Tu eres mi destino

CAPÍTULO 9

 

Al día siguiente, el capitán Morales acudió a la casa de la señora Beatriz Espasso, su intención era dialogar con Maria Luisa en privado. La hallo sentada en las escaleras que conectaban a la casona con el bonito patio con un enorme árbol platado en su centro.

—Buen día, Manita —se dispuso a situarse cerca de ella.

—Buenos días —su voz cansada, sin alegría que la caracterizaba—, ¿a qué debo tu visita?

Poso sus ojos en los últimos escalones, tratando de ocultar su desánimo.

—¿Estás bien?, mirame Maria Luisa, no has podido engañarme ni una sola vez en tu vida.

—Puede que no —suspiro—. ¿Qué me ibas a decir?

Le concedió una sonrisita, imagino que sería agradable por su inusual antojo de hablarle tan temprano por la mañana.

—Quisiera que estuvieras de mi lado, que no intentaras hacerme cambiar de opinión como lo has hecho infinidad de veces, con relación a la monarquía y sus leyes —procuro disminuir el volumen de su voz.

—Ahora ya sé a que vas con esto —se enderezó y lo miro con esa mirada de dureza.

Se levantaron uno delante del otro como si jugaran al papel de juez y sentenciado.

—Esto no tiene sentido —musito Morales, cruzando los brazos, repasando como abordaría la cuestión.

—¿Sentido?, todo carece de eso en este mundo, además que importa lo que piense, si los que manda son esa gentuza.

En medio de su alegato superfluo, le revela la razón de su determinación irremediable.

—Me mudaré a España con mi querida esposa.

Lo sintió como un golpe, el silencio se apoderó de ella y no quería verlo a los ojos de nuevo debido a que era una dolorosa e inesperada noticia, apretó sus labios conteniendo su enfado.

—¿Me escuchaste Maria Luisa? —toco su hombro, pretendia evitar que se afligiera por algo que no podía cambiar a su favor.

—¡Estoy bien, capitán de real ejército de su alteza! —salió corriendo con lágrimas rodando por sus mejillas.

—¡Maria Luisa, no te vayas! —exclamo, quiso alcanzarla, pero doña Beatriz apareció.

—Capitán, estará bien, no se preocupe, es testigo de que quedo en buenas manos y no la desampararé.

—Doña Beatriz, no me perdonará nunca que me haya ido de la villa —profirió en tono lastimero—. Prefería haberle mentido que causarle daño.

Se colocó su sombrero que hacía una perfecta combinación con su impecable vestuario de civil, con un nudo en su garganta sin poder expresarlo abiertamente.

—Como se le ocurre a usted, tal idea eso sería un error de su parte.

—Me temo que al no estar al tanto del pasado tormentoso de su ejemplar y servicial criada, le quite la gravedad del asunto.

—No comprendo, capitán —contesto confundida.

—Ella ha vivido en la oscuridad toda su vida —medito por un segundo si continuar o callar—, me limitaré a contarle que la perdida irreparable de familiares queridos la han destruido por dentro.

La señora dueña de una gran herencia, sintió el impulso de detenerlo para que le relatara esos hechos lamentables, aunque se contuvo ser respetuosa y comportarse, primaba en los buenos modales, anidando dudas sobre el origen de una de sus criadas más apreciadas.

Los cotilleos irracionales de la muchedumbre que se agolpaba en la plaza, aturdían a Arturo que buscaba pasar sin distraerse porque a su lado un coronel de apellido Navarrez le informaba cada pormenor de la lucha encarnizada, donde la derrota fue el plato del día. Los franceses seguían apoderándose del reino, en cualquier esquina, taberna y casas de distinguidas familias se ponía en tela de juicio el proceder del ejército español, el sol iluminaba con gran intensidad, por ende el verano no sucumbía aún, escuchar todo ello no lo aminoro, por el contrario, eso significaba que tenían la capacidad de emprender otras valerosas acciones.

—Esto es serio coronel —replico Arturo que observaba a mujeres, niños y hombres.

—Lo sé, le aconsejo que esto no se divulgue hasta no tener la debida claridad de lo que haremos.

—No discutiré de que nos conviene si atacar o esperar —se detiene entre el gentío que aguardaba las maravillosas noticias del ayuntamiento.

—Parece que algunos de nuestros oficiales se les ha olvidado que si no estamos unidos ante el enemigo, ¡moriremos! —enfatizo tajante.

Reanudaron su paso al salir por el balcón el regidor, cuando ingresaron fueron recibidos por un teniente y un cabo, usualmente los guardias eran los primeros que se topaban a su encuentro, el teniente de apariencia desgarbada le señalo una puerta, aclaro que solo entraría él, por lo cual se dirigió al despacho principal del General Ascanio, que se rascaba las sienes ante una preocupación evidente, apenas lo vio se transformó en un tranquilo sujeto, capto la alteración en su ánimo y levanto la ceja derecha Arturo analizándolo.

—Tomad asiento —escondió su antebrazo izquierdo, detrás de su espalda, de pie y sin ganas de nada trago saliva—. Verá usted el General Ponteveedra me ha relegado una importante labor que le concierne como oficial destacado.

Arturo no despego su mirar sobre el hombre de mediana estatura, delgado, de modales, pómulos sobresalidos, pálido y ojos negros, un veterano, al igual que su padrino de milicia.

—Adelante General, estoy presto a obedecer sus ordenanzas por el bien de nuestra patria. No ocupo la silla ofrecida, con una postura recta y un aire de valor escucharía atento.

—Ha sucedido un hecho devastador —golpea su escritorio con los puños de sus manos, cabizbajo, apretaba los dientes.

—¿Qué ha pasado? —cuestiono con un inocultable interés.

—Nuestro amado rey ha sido encarcelado por órdenes del despiadado Bonaparte —Exclamo lleno de furia, tanto que su rostro se enrojeció.

Eso lo considero como un fracaso, si bien era distante de su familia, no por ese motivo rechazaría que pertenecía al linaje Bourbon, es decir, su primo era el mismísimo rey, las circunstancias presentes lo comprometían a estar en el frente de batalla.




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