Tu Nadie

Сapítulo 29.

Timur

—Raya, ¿estás conmigo? —le pregunto a la contable principal en cuanto la puerta se cierra tras ella.

—¡Por supuesto, Timur Olegovich! Quien está con usted es un héroe, y quien no… pues no. ¿Qué, se avecina guerra? ¿Habrá ajustes de cuentas? ¿Tiros? ¿Quizá hasta un secuestro?

—Creo que viste demasiados thrillers criminales… No exageres. Solo vamos a ser más astutos.

—Adoro engañar al sistema —esta no es Raya, es un agente del infierno. ¿Cómo en un cuerpo tan angelical, tan diminuto, rubia de ojos azules, puede caber tanto fuego? Es una mujer inteligente, con lengua afilada solo para despistar. Pero cuando se trata de grandes operaciones y mucho dinero, se convierte en una especialista silenciosa de primer nivel. Ningún inspector fiscal logró atraparla jamás. Eso lo dice todo—. ¿Cuál es el plan?

—¿Recuerdas que los últimos cinco clubes los registramos solo a mi nombre?

—Sí —asiente.

—Bien. Si esa señora pide documentos sobre los clubes, no le des todo de golpe, entrégaselos por partes. Yo, mientras tanto, me moveré por las ciudades y los venderé rápido. Estoy seguro de que compradores no faltarán. Tú tienes acceso desde tu ordenador a la contabilidad —ella vuelve a asentir—, ¿podrás ver los movimientos y transferir el dinero a la cuenta offshore?

—Fácil —Raya ya saborea la aventura.

—Pero no te creas heroína de novela negra. Si nos atrapan, no habrá caricias. Aida Romanovna, como socia, tendría derecho a una parte de la venta… si fuéramos justos. Pero ha hecho demasiado poco por la empresa, así que su parte es cero. Prefiero repartir ese dinero con Petr…

—No lo hagas, lo despilfarrará —dice Raya con amargura.

—Ni ganas tengo… Está bien, ve a trabajar y piensa en qué actividad nueva podríamos emprender. Abriremos otra empresa con los mismos empleados, dejando atrás el lastre. Ahora prepararé los documentos y mañana temprano iré al complejo más lejano y caro. Si esa —señalo con la barbilla hacia la puerta— pregunta, dile que estoy de licencia por asuntos familiares.

—No me gustó desde el principio —susurra Raya—. ¿Una infiltrada?

—Exacto. Hay que pensar cómo cubrirnos si nos descubren —digo más para mí que para ella—. Ve. —Le hago un gesto y empiezo a ordenar los papeles.

Clasifico rápido los documentos de los cinco complejos que visitaré y, con suerte, venderé.

—Empezaremos por el más lejano y más caro —murmuro, guardando los otros nueve en la caja fuerte.

—¿Compartes tus planes? —casi salto del susto.

—¡Carajo, Aida Romanovna! Recuerde: a mi despacho se entra tocando y con permiso. Así cualquiera se queda tartamudo.

—No pensé que fuera tan aterradora como para que un hombre adulto se sobresalte al verme —dice con una sonrisa venenosa. ¿Dónde está mi dulce Asya, a la que quisiera abrazar… y no esta tiburona?—. Por cierto, ¿Petr también seguía esa regla?

—No hago excepciones. Las reglas son reglas. No me gusta que se acerquen a escondidas… Y no, no hay excepciones.

—Qué… principista, duro y nada amable eres —pone morritos de pato. Espero que no crea que esos trucos baratos me afectan. Descifré esas artimañas de niñas ya en primaria.

—Lamento decepcionarte: en el cincuenta por ciento de participación no se incluyen todas esas “ventajas”, socia —intento sonreír con amabilidad, pero sé que no me sale ni de lejos.

—¿Todo esto porque soy mujer? Si fuera un hombre, ¿te comportarías distinto?

—Pff… ¿y de dónde sacas esas conclusiones? —empiezo a mover papeles de un lado a otro en la mesa, fingiendo estar muy ocupado. ¿Entenderá y se irá? No, no se va, al contrario, se acerca aún más. No, no, no… justo lo que no quería: se planta a mi lado, apoyando el trasero en la mesa. —En mi organización, mejor dicho, en la nuestra, hay democracia… Nadie viola los derechos de nadie y no existe sexismo.

—Ah, ya entendí, todo es por tu esposa —muerde su labio y me mira con picardía, como si hubiera descubierto mi secreto más oscuro.

—Vaya ocurrencia… ¿por qué intentas atribuir todos mis problemas al estado de ella?

—¿Cómo que por qué? Te cuidas de las mujeres bellas e inteligentes, temes que tu mala experiencia matrimonial se repita. Créeme, con cada nueva mujer todo es distinto, no proyectes…

—Vuelvo a dudar de tu formación. Quizá mentiste y en realidad eres psicóloga… o manipuladora profesional. Y sobre lo de “bella e inteligente”, no te adules, nena.

—Admítelo, ¿tienes a alguien? Un hombre como tú no puede estar solo año y medio.

—Aida Romanovna, ¿no le parece que hace preguntas fuera de lugar a alguien con quien lleva conociéndose —levanto la mano y miro el reloj— dos horas y dieciséis minutos de jornada laboral? ¿No será hora de ponerse a trabajar? Porque, sinceramente, veo que de ti hay tanta utilidad como de Petr últimamente: ninguna.

Por fin despega su trasero de mi mesa y se dirige a la puerta.

—No se preocupe, Timur Olegovich, de mí sí habrá provecho —abre la puerta y se marcha.

—Maldita muñeca, qué pegajosa —murmuro mientras guardo los documentos seleccionados en el maletín de cuero.




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