Un inevitable encuentro se dio, la criada de la familia Morales y el general nombrado en jefe de la provincia, trajeron a la plaza principal encadenados a dos ladrones que fueron los causantes de asesinar a un ilustre comerciante, poseedor de una gran fortuna, su juicio finalizo sentenciados a la horca, varios funcionarios presenciaban el acto. En medio de los habitantes estaba María Luisa detallaba a los señores y a cierta persona en particular con desdén; no olvidaba que se hubiera puesto en defensa de sus dichosos compañeros de milicia, con su melena cubierta parecía una mujer anónima que pasaba desapercibida entre la multitud, cruzaron miradas de inmediato, Arturo sintió su corazón acelerarse y Clarisa a otro extremo lo observaba recelosa fingiendo estar pendiente de su padre, ya que el gobernador se hallaba al lado de él, no entendía que o a quienes habían acaparado toda su interés, prefirió omitir eso debía estar a la altura sin enarbolar suspicacias.
Sus ojos cristalinos, claros como el mismo cielo, la admiraban desde el balcón. Ella sentía algo similar, parecido a una especie de familiaridad, ese presentimiento de ser él; aquel que tanto buscaba, negándose a esa posibilidad de que fuera tan siquiera el joven alférez, no podía hacer semejanza.
Después del ahorcamiento de los infelices ahogados en furia, esa misma mañana María Luisa cargaba en brazos a la pequeña bebita, paseándola con ternura por el patio inmenso rodeado de plantas y flores, la otra criada de nombre Lucia se disponía a servir el almuerzo a sus patrones.
La campanita de la entrada anunció un visitante, ignoró el sonido concentrada solamente en cuidarla, el capitán leía las ultimas noticias de la guerra contra las tropas francesas, mira de frente a Arturo que deja su bicornio militar en una mesita cercana.
—¿Qué tal va la cosa, Morales? Le da un apretón de mano —quisiera que hablaremos de un asunto en cuestión.
Dobla el pliego de papel para incorporarse y poder saludarlo.
—Sí, no hay problema colega, —lo rodea con su brazo izquierdo sobre sus hombros—. Dado que llegas a la hora del almuerzo, estás invitado y no acepto una negativa.
—Está bien, si os parece, hablamos posterior a la comida.
—Me parece perfecto, así que siguele.
Se encaminaron en dirección al comedor, su esposa daba sugerencias a Lucía, que hacía a su vez de cocinera.
—¡Oh!, general, ¿nos acompañará? —interpeló amable la matrona de la propiedad, esbelta tanto así que los vestidos resaltaban su cuerpo armonioso, bien arreglada, procurando conservar el estatus.
—Por supuesto, señora Cecilia, los acompañaré —ubicándose a un costado de Morales en el comedor.
El manjar era un deleite, la comida abundaba y Arturo de buen comer, pero esto no significaba que se excediera. Todos comían a gusto, la niñera de carácter rebelde jugaba con Paloma que reía a carcajadas, un juego que consistía en cubrirse el rostro con las manos y quitárselas al mismo tiempo, hubo un momentáneo silencio, le pareció oír una voz que le erizo los vellos de su piel, transformando ese tris en una remembranza, abnegada a querer contemplar la idea de que ese forastero fuera Arturo.
Además, puso en tela de juicio la inocultable diferencia en su color de cabello hasta la personalidad, Tendría que averiguarlo si su loca conclusión era asertiva, pero ¿por qué Morales le esconderia aquella verdad?,pidió el favor a Lucía que viera de la niña, la señora de edad avanzada le colaboró, tenía un especial cariño por ella. Caminó lentamente, temblaban sus piernas, aun así, siguió, con ese latido de profundo temor de ridiculizarse en frente de ellos, el cabello amarrado en una cola de caballo, añadiendo su vestimenta pobre en adornos, se presentó.
Donato la miró y soltó la cuchara en su plato de sopa.
—¿Necesitas algo? —preguntó despreocupado en apariencia, sus nervios lo invadían.
María Luisa quedó inmóvil, pensando en qué decir así que levanto la vista hacia el joven de cabellos rubios cenizos, esta vez no poseía esa mirar frio y distante, por el contrario, reflejaba una nobleza en sus pupilas azules grisáceas, daban a entender la bondad en su alma.
—Dime, ¿qué necesitas?, ¿está bien, Paloma? —volvió a preguntar el capitán ante su mudez.
—Pedirles permiso para ir a casa de doña Beatriz —excusándose por interrumpir el almuerzo.
—Los permisos se piden en otro momento, María Luisa —manifestó doña Cecilia, no percatándose de su imprudencia.
Fue una revelación para Arturo, quedó estupefacto. Un descubrimiento, ahora la conocía, ya no sería la criada, su nombre lo repitió muchas veces en su mente, reconociéndola, haberla olvidado o posiblemente bloqueado su recuerdo.
Donato asimiló que no tardaría en darse cuenta de la realidad, esa que intentó incansable ocultar.
—María Luisa —pronuncio en un débil murmullo.
Ella volteó a verlo, impresionada de que el general dijera su nombre de pila.
—¿Te conozco a ti? —preguntó ofendida, cruzada de brazos.
Permaneció callado, algo le pesaba en el fondo de su ser, aunque tenía dominado la habilidad de estar sereno ante circunstancias extremas o tensionantes.
—Podrías irte a cuidar a Paloma —dijo el capitán, cortando la tensión del momento.
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Editado: 08.08.2025