasta donde mis padres y gritarles. Quiero tantas cosas, al final solo pego mi boca a la botella de Whisky dándole un largo trago, siento como quema en mi garganta, pero no me importa. 

Verlo ahí a él... me afectó de alguna manera. Ha pasado un largo tiempo desde que escuché mi nombre en sus labios o su tacto en mi piel. 

—Ellos... ellos estaban todos juntos en un mismo lugar—una risa sin gracia aparece en mis labios—parece que luego de todo este tiempo se olvidaron de odiarse, después de usarme a sus antojos—miro a mi amiga con lágrimas de furia en los ojos—era su compromiso—le comento y Helena se sorprende, me rio sin nada de gracia—él se estaba comprometiendo, con una mujer hermosa, con la clase de mujer que su familia siempre quiso para él y me siento tan estúpida, me siento de tantas maneras. Es como si una parte de mi quedara en el pasado y odio como al parecer todos lograron avanzar, menos yo—cierro los ojos y mis manos tiemblan. 

—Celeste—la voz de Helena es baja y toma mis manos cuando ve mis intenciones de ir por la botella—mírame—ella me hace girar el rostro hacia ella—suéltalo, déjalo ir—mis labios tiemblan antes de que una lágrima traidora ruede por mis mejillas. 

—Los odio a todos, los odio—ella me da una triste sonrisa. 

—Lo sé, y está bien sentirte así—la abrazo dejando escapar lágrimas de furia. Esta vez no hay dolor, solo esa furia silenciosa que me seguía. 

No sé cuánto tiempo paso sacando todos estos sentimientos negativos que me recorren, pero cuando lo hago, me alejo y más calmada camino hacia la habitación de mi hija. Me adentro y enciendo las luces mirándola dormir. Lágrimas se deslizan por mis ojos acercándome a la pequeña que abraza su peluche de Mushu, un gemido se escapa de mis labios cuando mis labios tocan su rostro, un rostro tan parecido al de Owen. 

Antes sabía del parecido, pero solo hasta que lo vi, realmente me di que ella es una copia exacta de ese hombre. 

—Te amo tanto—le susurro. Ella es mi todo, haré lo que tenga que hacer para cuidarla. 

Quizás Owen sea un bastardo maldito, pero me dio la razón por la cual existo ahora. Quiero ser la mejor versión para mi hija, darle la clase de amor que no tuve, porque, aunque mamá no fue tan cruel, siempre estuvo a medias. Siempre fue antes esposa que madre. 

Mis manos se congelan cuando caigo en cuenta de algo que no había pensado antes. La sangre se me enfría y mis ojos se abren con terror cuando pienso en que Aida estará expuesta cuando descubran quien es. Ella es la hija de Owen y Owen es el auténtico heredero del imperio que es los Remington Jones, por lo que mi hija sería la heredera de él. Además de eso, mi familia no se quedará quieta al saber que ella es sangre de quienes consideran sus enemigos. 

El padre de Owen odiaría saber la existencia de mi hija y mi padre también. Ambos son un peligro directo a ella. 

Mi vientre se aprieta con una horrorosa sensación, siento ganas de vomitar al imaginar a mi hija envuelta en las dispuestas de unos locos frustrados como lo son esas dos familias. 

—Yo siempre cuidaré de ti mi amor, te prometo que no dejaré que te lastimen—comento en voz baja. Me acerco besando su frente y la abrigo bien antes de salir de la habitación. 

Respiro hondo con la calma deslizándose por mi cuerpo. Lo de hoy fue el shock del momento, de ahora en adelante debo saber bien los pasos que doy y, sobre todo, debo pensar en quienes son mis aliados y mis enemigos. 

 

**** 

 

—Te amu, te amu, te amu—el canturreo de mi hija tiene a Helena grabándola y riendo sin parar. Una sonrisa se despliega por mis labios terminando de preparar el desayuno y organizándolo. 

—Ella es perfecta—habla Helena riendo cuando mi hija lanza un beso a la cámara. Niego y camino hacia mi pequeña quien siempre despierta con energía, aunque hoy parece que comió un montón de dulce, porque tiene más energía de lo usual. 

La abrazo y mi hija suelta uno de esos griticos de alegría que parecen iluminar mi vida. Todo lo que quiero para ella es que siempre sea feliz y que su risa nunca se apague, ella es mi hija, ella es todo lo que más amo en el mundo. 

—Es hora de desayunar—le digo y ella gira a mirarme con sus ojos verdes puestos en mí. Arruga los labios en un pico y sonrío dándole mi mejilla, ella planta un beso ruidoso y húmedo en mi mejilla y luego me abraza. La siento en su lugar y de una manera ruidosa, muy escandala y llena de energía, le doy su desayuno.  

Ya su lonchera y mochila están preparadas. Hoy ella inicia su nueva guardería, hice una lista de las cosas que pueden hacerle algún daño para que lo lleven pendiente y todo está ordenado. A veces Helena suele bromear diciendo que soy una mamá oso, pero es que mi Aida es mi vida, a veces siento que el mundo real es demasiado cruel y mientras ella es pequeña, quiero darle el mundo perfecto que mi hija merece. 

—¿Te sientes lista para lo que viene?—la pregunta de Helena no me sorprende. Me pasé todo el domingo analizándome, calmándome y asegurándome que nada cambiará. Vine por trabajo, y eso es lo que haré—¿dejarás que él conozca de la niña?—otra pregunta que también me hice todo el día de ayer. 

Miro a mi hija dándole el desayuno, ella hace ruiditos que me hacen sonreír. 

—Por el momento no, primero quiero ver qué ha sido de su vida. No dejaré que, si Owen está tan podrido como mi familia, se acerque a mi hija. Si me parece que su interés es genuino, hablaré con él de ella. Por el momento quiero solo que mi hija no se acerque a ellos. Aunque si él quiere conocerla, solo se lo permitiré a él, no quiero a Aida cerca de los Remington ni tampoco de los Beckett—Helena suspira, antes de tensarse. 




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