Timur
—Svetlana, buenos días —entro en la recepción y saludo a la secretaria—. En quince minutos, todos en mi despacho.
—Buenos días, Timur Olegovich. Pero el señor Petr Eduardovich aún no ha llegado…
—Precisamente por eso la reunión, no lo retrases, ya van catorce minutos —entro en mi oficina y cierro la puerta de golpe.
No tenemos muchos empleados… Dos contables, dos diseñadores, dos informáticos, una secretaria compartida, un financiero que me ayuda con los cálculos… No producimos nada, ofrecemos servicios, así que no se necesita demasiada gente.
A la hora señalada, los empleados entraron en tropel a mi despacho y se sentaron en sus lugares habituales.
—Los he reunido para informarles de cambios en la dirección. A partir de hoy, Petr Eduardovich ya no es mi socio. En nuestro equipo aparecerá un nuevo miembro…
—¿Grande? —pregunta la contable principal, dama de edad madura, siempre en busca de algo.
—No lo he visto, no lo sé.
—¿Habla del miembro o de su dueño? —una pregunta muy “pertinente” para la reunión.
—Ni al dueño del miembro ni al miembro mismo los he visto. ¿Les sirve esa respuesta? —todos sueltan la risa, como si hubieran venido a un monólogo cómico y no a una junta. —Seamos serios, no concentremos toda la atención en la palabra “miembro” —los llamo al orden.
—A usted le resulta fácil, usted sí lo tiene —la contable principal decidió rematarme hoy—. ¿Y nosotras qué?
—¿De verdad a nadie le preocupa que Petr haya desaparecido, que se haya esfumado? ¿Les interesa más la historia del nuevo miembro que lo que le pasó a él?
—Todos lo sabemos —dice uno de los programadores.
—¿Qué exactamente?
—Mientras usted no estaba, un par de veces vinieron al despacho unos tipos fornidos. Hablaban fuerte, así que… no hay secretos.
—Entiendo, entonces no tiene sentido seguir con esta conversación.
La puerta de mi oficina se abre de golpe. En el umbral aparece una chica… dama… mujer… ni sé cómo llamarla. Posee esa belleza moderna: arreglada, atractiva, maquillada con esmero, de modo que su edad podría oscilar entre veinticinco y cuarenta.
—Perdón, llego tarde —dice la señorita.
—¿Tarde a qué? ¿Y usted quién es?
—Entiendo que esta es la reunión de todo el equipo. Vengo de parte de Yaroslav Konstantínovich —y entonces caigo en la cuenta: esta es la “especialista competente”. ¡Genial! El viejo nunca dijo que sería un hombre; que yo lo pensara, es problema mío—. Me llamo Aida Romanovna.
—¡Qué encanto! —exclama la contable principal, llevándose las manos al pecho—. ¡Qué nombre tan precioso, Aidita! Yo soy Raísa… Raechka. ¡Qué maravilla!
Aida no esperaba que aquí trabajaran semejantes bromistas, así que se queda desconcertada, observando a todos los que sonríen y se ríen por lo bajo.
—Ya que todos están al tanto, volvamos a nuestros puestos —aplaudo para atraer la atención hacia mi modesta persona. Los empleados se levantan y se dirigen a la salida.
—Claro, claro, jefe —ay, Raísa, qué cabra—. Qué equivocado estaba usted… —sacude la cabeza—. Prometieron un miembro, ¡y resulta que es toda una muje…
—Raísa —la miro de reojo, taladrándola con la mirada—, como sigas…
—Ya entendí. No soy tonta; si lo fuera, no habría entendido —y sonríe, esa sonrisa… como un gruñido. Así es nuestro “cariño mutuo”. No, es una mujer normal, solo que hoy le dio por ahí. Se nota que las crisis otoñales de los locos están en su punto máximo. —¡Pecadores, seguidme! —Y entre carcajadas generales todos abandonan mi despacho.
Solo queda Aida.
—Bueno, Aida, bienvenida a nuestro equipo. Por favor —le indico la silla. Sinceramente, no sé qué contarle—. Mejor preséntese usted brevemente.
—Solo si usted también me cuenta de sí mismo, socio —la dama no es nada ingenua. Más bien, no lo es en absoluto. Detrás de su fachada pulida se esconde una mujer curtida. ¿Quién es? ¿Y qué papel juega aquí?
—Estoy abierto al diálogo, pregunte lo que quiera —digo, levantando la mano en señal de disposición.
—¿Está casado? —qué predecible. Decidió empezar por ahí.
—Irrevocablemente —una sonrisa torcida se dibuja en mis labios—. Ahora me toca a mí preguntar. ¿Cómo ve usted nuestra asociación?
—¿Y qué pasa con la pregunta: “¿Estoy yo casada?”? Rompe usted mi corazón con tanta indiferencia —ese coqueteo descarado empieza a irritarme. Otra cosa sería si entre nosotros hubiera surgido una chispa, o si nos conociéramos desde hace tiempo. Pero así… intentos sin fundamento de seducción “desde la puerta”. ¿Para qué? Además, no vino de la calle, sino de parte del Knyaz. Es su protegida… amante, lo que sea, pero hay que ser idiota para enredarse con ella.
—En horario laboral prefiero hablar de asuntos laborales.
—Pero a mi pregunta “no laboral” sí respondió.
—Quise mostrar que no tengo nada que ocultar, socia. Ahora, ¿qué hay de su papel en nuestra organización?
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diferencia de edad, protagonista dominante, protagonista inocente
Editado: 15.12.2025