Nadie
—Ya llevas un día entero en la ciudad y todavía no has llamado —escucho en el auricular la voz monótona y descontenta de mi madre. El trabajo de profesora la volvió… seca. Ella, acostumbrada a perfeccionar cada gesto, cada giro de cabeza, cada mueca de una bailarina… y en contraste con ellas, terminó pareciendo un cartón. Se disuelve en sus alumnas, y a mí simplemente me tolera, o quizá hasta me odia.
—Tenía asuntos urgentes —respondo lo más tranquilo posible.
—Asuntos… asuntos… Siempre ocupado, nunca tienes tiempo para tu madre. De tu partida me enteré por Motya —mi asistenta. Una mujer encantadora de unos cincuenta años. Rara vez me cruzo con ella, pero la casa siempre está limpia y la nevera llena de productos frescos—. Fui a controlar cómo trabaja. A ti no te importa lo que pasa en tu propia casa. —Mi madre siempre critica a Motya, pero yo no tengo quejas. En año y medio no ha desaparecido nada del piso—. Le di instrucciones claras: la casa debe estar en perfecto orden, incluso si tú no estás. ¿La viste limpiar el polvo?
—Supongo que con un trapo y un abrillantador… —tan vital, ¿no?
—¡Secó el alféizar delante de mí con un trapo húmedo!
—¿Y? ¿Dónde está el crimen? Seguramente estaba sucio.
—Si lo limpiara cada día, ninguna suciedad —mi madre enfatiza la última palabra— habría.
—Eh… ¿me llamas solo por esto o hay algo más de peso?
—En realidad quería hablar contigo sobre una nueva puesta en escena de ballet…
—¿Cuánto? —ya es la segunda este año. La primera fracasó estrepitosamente, sin justificar la inversión. No es mi ingreso principal, así que di el dinero y lo olvidé…
—El guionista de esta obra ganó una beca a nivel regional, pero para que el director pueda desarrollar plenamente la idea y presentarla con dignidad, se necesitan más fondos. La dramaturgia general del espectáculo…
—Entiendo, es genial. ¿Cuánto?
—Trescientos —dice la cifra y se queda en silencio, esperando.
—Lo pensaré.
—Necesito una respuesta ahora —presiona, como siempre—. El director cuenta conmigo.
—¿Por qué? Déjame adivinar. ¿Porque ya le prometiste ese dinero? ¿Y si me niego?
—¡No podrías hacerme eso! Estuve quince horas sufriendo contracciones, pasé noches en vela cuando enfermabas tres veces al mes…
—No empieces con lo de las noches… Recuerdo perfectamente cómo, con treinta y ocho de fiebre, me quedé en el camerino durante una función. Dejemos el pasado… ¿Mamá?
—¿Qué? —responde demasiado nerviosa.
—¿Alguna vez me quisiste de verdad?
—¿Por qué esa pregunta?
—Simple curiosidad.
—Sí. Te quise y te quiero. Eres mi hijo. No diré que eres el mejor hijo del mundo —gracias por eso—, pero eres mío… Saliste a tu padre —añade en voz baja—. Entonces, ¿qué pasa con el dinero?
—Te daré el dinero, tranquilízate —escucho cómo suspira aliviada—. ¿Y si lo hubiera perdido todo? ¿Y si me hubiera quedado en la ruina? ¿Qué entonces?
—Pero no lo perdiste todo, ¿verdad? ¿Para qué imaginar esas tonterías?
—Yo no, pero Petr sí. Tendré un nuevo socio.
—Petr nunca me gustó —vaya revelación. Lo conozco desde la universidad y mi madre jamás había dicho nada en su contra, al contrario—. Es tonto, avaro y mediocre. Debiste comprar su parte hace tiempo. Ahora ya no tiene sentido lamentarse… ¿Y con el nuevo socio, crees que podrán trabajar juntos?
—Tengo que verlo… entonces juzgaré.
—Por cierto, ¿ya fuiste a ver a Taia?
—No. Quizá mañana…
—Cómprale sus flores favoritas, está muy decaída. ¿Cómo ves tu futuro?
—No lo sé —respondo con sinceridad—. No sé qué pasará mañana cuando la vea. Si algo se moverá dentro de mí o si todo seguirá igual de vacío.
—He visto a su madre, me parece que en ellas es algo de familia…
—Mamá, terminemos esta conversación. ¿Recordarte que tú misma nos presentaste y estabas contenta?
—¡Me equivoqué! Todos se equivocan. Tienes que dejarlo. Suéltala. Eres joven. Aún puedes empezar de nuevo.
—Basta. Estoy cansado. Ya es tarde.
—Está bien, descansa, pero piénsalo… Y no olvides el dinero.
—No lo olvidaré. Adiós.
No dormí la mitad de la noche. Pensaba en todo… en la vida, en el pasado, en Asya. Quise escribirle, pero miré el reloj y decidí que ya era demasiado tarde. Esta semana tiene libre, así que duerme… Abro la “Galería” en el teléfono y miro su foto. Sí, la fotografié a escondidas, mientras dormía. Paso el dedo por la pantalla. La extraño… Mi niña.
Ahora no puedo traerla, ni ir yo mismo. Primero debo resolver el asunto con Knyazev, con Petr… Todo debe estabilizarse.
Antes de ir a la oficina, pasaré por Taia. Por mucho que corras, la realidad no desaparece.
Caigo en un sueño inquieto. Los acontecimientos se amontonan como una bola de nieve… gente del pasado, del presente… y en todas partes me acecha el peligro. Me despierto bruscamente. El reloj marca las ocho. Es hora de prepararse.
#1524 en Novela romántica
#478 en Novela contemporánea
diferencia de edad, protagonista dominante, protagonista inocente
Editado: 15.12.2025