Taciturna y huraña como resultado de enterarse de la infamia cometida en su contra, atendió esmerada a la pequeña niña, siguiendo su rutina de trabajo como criada en la España de a principios del siglo XIX. En esa época la guerra se encrudeció, contando miles de muertes.
Morales en la cena la observó; no sonreía, había desaparecido su alegría. Doña Cecilia detectaba la pesadez en el aire. Terminaron de cenar y Donato aguardó a que María Luisa pasara al comedor a recoger los platos.
—Siéntate, por favor —le ordenó; no le agradaba convertirse en un jefe mandón—. ¿Te sucede algo?
Él la tomó del brazo para obligarla a tomar asiento; intentando esquivarlo de mala manera, no teniendo opción, acata su designio.
—Debería ser yo quien haga las preguntas, manito —espetó enfadadiza.
Trago saliva; en verdad lo inevitable había ocurrido.
—Dímelo, Maria Luisa —bebió un poco de vino restante de su copa.
—¿Por qué guardar secretos conmigo? Arturo ha estado cerca de mí todos estos meses; éramos amigos, no unos completos desconocidos, y ahora tú, que pides que te respete, acallando mis incesantes pretensiones de comportarme libre como he sido desde mi nacimiento.
—¡No!, es así, te pido no buscar lo que no se te ha perdido, esto es España y no Nueva España.
—¡La tal España que me han forzado a aceptar! —Se pone de pie, menea la cabeza—. Es una tontería estar discutiendo con mi patrón, que además lo aprecio como mi hermano del alma.
Una sonrisa amarga dibujada en su fisonomía daba clara evidencia de lo decepcionada que estaba de él, Donato determino en ese instante hacerse a un lado y permitirle tropezar si así aprendía de su nueva vida en tierras ibéricas.
—Perfecto, ve a hablar con el general San Lorenzo —estos últimos vocablos las dijo en voz susurrante, temía que las paredes tuvieran oídos propios.
—¿A qué se debe ese cambio de parecer?
—Tú me acusas de estar actuando deshonesto contigo, no me dejaste otra alternativa, ¿satisfecha?
Lo menos que le apetecía eran los escándalos, capaces de causarle consecuencias contraproducentes.
—Eso haré, teniente Morales —soltándose con brusquedad de su mano que la oprimía.
María Luisa abandona la charla dolorosa, no dudaría que lo enfrentaría a ese supuesto joven que creyó que jamás la olvidaría o ignoraría con tanta frialdad.
La reducida respiración del hombre cuyos títulos nobiliarios e infinita riqueza no lo salvarían de la expiración, postrado en su lecho y gesticulando frases incoherentes con dificultad producto de la inevitable agonía que sufría, la sirvienta colocaba paños húmedos en su frente calmando un poco su malestar, su amada esposa en un rincón de la recámara matrimonial lloraba en silencio a mares ocultando tras un pañuelo su angustia.
Amadia Rezaba por clemencia para asegurar el alma de su padre, de rodillas a los pies del santísimo, entretanto Alexander Schuller que en el pasado fue un integrante de la realeza pero por azares de la vida el rumbo de su existencia cambio drásticamente. Esperaba afuera de la capilla a la señorita culminará sus rezos, la tarde caía flamante sobre el palacio blanco nacarado, un lujo de propiedad, allí en antaño se crio Arturo junto a sus padres y hermana.
La mujer de cuerpo atrayente y piel canela permanecía alerta ante cualquier indicio del afamado general, su escondió atrás de un callejón, lo vio salir del cuartel decidida a seguirlo sigilosa sin dejar de estar pendiente de su alrededor. Arturo la había visto a María Luisa a lo que fingió desconocer que le seguía los pasos, metiéndose e en una calle desolada poco concurrida a esas horas, justo la puerta trasera de madera vieja y entre abierta fue la oportunidad de dialogar, era la casa de un anciano sordo que convivía con un sirviente, si bien en ese intervalo estaría visitando a un a un pariente.
—Señorita María Luisa Chabak —menciono apático, dándose la vuelta para verla.
Su apellido lo recordó pensó ella, que con verlo supo que nunca la había olvidado.
—Esa mera soy yo ¿cómo has estado, general San Lorenzo?, ascendiste de rango felicidades —contesto finalmente con hipocresía.
—Este no es lugar para ese comportamiento señorita, le aconsejaría abstenerse de burlas innecesarias, ve esa puerta entremos se me facilitaría la conversa.
Desconfiaba de él, en absoluto prefirió que ingresara primero el militar.
—Todos estos meses me evitaste, ¿por qué?
La miraba con una expresión de decepción, el frío calaba los huesos por esto llevaba cubierta su pelo incluido una parte de su cara. Arturo volvió a sentir esa sensación familiar como si su mirada lo embobaran cediendo a ello.
—Quise alejarle de los problemas, sobre todo de aquellos que vigilan en silencio —confeso aturdido, deteniendo el extraño sentir.
—Es igual que en villa de dolores, nadie sabía que éramos amigos, excepto Morales —sonriendo a medias, intentaba quitarle lo peligroso a su amistad.
La luz de la luna los iluminaba, ya que se hallaban en completa oscuridad.
—Somos diferentes, eso nos limita a mantener un contacto social nulo, ¿sabía usted?
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Editado: 26.11.2025