Ahora existía algo porqué vivir. Todos los días me levantaba emocionado porque en las tardes iría a mis prácticas de fútbol. Mamá se alegra por verme emocionado, como nunca he observado sus ojos iluminados. Alberto en cambio se porta más frío conmigo que de costumbre, ¿Será que está celoso por la importancia que me da mi madre? ¿Acaso lo incomoda mi felicidad?
He mejorado hasta en mis clases. Ya no necesito maestros de regularización porque mis notas han subido mucho. Me siento pleno pese a mi corta edad de diez años, casi once.
Hemos comenzado ya un campeonato junior local. Me emociona ver como desde las gradas la gente mira impresionada mis actuaciones cual si hiciese magia, no hago sino pases largos, tiros directos y en las esquinas que terminan siendo invariablemente goles y realizo dribling con mucha agilidad, además he anotado de menos dos goles olímpicos. Pero en las semifinales un individuo especial me observó jugar, era un periodista. El hombre se llamaba Ayrton, y conversó con nosotros, el entrenador, mi madre y yo, al terminar el partido.
—Debo ser sincero el niño tiene mucho potencial, y sin duda alguna me gustaría reclutarlo para la escuela infantil del Barcelona en Cataluña.
El entrenador comenzó a reir, no por sarcástico sino por lo impactante de la proposición. Ayrton nos explicó que además de periodista en sus tiempos libres reclutaba chicos con gran potencial para varios clubes deportivos internacionales, no nos mintió y dijo que por ello ganaba una muy buena comisión, incluso mayor que la paga por su profesión periodística.
—En Latinoamérica hay muy pocos chavales que no tengan ya su agente, me asombra que no poseas uno. Esta oportunidad te abriría grandes puertas.
—Pero me parece que mi hijo es demasiado pequeño para dejarlo ir —intervino mamá.
—¿Pequeño? Después de los diez los chicos son casi viejos en este deporte, muchos empiezan desde los siete, eso si se desea ser profesional.
El señor Ayrton no habló más y nos dejó su tarjeta, reiteró antes de irse que esta era una oportunidad única. Mamá platicó extensamente sobre la proposición con Alberto por la noche, ellos creían que yo ya dormía, pero los espíe en su habitación mirando por el picaporte y escuhando tras la puerta. Alberto investigó al periodista en el ordenador, al parecer lo que decía era cierto y tenía muchas columnas escritas en los más importantes periódicos digitales de la nación, había incluso un artículo local que lo mencionaba como el mejor reclutador de la zona, lo que hacía desde hace un par de años. Mamá y Alberto sopesaban los pros y contras, la decisión parecía tan difícil de tomar que les llevó horas, ya eran más de las doce por lo que preferí irme a dormir y escuhar por la mañana el veredicto. Al día siguiente Alberto y mamá me esperaban en el desayunador.
—Siéntate hijo, queremos hablar contigo mientras desayunas —dijo mamá acercándome un plato con enormes waffles con frutas y sirviéndome zumo de naranja.
—Tu madre y yo hemos deliberado toda la noche, porque nos importas, y hemos llegado a la conclusión de que será mejor que te quedes en tu país, para estudiar y concluyas en el futuro un grado, El fútbol será desde ahora solo tu pasatiempo —pronunció Alberto, lo último sentí que lo dijo en cámara lenta. Nunca había sido iracundo pero esta vez me llené de furia. Arrojé mi plato al suelo y se rompió ruidosamente y mis ojos se llenaron de lágrimas, finalmente hablé.
—Tenías que ser tú Alberto, quieres arruinar desde siempre mi vida, intervienes en todo como si fueses mi padre y no lo eres, no lo eres, y nunca lo serás. Te aborrezco porque eres un hombre mezquino, solo quieres a mamá para tí.
Pese a lo insolente de mi respuesta Alberto no me golpeó ni insultó, todos permanecimos inmóviles y sigilosos por unos instantes. Pero pronto me fui a mi habitación y desde ahí se escuhó un quejido lastimoso y tan profundo que parecía que agonizaba. Cuando subía las escaleras oí a Alberto decir a mamá "¿Acaso si te quisiera solo para mí, no lo dejaría ir?".