La morena se pasó la noche en vela, su propósito no era convertirse en una carga para el excepcional buen cristiano que la acogió y que consideraba como un hermano de sangre, uno de los escasos hombres que no poseían un corazón podrido. Muy tarde regreso Morales, había ido a cenar a la casa de sus suegros, aunque el motivo real de su tardanza fue permanecer más tiempo al lado de su amada, hablaron de gratos temas de conversación bajo la luz de la luna llena.
—Te tengo buenas noticias, manita —se sentó en el borde de su cama, a lo que se quitaba su corbata de flecos—, los padres de mi prometida me han recomendado a una fina y distinguida señora que vive por la calle de los reales, al parecer está en búsqueda de nueva servidumbre.
No permitió que siguiera con su primicia, cuando María luisa visibilizo un recelo a la susodicha pese a no haber oído nada de ella, la invadió un miedo a volver a repetir experiencias pasadas, en definitivo no daría una opinión hasta estar delante de esa señora.
—¿Y si es igual a los otros amos que he tenido?, no lo soportaría.
El visible abatimiento que manifestaba en sus ojos grandes almendrados constataban lo dañada que estaba por dentro, tanto que sus inseguridades y el constante impulso de protegerse provocaban que odiara a la sociedad entera, siendo niña recibió maltratos y vejámenes por parte de sus patrones todos españoles.
—Manita, desde ese día que te vi sola e indefensa, supe que no desistiría en ayudarte —la rodeo entre sus brazos—, dime, ¿te he fallado alguna vez?
El especial cariño que profesaba morales en ella se debía a que perdió a dos hermanas a causa de una enfermedad letal en su infancia.
—No —contestó desalentada, se levantó descalza de la cama y apoyándose en la pared con los brazos cruzados—. ¿Si te equivocas y esa señora es una mujer cruel y despiadada?
La inconformidad en su voz al hablar le confirmaron que era una mujer terca y desafiante por naturaleza.
—Hagamos algo —propuso Morales—. Dale una oportunidad a esta señora adinerada, puede que te trate bien y valore tu trabajo, ¿vendrás conmigo a su casa? dime que si.
Le mostró una sonrisa de esas que a ella le proporcionaba seguridad y confianza.
—Te aprovechas de mí, soy vulnerable a tus intentos por animarme siempre —señalándolo con un dedo.
Llegada la ocasión de acordar una visita con la dueña de la inmensa casona esquinera de bella fachada colonial y balcones, fácilmente se podía apreciar la exquisitez de los gustos de su propietaria hicieron que Maria luisa no siguiera con su pesimismo. En la puerta los atendió una mujer canosa y vieja, una criada que portaba un delantal de tela sujetado en su cintura y con el que secaba sus manos, eso significaba que no se encargaba de una sola tarea sino de varias, una buena señal.
Enseguida los hizo pasar al patio central por medio de un pasillo de habitaciones y pinturas de siglos anteriores, al igual que jarrones que databan su incalculable valor. Apenas pudo rozar con los dedos las flores que impregnaban con su aroma aquel espacio, embelesada sacándola de su ensueño, Morales al entablar diálogo con la dueña.
—Buenos días, señora, disculpé la interrupción.
La dama de aspecto delicado y bien cuidado va a su encuentro, posponiendo su actividad rutinaria de dar órdenes a sus criados sobre el arreglo de su casa.
—Buenos días, capitan Morales, me es grata su visita.
Esto le sorprendió que conociera su rango militar en el ejército.
—Como es de esperarse en alguien como yo, ser puntual y cumplir con su palabra —dijo algo anonadado.
—Le asombro que le dijera que cargo de oficial posee, para su información tengo conocimiento de muchas cosas —replicó orgullosa, la mujer de esbelta figura, con su vestido polonesa, con los puños de sus mangas, con encaje que le aportaban elegancia.
Aquella vestimenta era un furor en España y el predilecto entre las damas de la sociedad aristocrática.
—Mucho gusto, mi nombre es Maria Beatriz Espasso Fiore.
El militar hace una reverencia y besa su mano.
—Doña Maria Beatriz, si me concede llamarla de esa manera, vine con la intención de presentarle ante usted una buena y diligente joven.
Le hace señas para que se acerque a ellos.
Camino lento con incertidumbre, no sabía si estaría presentable se había amarrado su larga cabellera en una media coleta en su coronilla con un pedazo delgado de trapo. Se inclinó levemente y la miro directo a los ojos, notando que la madura mujer tenía sus ojos claros azules, la señora Espasso la detallo por completo y avanzo hacia ella.
—¿Cómo te llamas? —preguntó con voz dulce.
—Maria luisa —respondió con firmeza sin bajar la mirada.
Le encanto ese gesto de su parte, le transmitió confianza.
—Un nombre bonito y acorde a ti, ¿quisieras trabajar para mí?, no debes temer peligro alguno, no tengo el hábito de tratar déspota a mis criados, quienes son los que mantienen mi hogar limpio.
El capitan Morales quedo en silencio y por un instante creyó que se negaría y saldría huyendo.
—Sí, señito, digo si señora cuente conmigo que le seré de mucha utilidad —aceptó favorable a su nueva patrona.
—¿Qué piensa usted, capitan? —dirigiendo su atención a él.
—Estoy satisfecho y me doy por bien servido, haber logrado que encontrara un nuevo trabajo sirviendo a una fina dama de su clase, con su permiso tengo que irme.
Aquella despedida le genero tristeza, ahora viviría allí, su patrona percibió su pesar y les otorgo un momento a solas.
—Maria luisa, me seguirás viendo, claro no serán todos los días, pero ahí estaré si necesitas de mí —posó su mano derecha en su hombro y luego la abrazo con fuerza, de verdad la quería como si fuera su propia hermana menor. Se volverían a separar.
En uno de los grandes ventanales del palacio, se podía ver con facilidad una vela encendida que era lo único que iluminaba la habitación de Arturo, la madrugada se avecinaba, sentado en una silla acolchonada de terciopelo rojo y de dorados retoques, pensaba una y otra vez en su desventura mientras contemplaba sus escritos.