Desde que era un pichón mi madre había alimentado mis dulces pensamientos de recuerdos fantásticos a través de historias maravillosas que me relataba en busca de que mi inquieto cuerpecillo caiga en los encantos del sueño cada noche.
Aquella mujer de apariencia angelical era la musa de mis sueños más dulces y perfectos, la dueña de mi alegría, mi mamá. Sin embargo a mi cuarta primavera la tragedia había irrumpido en mi vida como un esperpento, creando en mi alma un vacío al arrancar de mi camino aquel pedazo de cielo. Aun así el tiempo pasó más rápido que el viento, mi padre, mi hermoso padre se había encargado de mí, cuidándome como si fuera una delicada pieza de cristal. La emoción había vuelto a llenar mi mirada, y no existía el día que una sonrisa no se pintara en mi rostro. Papá Oso; como yo le solía llamar, era dueño de una fábrica de juguetes, por ello, nunca me faltó nada. Mi vida era un sueño, y yo no quería despertar.Ya cumplido mi catorceavo cumpleaños, tenía una apariencia un tanto deseable, me consideraba una señorita bella y adorable; mis ojos verdes eran profundos y transparentes, y mi piel tostada, era suave y tersa como el terciopelo. Las letras y el arte eran dos pasiones que me permitía tener, pasaba las tardes pintando todas aquellas ilusiones que pasaban por mi mente, y en las noches antes de dormir, leía algún libro de amor o suspenso, de esos que con cada palabra te erizan la piel y te hacen desear ser parte de aquella maravillosa historia.
Todos los viernes en las noches, mi padre y yo solíamos ir al parque de diversiones junto a mis amigas. Ellas eran fantásticas, siempre hacíamos pijamadas e íbamos a hacer compras a los grandes centros comerciales. Ellas tenían estilo y personalidad, y era justamente por ello que me encantaba pasar tiempo con ellas, nuestra amistad estaba destinada a durar para siempre.
Frida, por favor, se hace tarde- me encontraba fascinada observando mi nuevo trabajo de arte, las tonalidades frías abarcaban más del cincuenta por ciento del lienzo- Frida- expresaba nostalgia, sin duda sería el mejor de los trabajos- ¡Frida!- volteé a ver por la ventana, mi mejor amiga; Samantha, se encontraba esperándome para ir al colegio, miré el reloj y sólo faltaban diez minutos para que comiencen las clases. Me apresuré en recoger mis cosas, no sin antes despedirme de mi querido padre con un beso en su mejilla- Que te vaya bien hoy princesa,- dijo con dulzura mi padre- Me irá bien papá Oso- al escuchar aquel apodo él no pudo evitar esbozar una bella sonrisa, idéntica a la mía- ¡Adiós papá!- grité desde la puerta y la cerré, afuera, mi amiga me esperaba con los brazos cruzados y mirada de enojo- Te he estado llamando una infinitud de veces Frida, no podemos seguir llegando tarde- sin duda alguna tenía razón, sin embargo, yo me rehusaba a despertarme más temprano, no por lánguida ni ociosa, si no porque casi siempre, soñaba con mi madre, y eran los sueños, espejismos en los cuales podía estar junto a ella.
Frida, ¿recuerdas a Christofer, el chico de cabello rojizo?- volteé a mirarla curiosa y sólo asentí para que continuara con la noticia- Está interesado en ti- comencé a reír- ¿Qué?¿de qué te ríes Frida? Estoy hablando en serio, ¿acaso no has visto cómo te mira?¿cómo se derrite por ti?- no era la primera vez que Samantha me hablaba de algún chico, de hecho ella era del tipo de amigas que siempre se encontraba buscando el príncipe azul que llegara a mi vida y me regalara una rosa todas las mañanas, cartas de amor y bombones rellenos de vino blanco para mi disfrute.
Sam- así solía llamarla- en primer lugar, Christofer no es un chocolate para derretirse a causa de nada, y menos por mí, estás alucinando- ya habíamos atravesado la entrada de la institución, el ambiente era estresante. Habían estudiantes en todos lados, todos desesperados por ingresar lo más pronto a sus aulas. Apuramos el paso, llegamos al aula y nos sentamos al lado de la ventana. Era una mañana bonita, el cielo estaba despejado, las aves cantaban alegres y flores de distintos colores decoraban en los jardines, fuera del salón.
Frida- susurró Samantha a mi oido- mira hacia atrás- miré hacia donde ella me había indicado y encontré a un Christofer sonriente, tenía un libro entre sus manos, y dentro de él una rosa. Le devolví la sonrisa y volteé a ver a Samantha- ¿Ves? Te lo dije, se derrite por ti- alzó sus cejas con picardía- Alguien va a tener un novio...- canturreó en voz baja, le dí un leve golpecito en el brazo para callarla y revisé si alguien la había escuchado.
¿Estás loca Sam?- le dije- ¡te pueden escuchar!- el maestro de Literatura ingresó al aula y todos nos quedamos callados.
Pasaron las horas y las clases habían finalizado, en el refrigerio llegó para el bienestar de todos y como de costumbre, acompañé a Samantha a comprar su almuerzo, sin embargo cuando estábamos por salir del aula, Christofer me detuvo sujetando mi brazo- Frida- dijo con timidez- ¿me puedes acompañar a la biblioteca por favor? Hay algo que quiero decirte- Samantha, que se encontraba observando aquella escena, se encontraba sonriente- Por supuesto dijo ella, empujándome hacia él- es toda tuya Chris.