Los días transcurrían con tranquilidad para la bella Maria Luisa, que se encargaba de ayudar a la cocinera y de servir la cena cada noche, aparte era la acompañante de la señorita Espasso. Encantada por su buen servicio y disposición le otorgaba ciertas libertades, cumplía con sus deberes a cabalidad y a menudo podía visitar a morales, poco a poco fueron desapareciendo esos miedos que en ocasiones salían a flote en la inteligente y valiente mujer.
Por la tarde recibió una inesperada novedad de parte de su patrona.
—El capitán Donato Morales contraerá matrimonio con suprometida —le comunicó con visible alegría.
A la mulata no le emocionó la noticia, lo perdería debido a que se distanciarían a raíz de ese casamiento, su novia era hija de españoles aunque hubiera nacido en América, y por supuesto esos señores no verían correcto que siguieran siendo amigos.
—Eso quiere decir...
Una idea en su mente empezó a formarse.
—Eso quiere decir que podrás ir a su boda —replicó animosa—. Fui invitada.
—Les aplaudire reharto a la feliz pareja –sus ojos color café intensos se iluminaron.
La fina y recatada dama se sienta junto a ella, en el mueble que se situaba en el pasillo exterior del patio.
—No se te permitira acercarte a ellos, habrá mucha gente pudiente y conocida de la villa —le advirtió, intentando de algún modo que no se hiciera de fantasías.
Esto la molesto al principió, hizo una mueca de desaprobación.
—¡Es injusto! –apretó los puños—. Es mejor que no este presente, señorita Espasso.
—Maria luisa, tienes que asistir hazlo por él, querría que estés ahí, siempre se ha referido a ti como a su hermanita del alma —acomodo el cabello de mechones ondulados de su criada—. Debes arreglarte no puedes pasarte la vida despeinada.
—Como que no, lo salvaje vive en mi, esta en mi sangre.
La especial fecha llegó, la calle y la iglesia se engalonaron a causa de la feliz unión, las damas y caballeros encopetados hacían alarde a la moda francesa que imperaban en esos tiempos. Todos esperaban el arribó de la novia, Morales nervioso y a la vez lleno de dicha aguardaba de pie en el altar con su traje de oficial exclusivo para esa ocasión. Los soldados en fila de cada lado de las bancas adornadas con claveles blancos.
Atrás de la multitud de asistentes y algunos feligreses, Maria Luisa se mantenía ausente en un intento de ignorar tanto fulgorio, se situó en una de las columnas de la catedral dado que su condición de servidumbre se le prohibía ocupar puesto, llevaba su cabello trenzado en ambos lados con un listón obsequiado por su patrona, al igual que un vestido sencillo color rosa, cubría a medias su cabeza con una tela.
La hermosa novia entro y quien la llevaba hasta la presencia de su futuro esposo era el padre de esta, hombre de estatura baja comparado con la altura de su unigénita, regordete vestido acorde a tan feliz acontecimiento, el resonar de sus zapatillas de hebilla, provoco que Maria Luisa se riera por lo bajó, pero se contuvo no quería problemas.
Ese gachupín como solían llamarlos la plebe y mestizos, y a los que ellos aborrecían, aquel caballero tenían un defecto en su pierna derecha que causaba su caminar gracioso. Su ama la reprendió con la mirada y decide comportarse ante el discurso del párroco. Finalizó la ceremonia y los vio subirse al carruaje que los llevaría directo a su nuevo hogar, el chismorreo surgió respecto al vestido de la novia y otros al numero de invitados al banquete que ofrecerían, a ella lo único que le importo fue que no cambiara y siguiera siendo el mismo militar que conoció hace unos años.
Pasaron dos años, se pregonaba en cada calle y plaza de la Villa de dolores la pronta llegada de nuevas tropas, provenientes de la España ya que comenzaba un nuevo mandato; un nuevo virrey se posicionaría, esto cayo fatal a varios ilustres caballeros que cuidaban con recelo sus privilegios.
El capitán mayor de apellido Morales se vistió rápido en plena madrugada, vaticinaba que seria un día diferentes a los demás debía estar preparado. Cuando se abotonaba su casaca militar, su esposa la señora Cecilia de la Asunción Uriaga de morales, lo despide con un beso como de costumbre.
—Cuidate, te estaré esperando en el almuerzo, querido —lo besa de nuevo para acto seguido santiguarlo.
—Estare bien, mi amor, debo recibir a unos militares peninsulares —acaricia la mejilla de su amada esposa que lo miraba con ternura.
—Te creo, ve con cuidado —susurró doña Cecilia.
Bajo las escaleras que concluían en la puerta principal, se detuvo en el último escalón al recordar algo.
–Si aparece Maria Luisa, te pido que seas paciente con ella –le guiñe un ojo y se va.
Pedía al cielo por su integridad todos los días, sabia a que se exponía a diario.
Los albores de una mañana fría eran el despertar de la veinteañera, que nació siendo criada y moriría como tal, hija de un esclavo africano que logro su libertad gracias a su madre; una española. Se fugaron de Cadiz y formaron una familia en cercanías del pueblo mencionado anteriormente, pero fue corto su tiempo juntos, enfermo de gravedad como consecuencia del desprecio y alejamiento de sus padres que la convirtieron en la innombrable y la vergüenza, la intrépida de piel canela contaba con dos años cuando esto sucedió.
Su consuelo fue tener a su hermana mayor Lauren, sin embargo fue pasajera su felicidad al ser asesinada por un general español que quiso abusar de ella, este hecho la marco aumentado su repulsión a los españoles,es por ello que a toda costa evitaba entablar dialogo, a las señoras ni una palabra les dedicaba habitualmente a la hora del té o chocolate prefería escurrirse o mantenerse ocupada, el 18 de julio hizo su entrada una tercia parte de la tropa y junto a estos el capitán Schuller, uniformado con su sombrero de dos puntas y medallas sobre su pecho que adornaban su casaca azul oscura y bordados rojos, parecidos a los usados por la infantería de granada de pantalones blancos cabalgaba despacio divisando la villa de memorables opiniones, a su izquierda iba el joven Arturo que ahora poseía un apellido que acogió como suyo, era alférez.