En España a finales del siglo xviii, cuando la monarquía estaba en su apogeo y las grandes familias que tenían consanguinidad con la realeza eran los más opulentas, en una de las mencionadas especialmente la conformada por duque de Ballester, su descendencia primaba en sus planes futuros, su primogénito acababa de cumplir la suficiente edad para desposar a alguna de las damas refinadas y de su mismo linaje, pero su hijo no pensaba igual no concordaba casi en nada la tensión entre padre e hijo se acrecentó con el pasar del tiempo, una mañana aquel joven apuesto de mirada atrayente y grácil caminar, salió de sus aposentos luego de ser ayudado para vestirse por los sirvientes.
Mientras caminaba por uno de los extensos pasillos del palacio, cada integrante de la servidumbre se encargaba de limpiar cada rincón del espléndido inmueble, antes de tocar a las puertas del salón privado de su padre se acomodó su peluca y su sombrero de tres picos llamado tricornio.
Al tocar y abrir instantáneamente vio a su madre la duquesa con una expresión de abatimiento que de inmediato oculto tras una sonrisa al verlo, en cambio, su padre se marchó sin mediar palabra alguna con él.
—¿Qué sucede madre? —pregunto a tal suceso.
—Nada, es solo que tu padre hoy no está de buen humor —aseguro, la duquesa—, te ves muy galán como siempre.
Acaricio levemente su mejilla como si se tratase de un pequeño niño.
—¿ Estás segura, madre que no le he incomodado con mi abrupta presencia?
—Si, ya veréis como se le pasara pronto, a propósito tendremos invitados para cenar, quisiera que estuvieras complaciente y no opines si no se te pide.
Agarro la mano de su intelectual retoño.
—¿A dónde me llevas madre? —pregunto de nuevo dudoso si obedecerle o no.
—Daremos un corto paseo por los jardines —dijo aferrándose al brazo de su hijo.
Este joven de nombre Arturo le fascinaba leer, devorar libros, noche tras noche apilaba ejemplares y permanecía en su escritorio escribiendo variados artículos de opiniones basadas en lo que pregonaban las mentes maestras de las letras.
—Intuyo por tu expresión que algo se trae mi padre y me temo que me ha incluido en ello, espero no defraudarle, porque a mi parecer nada bueno me aguarda —menciono tenso, Arturo.
—No debes preocuparte, querido hijo, tu esmerado padre quiere lo mejor para ti, y si así fuese no se te permite poner objeción —dijo detallando las hermosas flores que brotaban alrededor.
Arturo estuvo a punto de responderle con sus típicos argumentos, sin embargo, sabía que eso no lo beneficiaria en nada, conocía bien a su progenitora y lo que diría, prefirió seguirle y sonrie complacido.
—Tienes razón, lo que él decida será lo mejor para mí.
Bajo la mirada acallo las ganas de revelarse y confesar lo que de verdad pensaba y deseaba. En la noche todos se reunieron, incluyendo los visitantes; el conde de Álamos, un caballero distinguido y con poder e influencias junto a él su amada esposa, una dama de carácter dulce y de elegante vestido, su cabellera castaña ondulada recogida con un tocado trenzado a la altura de la coronilla que le aportaba sutileza y su bella unigénita no le restaba en belleza, su apariencia no deslumbro al siguiente heredero de los títulos nobiliarios de su procreador, la única que noto su apatía excesiva hacia la señorita fue su hermana menor Amadia.
—No le hagáis esas caretas a tu futura esposa —le confesó Amadia con una voz susurrante y burlona.
Enseguida volteo a verla incrédulo a semejante comentario.
—Estáis alucinando, hermana —respondió igualmente en baja voz casi inaudible.
—¿De que estan murmurando? —interpelo la duquesa con seriedad y una cara de desaprobación.
Tomándolos por sorpresa y causando que todos se quedaran, viéndolos en especial a Arturo, ya que se le consideraba un buen candidato y un educado joven, obligados a guardar silencio a ambos hermanos, la jovencita de piel blanquecina y pómulos visiblemente colorados, sus ojos avellanas lo contemplaban haciendo que desviara su atención a la comida que adornaba el alargado comedor.
Muy avanzada la noche fría y apacible se dispuso Arturo a salir del palacio, opto por no llevar puesto su traje costoso antes de escaparse, la menor de la familia se interpuso en una de las cientos de puertas con las que contaba la propiedad.
—Amadia, ¿qué haces? —cuestiono contrariado.
—Oponiéndome a que salgas con esos letrados —objetó de pie y los brazos cruzados delante de él.
—Yo soy un letrado como ellos, entonces deberías odiarme, en verdad no tendrías que oponerte a mis aficiones —la miro con detenimiento y luego a todos lados—. ¿Me acusaras con vuestro padre?
—Claro que no, me crees una soplona, pero es peligroso que salgas a esta hora, tendrías que estar en tu alcoba y no actuando como un joven loco y aventurero.
—¡No lo soy! Creo que te preocupas demasiado por mí —acercándose a ella y tomando sus suaves manos con ternura—. Significas mucho para mí, eres mi gran tesoro, ¿lo sabías?
Ella asiente con su cabeza conmovida por lo dicho, él besa sus manos.
—Siempre estaré pendiente de ti, no lo olvides. —te comportas como una hermana mayor, yo soy el que debe cuidar a mi preciosa hermanita.
Amadia torció los ojos, sabía que eso no sucedería.
—Vete, cuídate que nadie te pille fugándote —le da un beso en el cachete.
Él con rápida agilidad y sigilo abrió la puerta y se escabullo, acelerando el paso, ya que le encantaba la adrenalina de hacer lo incorrecto desde niño lo acompañaba esa sensación tan placentera.
La reunión habitual de cada martes se realizaba en secreto y con absoluta reserva en casa de uno de los miembros del club, eran diversos jóvenes de brillante inteligencia los que acudían a los debates, hijos de adinerados.
Mientras Arturo disfrutaba la ocasión en medio de sus amistades agradables al otro lado del mundo en la nueva España, en concreto la villa de dolores vivía una joven mulata que se desempeñaba como criada de un terrateniente español avaro y mezquino, que acostumbraba con complicidad de su señora castigar con dureza a la chica si desobedecía sus estrictas órdenes, ese día se encontraba fregando los pisos de la vasta morada y una de las hijas de los patrones la interrumpió pisándole la mano con sus zapatillas de tacón.