Tu eres mi destino

CAPÍTULO 6

Arturo comenzó a simpatizar con Morales, las platicas que sostenían en las noches en casa de este, eran amenas y muy entretenidas para él. A menudo la muchacha de cabellos rebeldes y ojos grandes lo observaban a ratos, mientras se ocupaba de doblar los manteles de mesa, pañoletas y otros artículos, esto no pasaba por desapercibido para el soldado de menor rango, escuchaba a su emisor y fijaba su vista en ella, no se explicaba el por que la veía tanto, ocultaba a la perfección aquel misterioso y nuevo sentimiento frente al capitán.

Con frecuencia el tema abordado era el arte de la guerra, Arturo le narro de sus acciones realizadas en las pocas batallas que ha participado, a Maria Luisa le despertaba cierto interés su dialogo como si quisiera participar claro estaba visto como indebido.

En una ocasión se atrevió diligente el mancebo alférez a seguirla, se disponía a organizar en la alacena la vajilla esmaltada de porcelana, una posesión que atesoraba la familia Morales uriaga y que aún no tenían descendencia. Se alarmo al verlo así que apurada termino su quehacer, se giro y delante de ella unos ojos grisáceos y dulce mirar la miraban pero, instantáneamente sale de esa ensoñación.

—¿Qué se le ofrece? –su nerviosismo fue evidente, no le daba gusto estar cerca de un pusilánime.

Entontecido tanto que su pregunta lo saco de ese trance.

—Me disculpo que mi sorpresiva presencia le haya asustado, tal vez incomodado, ¿pero, es usted la doméstica de esta casa? Intentaba disimular su penosa expresión.

—¡Si, lo soy! —contesto altanera—. ¿ Qué quiere de mi, acaso hice algo malo?

Su malestar no era entendible para Arturo, primera vez que se lleno de valor para dirigirle la palabra.

—¿Por qué buscaria algo de usted? —interrogó con suavidad en su hablar, que le transmitio una buena vibra a la joven.

—No se, es que no acostumbro a que un tipo como  tú me hable —admitió calmada con sus dedos entrelazados apretando con fuerza.

Eso no le genero sorpresa, por el contrario esperaba esa respuesta.

—Sepase, españolete que me prohíben hablar con personas así como tú, asesinos e invasores —manifestó de nuevo con altivez.

Esa declaración lo dejo perplejo no comprendía del todo lo que acababa de decirle, no respondió como lo haría sus paisanos prefirió actuar como usualmente lo hacia.

—Si mis compañeros o compatriotas le han ofendido en gran medida, no tengo más opción que disculparme, sin embargo le pido que me conceda la oportunidad de mostrarme tal cuál soy.

Maria Luisa trago saliva, por un momento creyó que aquel sujeto la abofetearia o la mandaría al encierro perpetuo.

—No has hecho nada malo que yo sepa —inquieta movía sus manos, trataba de conservar su orgullo intacto, cambiar su rudo actuar por la complacencia signicaba rebajarse.

Arturo solo tenía una intención, congeniar con ella.

—Olvidare las feas palabras, si decide que nos llevemos bien ¿que dice?

No dejaba de apreciar desde sus ojos hasta su cabello que caía sobre sus hombros como una cascada de un río caudaloso, lo exótico le atraía aunque no caviló la probabilidad que fuera una atracción física.

—Esta bien, no veo inconveniente a su proposición.

—Mi nombre es Arturo, bueno soy el alferez real San Lorenzo, ¿podría saber su nombre? Si no es molestia para usted.

Un llamado de la señora Cecilia la puso en marcha y que solo dio tiempo de decirle deprisa su nombre.

—Maria Luisa, ese es mi nombre alférez San Lorenzo.

Vio atrás de él a Morales, extrañado de lo que atestiguo, pese a ello no se avergonzó ya que había lograr su objetivo.

En días sucesivos fue creciendo la cercanía entre ambos jóvenes,la forma de mirarse y de expresarse los fue uniendo, tanto que el apuesto abanderado buscaba estar a su lado en secreto, sus jefes inmediatos y Schuller no les agradaba amistarse con negros o mestizos.

A diario sus encuentros amistosos eran en el pequeño huerto de la casa de los Morales, ahí en la oscuridad de la noche cálida y donde su única iluminación consistía en una vela en el suelo encendida. La variedad de temas que surgían de los dos como si se conocieran de toda la vida, Arturo se sentía ajeno a la vez una mezcla de paz y felicidad lo invadía, no cesaba de reírse por cada cosa que ella decía, a partir de entonces no la volvería a ver de la misma manera.

En cercanías a Madrid, Amadía la siguiente en la linea de descendencia de los duques de Ballester, se encaminaba al salón principal de la esplendorosa propiedad, la opulencia y exquisitez se apreciaban por dondequier. Los mayordomos abrieron las inmensas puertas y cerraron tras de ella, tendría una charla corta pero amena con un informante cercano y oculto del cotilleo de la corte española, que no hacían otra cosa que desestimar sus servicios y fidelidad a la monarquía, anónimamente le servía a la joven de envidiable belleza y delicadeza en su trató, Don Eustasio Benavides Alpazuela era un tipo de costumbres peculiares, esa mañana vino con un palpable afán e interés de darle la buena noticia en relación a su hermano.

—Por favor, tome asiento Don eustasio, me es formidable verlo tan temprano ¿alguna novedad? –preguntó sonriendo, acomodándose su vestido al sentarse frente a él.

—Si mi excelentísima dama, como ha sido mi labor durante estos meses, he recopilado información con la ayuda de algunos colaboradores.

La ansiedad se apoderaba de Añadía ante su palabrería.

—¿Es algo malo? Acaso...

—No, no señorita Amadia, no lo considero así —prosiguio—. El joven Arturo fue enviado a Nueva España, el capitán Alexander Schuller esta haciendo una estupenda función, al designarle su seguridad sin que su hermano lo sepa, claro esta ese fue su designio.

Esto la calmo y recupero la apacible expresión en su rostro angelical, se puso de pie y dio unos pasos alrededor de su informante que continuaba sentado en una de las finas sillas de estilo barroco que componía el lujoso nobiliario.




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