Muy temprano por la mañana, un sargento mayor de apellido morales recorría el corredor principal del cuartel, se entera de un infortunio. Cuando uno de sus camaradas que murmuraban le informo con discreción de cierta fémina había sido encarcelada por robarle a un caballero en plena calle, la expresión que adopto fue de tener la seguridad de quien se trataba, sin pensarlo mucho se dirigió a las mazmorras y ordeno a un soldado carcelero que abriera la reja, obedeció y luego tomo una distancia notoria. Él se agachó y toco sutilmente su cara para asegurarse que estuviera viva, ella entreabrió sus ojos adormilados e hinchados, vio la imagen de su ángel guardián, así lo llamaba.
—Manito —dijo María luisa, despertando por completo.
—¡Que hiciste, María luisa? —el tono de su voz le hizo saber su molestia—, no tenías por qué hacerlo, de verdad no comprendo que te impulso a convertirte en una ladrona.
Se incorpora y se lleva los brazos hacia atrás, en una postura que incómodo a la joven mulata.
—Ya sé, me vas a dejar aquí y lo merezco por el error que cometí.
Se sentía arrepentida de defraudarlo, pero por era mejor estar en el encierro que preferir soportar abusos y atropellos de esas petulantes familias españolas.
—Te equivocas, como crees que te dejaré en esta celda, levántate — la sujeto de su mano como si fuera una niña malcriada.
—¿Qué harás? Tengo que pasar un tiempo en este hueco –observando todo de reojo.
—Nada de eso, te vienes conmigo, yo pagaré la fianza o ¿no quieres que lo haga?
—No es eso, sino que tienes suficientes gastos como para que te hagas cargo de mí.
—Déjame, tranquila, no eres una carga, más bien eres un desafío que no cualquiera estaría dispuesto a luchar —cambiando su enojo por alegría.
Así fue el rubio y trigueño oficial, cumplió su palabra, alojándola en el hostal donde se hospedaba, dado que recientemente había vuelto del sur, Donato que era su nombre de pila y fruto de la unión entre un español comerciante y una india había batallado para incorporarse al ejército por su origen. Dejo su espada envainada encima de un enorme baúl que se situaba al lado de su cama, se sentó en el borde y fijo su atención en la mujer de complexión delgada y ropaje sucio.
—Me comprometí hace dos meses, sé que no lo sabías y perdón, por eso —revelo Morales respirando profundo.
María luisa se quedó inmóvil intentando interpretar lo que acababa de decirle.
—¿Tu futura esposa? —comento dudosa, adivinando al azar el significado de su comentario.
—Sí, mi futura esposa es una buena mujer educada y de familia peninsular, comerciantes como mi padre.
—Es una española —trasmuto su duda a descontento—. A ti también se te pego la pureza de la sangre y el color de piel.
Él se pone de pie y va a su lado, de algún modo intuyo lo que eso representaba para ella, abandonaría.
—No te abandonaré a tu suerte —mencionó con calidez abrazándola en su pecho—, ¿te acuerdas el día que te volviste importante para mí?
—Me salvaste de morir, lo sé —respondió con a mirada perdida como si hubiera retrocedido a ese pasado.
—No lo olvidaste, ni lo olvidarás, así que no hay razón para que pienses lo contrario, aunque me case, no me olvidaré de mi hermanita de corazón.
Donato era unos cuantos centímetros más alto que ella, por lo cual cada que estaba cerca de ella olía su conocido olor en su cabellera larga hasta la cintura, una combinación de tierra y maleza a causa de los sitios que frecuentaba.
Por la tarde, el joven aristócrata de sangre azul y que por el simple hecho de sostener lazos familiares con el rey poseía lujos y comodidades que cualquier hombre desearía, se acomodaba las mangas de su camisa enseguida su ayudante de rectitud y modales acordes a su oficio le anuncio la visita de su primo Louis enrique de palafox, tan rápido como pudo terminar de arreglarse, camino hasta el citado pariente que apreciaba curioso el agua cristalina que caía a borbotones de la fuente.
—Querido primo, no advertí de tu presencia, qué dicha verte de nuevo —declaró saludándolo, bajando ligeramente su tricornio(sombrero) con una pluma blanca a un lado.
—Quisiera decir lo mismo, ¿os parece que estoy en un buen momento?
—No, pero que más da si la cosa se ha tornado de mil colores —le da un codazo con una sonrisa pícara, mientras veía una flor que arranco de las cientos que habían en toda la inmensa propiedad.
—A ver listillo, que te traes ahora, le conozco bien —colocándose delante de él.
—Se dio a andar los rumores del anuncio de su casamiento, mi estimado, con la hermosa hija de los Cortijo, a propósito es una guapura, la señorita —confesó con cinismo dejando caer la flor.
Eso fue una verdadera sorpresa para Arturo, si a escasas horas habían compartido la cena y no se pactó la fecha del casorio, su ira acrecentaba en su interior, no quería casarse, no la amaba a esa dama ni tampoco consentía que su padre le facilitara su existencia, era cierto pensaba distinto y no sería una marioneta que manejara a su antojo.
—¿Quiénes pregonaron tal novedad? —interpeló conteniendo su palpable molestia a lo relacionado con su matrimonio.
—Mi tío, claro está que los preparativos corren ya, es lo que dicta el protocolo de descendientes de un linaje privilegiado, próximamente seguiré yo —aseguró, apacible y optimista.
Su pariente se percató de lo pensativo que estaba, no imaginaba lo que pasaba por su mente extraordinaria.
—Tengo que irme, le veré otro día —dijo Arturo despidiéndose y con afán.
—Vale, contaré con ello y no olvidéis que esta noche habrá otra reunión.
Se topa con el extraño suceso, su hermana Amadia junto a una señorita que lucia un vestido grisáceo de finas telas, conversaban a gusto, estuvo tentado a retroceder y esfumarse sin que percibieran su presencia, demasiado tarde ambas giran y la chica de delicadas facciones le sonríe y Amadia le indica con su mano que se acerque. En realidad no le emocionaba ni una pizca estar en compañía de la damisela que se había transformado ahora en una pesadilla.