El joven de risa contagiosa y modales refinados que compartió cientos de aventuras infantiles con Arturo, contrajo matrimonio un año después del alejamiento de su primo favorito que extrañaba, con la señorita Cortijo fascinado con el atractivo de la dama, se atrevió a comunicarle sus fervientes deseos de hacerla su esposa, ya que había guardado ese interés al saber que Arturo se casaría con ella. Por ende se llenó de valor y ella aceptó su propuesta en el fondo Elizabeth aspiraba a tener vínculos con la familia real.
Al alba, la ahora condesa tuvo una recaída como resultado un aborto espontáneo justo cuando creían que cumplirían ese sueño de ser padres, Louis Enrique, conde de Palafox a raíz de su casamiento, obtuvo tan honorable título, aunque otorgado por su padre que desmejorado su salud gravemente enfermo determino darle ese obsequio. Se paseó de un lado a otro, inquieto y angustiado mientras el médico atendía a su señora esposa, le daba vueltas a la situación en que habían fallado, en bata de dormir y a punto de colapsar su cabeza de tanto repensar.
—Dígame doctor, ¿como está mi esposa?
—La verdad, muy desmejorada, claro está que es producto de la perdida del bebe, le he recetado unas medicinas y también de descansar, lamento mucho la perdida de la criatura.
—Si acataremos su recomendación, gracias por su servicio.
Una amargura lo consumió al renunciar temporalmente la idea de tener descendencia.
—Casi olvido un detalle, su esposa no debe tener ningún disgusto.
—Así será doctor, tan siquiera puedo conocer ¿cuál fue la causa para que esto sucediera?
—Estos casos pasan a diario, son diversas las circunstancias que conllevan tan nefasto desenlace, con su permiso.
—Gracias de nuevo por su valioso servicio —Manifestó abatido.
De repente le entregaron un mensaje escrito uno de sus servidores, informaban de las novedades recientes con respecto a la guerra que se libraba contra los ingleses, eran días sombríos por aquel entonces, su foco de atención se dividió en dos; su amada esposa y el reino español, le concernía por gozar de la dicha de tener sangre azul.
Últimamente las bajas eran incalculables, los máximos superiores que lideraban las tropas caían como hojas en verano, aun cuando Francia los apoyaba con hombres y municiones debido a la unión de parentesco entre las dos monarquías. El batallón de Usares que comandaba Ponteveedra fue el más golpeado, a causa de esto, recibió un disparo que por poco acaba con su pierna que lo aparto de la lucha a muerte, con todo y ello le costaba contener esos impulsos desmedidos de reintegrarse, había sido reemplazado por otra general de menor experiencia, opto por solicitar su puesto en principio sopesaba si Arturo estaría dispuesto a entrar en acción, confiaba por completo en él y que daría la talla por lo cual lo cito en su despacho provisional.
—Buenas noches, general, ¿me mando usted a llamar?
—Sí, tomad asiento —rebusco el recado recibido en su escritorio—. Verás, las noticias son desalentadoras, nuestro ejército ha sido reducido, es preocupante.
La inmensa tristeza se podía percibir en sus gestos, lo alentaban a no quedarse de brazos cruzados.
—Eso quiere decir que ha tomado una importante decisión —dedujo Arturo.
—Así es, serás asignado como sargento primero en las filas de mi regimiento.
—Disculpe general, con el debido respeto, ¿cree usted que estoy apto para ejercer dicho cargo? —expreso atónito ante el anuncio imprevisible.
—Lo harás muy bien, Arturo —reacomodo las misivas que aún no leía—. Arturo tienes capacidades excepcionales.
—Si lo dice usted confiaré, ha estado en tantas batallas, en tal caso asumiré mi nuevo cargo con responsabilidad.
—Marchamos en plena madrugada, se hará una parada en el camino de Balegas por provisiones y destacamento militar.
Hace un ademán con la mano en señal de acato, emprendería una etapa crucial al lado de renombrables caudillos leales al rey.
Los habitantes de Sevilla dormían, calles en total soledad, todavía no amanecía iniciaron el alistamiento de los caballos y la absoluta concentración en su tarea primaba, al salir con su nuevo uniforme destaco de inmediato en medio de los soldados y oficiales, lo saludaron y elogiaron al verle tan presentable; pantalones blancos, casaca azul marino, bordados de hilo dorado de laureles en el cuello y puños, botones a un costado de esta, botas pulcras con espuelas además de su espada envainada que sujetaba con el cinturón dorado y el infaltable sombrero.
Por un instante cerro sus ojos, respiro profundo acondicionando su mente para lo que vendría, pesar con sangre fría sin detenerse hasta que finalice la batalla, estando en el sur les llevaría días alcanzar a la tropa con quienes se unirían, los ingleses habían invadido el norte de la península. Recorrieron sin tanto descanso, cuando casi se acercaban fueron recibidos a plomo de fusil, los gritos de mando de los tenientes y el general no lo distrajeron, su nivel de concentración hizo que identificara los pasos a seguir, aconsejo a su superior para derrotar al puñado de hombres que los retenían en su objetivo, logrando que murieran pocos de los soldados saliendo librados de la confrontación.
Las acciones emprendidas durante los últimos enfrentamientos dieron sus frutos, su iniciativa agrado a los demás, en especial a Ponteveedra admirado de la valentía y arrojo del joven, lograron el retiro de las tropas inglesas, convirtiéndose en una de las tantas victorias que obtendría el veinteañero de mirada penetrante a la vez agradable y labios finos. Un año después basto para dar fin a la lucha encarnizada, su hermana Amadia leía con el corazón afligido cada línea escrita, la poca correspondencia secreta que recibía de parte de Schuller la animaban a no imaginar lo peor.
El tiempo de receso de la guerra no duro mucho, un poco más de dos años estallo nuevamente y ahora contra Francia que en el pasado fue su aliada, en consecuencia de sucesos relevantes, en concreto la caída de la monarquía de esa nación, un nuevo enemigo se hacía paso. Vio una luz de esperanza Donato Morales de cruzar el charco ambicionaba estar en Europa.