Tu Nadie

Capítulo 2

Señor Nadie

—Cumpliremos cualquiera de sus condiciones —una vez más el director, que además es dueño del complejo de ocio, me asegura la seriedad de sus intenciones de integrarse en nuestra red. Algo turbio tiene este hombre…

En mis diez años de trato cercano con personas de distintos estratos sociales, he aprendido a captar esos matices. Está claro que le interesa asociarse con nosotros. Conozco bien a este tipo de gente… Nuestra compañía no es solo una marca, un nombre que eleva el estatus del local, sino también inversiones para su desarrollo, inversiones que, bien manejadas, pueden repartirse de muchas formas.

Sí, me entregaron toda la documentación de un largo periodo, que aún debo estudiar… pero no se trata de cifras. El papel lo aguanta todo; lo importante es ver el funcionamiento desde dentro, observar el nivel de asistencia y, sobre todo, a los propios clientes. Todo funciona como un conjunto.

La discusión preliminar de los primeros puntos terminó en el despacho del director. Tras varias horas de conversación y recopilación de información, nos trasladamos al restaurante. ¿Y qué puedo decir…?

Hoy tengo la sensación de que han reunido aquí a todo el “mundillo” de la ciudad. Aunque, en lugares como este, ese tipo de “caras conocidas” pueden estar por todas partes. Y no es seguro que no sean considerados la “élite” local.

No, no presumo de ser el típico capitalino moderno y elegante, de esos a los que no conviene provocar… Simplemente, la diferencia entre nosotros salta a la vista. Sin ánimo de ofender a los que viven en esta ciudad.

Y no es solo por la ropa, escogida lo más llamativa posible, ni por el maquillaje excesivo, ni por las ganas de colgarse todas las joyas de la caja, ni por la forma desenvuelta de hablar, tanto hombres como mujeres… no…

Aunque… quizá también sea por eso.

Este tipo de ciudades y locales los incorporamos a nuestra compañía por primera vez. Antes, solo trabajábamos con capitales de provincia.

Sinceramente, yo estaba en contra, pero mi socio y amigo de siempre insistió con terquedad en que aquí había un gran potencial.

Vale, volvamos al análisis. Al fin y al cabo, esta es mi parte del trabajo: la financiera. Pedro, en nuestro tándem, se encarga de la parte creativa.

El local es grande y está lleno en un noventa por ciento. Eso está bien, siempre y cuando no sean familiares del personal ni amigos del director. La reforma se hizo hace mucho tiempo y… en fin, ya no es que esté pasada de moda, es que parece de otro siglo: todo polvoriento, colores apagados o desvaídos, la vajilla barata, seguramente heredada de algún comedor público, el espacio mal distribuido, el personal vestido cada uno como le da la gana.

—¿Le gusta nuestro sitio? —me interrumpe una de las chicas sentadas a mi lado.

¡Venga ya! ¿Para qué demonios Ignashkin ha traído a esta mesa a toda esa compañía de “leonas sociales” locales?

Aunque las presentó como sus amigas… no está claro qué papel deben jugar aquí.

Giro la cabeza hacia la persona sentada junto a mí. Que me perdone mi madre, mujer culta y directora de una escuela de ballet, por mi francés, pero la chica de al lado es una puta de manual. Y aunque Ignashkin, como dueño de este complejo de ocio, me la haya presentado como la hija del alcalde, mi opinión no cambia. Y, por otro lado, ¿qué impide que la hija del alcalde sea una chica de vida ligera? Exacto, nada.

—Concreta —no me apetece hablar con ella. Normalmente soy tolerante, pero ahora mismo me apetece burlarme de semejante… corta de luces, vacía… una gata callejera más que una “leona”. Y no porque esté atrapado en mi drama familiar, ni siquiera en mi tragedia, no… Simplemente tengo un humor de perros y quiero arruinarle el día a alguien más.

Milana o Milena… creo que se llama así, pestañea varias veces con sus pestañas postizas y abre la boca.

—¿Qué? —suelta.

—¿Qué exactamente se supone que me debe gustar? ¿La ciudad? ¿El restaurante? ¿La naturaleza? ¿El clima?

—¡Ah! —exclama al fin, como si lo hubiera entendido—. Hablo del complejo de ocio. ¡Es genial, verdad!

—Cuestión discutible… —estoy a punto de desarrollar mi idea, pero me detengo.

Al salón entra una chica. Mi primera reacción: “¡Taya! ¿Cómo ha llegado hasta aquí, a cientos de kilómetros…?”. Pero tras parpadear un par de veces, la niebla se disipa y comprendo que no es ella. Esta es otra chica… joven, guapa, ligera, como una mariposa… Lo que la une con Taya es la gracia y la figura de bailarina que interpreta su papel principal en el escenario.

Se acerca a nosotros y, con cada paso, veo más diferencias. No solo con Taya, sino con todas las “damas” que me rodean.

¿Cómo se comportaría Taya? Ella caminaría erguida, con la gracia de una prima ballerina, subrayando con cada movimiento, cada giro de cabeza y cada mirada su singularidad y superioridad. Nunca tuvo reparos en mostrarse, ni en venderse —seamos honestos—, pero no tan barato como la hija del alcalde sentada aquí, sino “por todo el oro del mundo”. Aunque, en realidad, nadie le daba ni un céntimo…

¿Y cómo se comporta esta chica? Avanza con gracia por el salón, atrayendo inevitablemente las miradas de los hombres, pero… tiene un rumbo marcado y lo sigue con firmeza, mirando al suelo. Nada de sonrisas, ni miradas coquetas, ni gestos fingidos… solo trabajo.




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