Una amarga noticia se reveló en la realeza: el duque de Ballester había caído en cama a causa de los recientes acontecimientos, que lo preocuparon y mermaron su salud. La duquesa permanecía todas las noches a su lado, implorando por su pronta recuperación, los guardias del palacio custodiaban las principales entradas, a media noche hizo su aparición el conde de Palafox quien tuvo que aguardar para tener autorización de seguir.
—Pido disculpas, querida prima, pero no podía hacerme de oídos sordos a la delicada salud del duque.
—Es usted bienvenido —dijo Amadia, visiblemente triste mientras se acercaba a él—. Ha sido días difíciles para mi madre, la duquesa que no descansa lo suficiente, temo que pueda enfermar como mi padre.
El conde lamentaba aquella novedad, si tan siquiera la situación del reino pintara de mil colores, la realidad es que nada se podía hacer. El ejército de su majestad caía bajo la asechanza del enemigo.
—¿Ha vuelto a recibir alguna carta de Arturo?
—No me ha sido posible comunicarle la situación de vuestro padre —contestó dolida—, por órdenes de mi madre, según, ella evitamos que se agrave la salud de mi padre.
—Tampoco he recibido noticias sobre él, aún estoy esperando que me envíe correspondencia.
Afectado porque en cualquier momento sucedería la desgracia, la familia real ha sufrido golpes bajos, su título nobiliario era un recordatorio a su fidelidad como descendiente del linaje monárquico, estaba en contra del usurpador del trono.
—Mi hermano debería volver a ocupar su lugar —se detuvo cautelosa, mirando a su alrededor—. Es el heredero, el siguiente llamado, a ser el próximo duque de Ballester —dijo en voz baja.
—Sería un día memorable, volver a verle vestido como tal digno de un sangre azul —manifestó alegre, reviviendo en su mente el pasado, deseaba reanudar esa camarería que los unió de niños.
—Primo, debería irse o su esposa dudaría de la fidelidad que le profesa —aconsejo Amadia.
—Tienes razón, mi esposa no creerá que he venido aquí, que descanses y saludos a la duquesa de mi parte.
El festejo fue un rotundo éxito, los invitados quedaron admirados de la pulcritud de la decoración, además de la exquisitez de las bebidas, alagaron la atención digna de una familia que se adaptaba a las costumbres españolas. Amaneció bien temprano, María Luisa no cesaba en colaborar a los empleados contratados para limpiar la casa, ella fue cedida a los Morales en préstamo para cuidar de la niña, sería su niñera.
Donato se preparaba para salir, debía ir al cuartel, de inmediato, su esposa se levantó de la cama.
—No olvides desayunar, querido —besa su mejilla y se pone su bata, el frío azotaba.
—Abrígate bien, hoy hace mucho frío, mi amor.
—Lo sé, querido, le diré a la criada que caliente el agua para mi ducha.
—Te tengo una primicia —dijo acomodándose la casaca militar, azul marino y bordados en hilo de oro.
Estática se mantuvo en el umbral de la puerta.
—Fui reasignado a otro batallón, no solo eso, sino también tengo a un nuevo superior —confeso, sintiéndose afortunado.
—¡Es una grandiosa noticia! si eso te favorece, me alegra de verdad.
—Aún hay más información —prosigue—, mi superior es Arturo San Lorenzo.
Se miró al espejo del tocador, y dio la vuelta para encontrarse con la expresión de sorpresa de su mujer.
—No es momento de chistes —dijo sonriendo.
—No es un chiste, cariño —la toma de las manos—. Él es un general, hace tiempo dejó su rango de alférez.
Besa en la frente a su esposa y sale de la habitación.
—María Luisa —aludió casi inaudible.
Esto lo detuvo, comprendiendo la situación.
—Ella no lo recuerda, eso es historia —dijo confiado.
—Si el general San Lorenzo la vuelve a ver, ¿qué pasará?, ¿has pensado en eso tal vez?
Las interrogativas expuestas por su esposa despertaron ese miedo oculto, a perder a alguien que se estima de verdad, sabía que en suelo español las relaciones de amistad o pareja eran prohibidas entre individuos de diferente raza o color de piel, esto acarrearía problemas graves en una sociedad como esta.
No parecía advertir el cielo en una tarde de brisas frescas, la inesperada lluvia. Doña Cecilia arrullaba a su niña con un suave cántico infantil, luego la colocó en su cuna arropándola, María Luisa atenta a las indicaciones de la señora, en ese instante la voz del capitán anunciaba su llegada.
—Encárgate, por favor, organiza la ropa de Paloma.
—Sí, señora, enseguida lo haré.
Dedicada a su labor, con esmero doblaba camisones de la pequeña, abajo dialogaban la pareja de esposos sobre el día a día. De improvisto, la criada dio aviso de una visita.
—¿Quién podría venir a estas horas, querido? —cuestiona su esposa, dudando que fuese importante.
—No lo sé, averiguaré, espérame, ya vuelvo —sale del saloncito muy deprisa.
En cuestión de segundo abrió la puerta, eran varios conocidos camaradas que pedían hablar a solas con él, los hizo pasar y su amada manda a traer copas de vidrio para los visitantes.
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Editado: 08.08.2025