Tú eres el hombre que amo

Capítulo 21

Celeste 

Mi día comenzó ameno, estaba... feliz. 

El día de ayer había sido uno muy bueno, pero me mantuvo despierta la mayor parte de la noche pensando en las palabras de Owen y en todo lo que ese hombre me hacía sentir con su sola presencia. Nunca entendí como fue que se clavó tan profundo dentro de mí, pero desde que él apareció en mi vida no hubo otro hombre. 

Siempre fue él. 

Helena me escuchó toda la noche, por una llamada telefónica estuvimos hasta altas horas hablando sobre lo que había pasado, sobre cómo me estaba sintiendo, sobre la manera en que estaba enloqueciendo una vez más y no quería caer tan fácil como la primera vez, pero la manera en que me besaba... me desalmaba. 

Así que llegué a la empresa sintiéndome confusa y algo extraña. Cuando entré me di cuenta de que tenía muchas miradas sobre mi ese día, saludé como de costumbre, pero la sensación de que me observaban y hablaban no se iba. 

Fruncí el ceño cuando una chica me lanzó una mirada de asco y siguió su camino, al llegar a mi piso me encontré a Linda, pero no estaba su usual entusiasmo, en su lugar había una cara de molestia total mientras veía una revista. 

Me detuve frente a su escritorio dejando su café como hago todos los días, Linda levantó la mirada hacia mí y parecía preocupada. 

—¿Pasa algo?—mi pregunta fue con tranquilidad, le regalé una sonrisa y llevé mi café a mis labios para darle un trago. 

—Supongo que aún no estás enterada—la miré confundida y ella suspiró pasándome la revista—mira lo que publicaron—cuando tomé la revista lo que menos imaginé encontrar fue la imagen de nosotros tres. 

Owen, Aida y yo. 

Sentí que el piso completo se desmoronaba bajo mis pies al ver la cara pincelada de mi hija, pero igual ella estaba ahí. Mi respiración se alteró porque solo me llegaron dos nombres a la cabeza. Alex y Oliver, mi padre y el de Owen.  

No esperé más y bajé a toda prisa marchando a la empresa de Owen, cada segundo sentía que mi corazón iba a explotar de la tensión enorme que sentía. Mi hija expuesta, expuesta a la maldad de los Remington y la maldad de los Beckett. 

El camino se me hace eterno, pero cuando llego me doy cuenta de que los de seguridad me permiten el paso sin pedirme identificación, confusa entro ganándome la mirada de los de recepción. No me anuncio, subo al ascensor conociendo a la perfección esta empresa. Puedo reconocer algunas caras, pero no estoy en mi mejor momento para entablar una comunicación con cualquier otra persona. 

Al llegar me encuentro con gente reunida fuera de la oficina de Owen, me abro paso y entonces soy testigo de la manera en que Owen está defendiendo su hija y... defendiéndome a mí. Aun contra su padre veo la manera en que no deja que nadie nos pase por encima y cuando sus ojos se posan en mí, por primera vez desde que me enteré del embarazo de Aida, siento que puedo compartir mis miedos con alguien más. 

No estoy sola. 

Mis ojos se empañan cuando soy consciente de eso, de que ya Aida no me tiene solo a mi o a Helena, de que tiene a su padre para que la proteja como lo hago yo, cuidando de ella. 

Mis pasos son inseguros cuando ingreso a la oficina, siento la mirada de su padre sobre mí, pero no alejo la mía de Owen quien espera por mí. Trago el nudo que se forma en mi garganta quedando frente a él. 

—Lo saben Owen, todos saben sobre mi bebé—mi susurro es aterrado, el miedo de que le puedan hacer algo sobrepasa mi razonamiento. 

—Lo sé nena, lo sé—niego. 

—No, no entiendes. Si algo le pasa a mi hija... mi hija no puede ser lastimada Owen. Papá no permitirá que ella se mantenga a salvo, tú lo sabes—sin que se lo espere Owen me abraza y luego me besa de manera lenta y tranquila. 

—Sobre mi cadáver alguien le hará daño a nuestra hija, desde hoy Aida será conocida, pero será conocida como la heredera de los Remington, Aida es mi autentica heredera, y quien trate de dañarla, se pudrirá en vida—susurra mirando mis ojos fijamente—no permitiré que nadie la dañe a ella o te dañe a ti, ¿bien?—se me escapa un suspiro tembloroso. 

—Bien—mascullo en voz baja. 

—¡Ahora, todos a trabajar que para eso les pago!—el grito que suelta Owen me sobresalta y él suspira tomándome por los hombros—yo revolveré esto, ¿sí?—besa mi frente—sacaré la noticia de las revistas y de internet, todo estará bien—asiento aun insegura y él me da una sonrisa tranquilizadora. 

Giro viendo al padre de Owen observarme fijamente, no aparto la mirada aun cuando estoy nerviosa, sé que no se tomó la noticia bien. 

—Quiero verla—sé que se refiere a mi hija. 

—No, ninguno de ustedes se acercará a mi hija—niego de inmediato sintiendo terror con la sola idea. 

—Es una Remington, debo conocerla—una risa sin gracia se escapa de mis labios. 

—Hace unos minutos estaba negándola, así que no me venga con esas cosas ahora. Ustedes no se acercarán a mi hija, primero pasan sobre mi cadáver—todo el miedo me deja, sacando la fiera que soy cuando veo el peligro frente a mi hija—no quiero que la mierda que son la salpique—Alex parece bastante confundido mirando su hijo hacia mí. 

—Ya la oíste, si me entero de que te has acercado a mi hija, el puñetazo que te acabo de dar será una caricia para lo que haré—Alex asiente mirándome una vez más. Sin decir una palabra se aleja y sale de la oficina, Carter se acerca hacia mí y suspiro sintiéndome agotada y el día apenas e inicia. 

—¿Estás bien?—la pregunta de Carter viene acompañada de un apretón suave en mi hombro, le regalo una sonrisa de boca cerrada y asiento. 

—Si, solo... 

—Siento que esto haya pasado nena, pero lo arreglaré—aparto la mirada de Carter para mirar una vez más a Owen, parpadeo y paso una mano por mi cabello. 

—No quiero que mi hija esté en peligro, pero tampoco quiero que siga siendo un secreto para el mundo, mereces que todos conozcan que es tu hija, pero cuando Aida te acepte como tal, no antes—susurro mirándolo fijamente—no quiero ver a mi hija en las portadas de revistas de chismes, ni siquiera me interesa las tonterías que están diciendo de mí, quiero que mi hija esté bien—Owen entierra mi cabeza en su pecho cuando me envuelve, todo lo que huelo es a él, esa fragancia masculina tan común en él.  




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