Tu Nadie

Сapítulo 30.

Timur

—Timur Olegovich —tras un fuerte golpe en la puerta, Aida entra en mi despacho—, ¿me parece a mí o llevas dos meses huyendo de mí? —La puerta se cierra de un portazo.

—Le parece, Aida Romanovna —respondo sin apartar la vista de los papeles—. Y sí, volvió a romper las reglas —al fin levanto la cabeza y le señalo con el lápiz.

—¿Además de esas reglas tontas, algo más te preocupa?

—Claro: por la mañana llovía y ahora hiela… El hielo en las calles no es lo más agradable de la naturaleza, ¿no crees?

—¡Te estás burlando de mí! —aúlla como una elefanta herida.

—¿Y por qué piensas eso? —me divierte provocarla. Parece que me convertí en un vampiro energético.

—¿Viste mi plan de rebranding?

—No lo vas a creer, justo ahora lo estoy revisando —su enfado baja de golpe.

—¿Y qué te pareció el nuevo logotipo?

—¿Y qué tenía de malo el anterior?

—¡Es en blanco y negro!

—¿Y debería ser arcoíris? Nuestra red de complejos de ocio funciona sobre todo de noche…

—¡Precisamente! ¡Y de noche no se ve!

—Mira, la gente no viene a nuestros locales a mirar un logotipo, sino a recibir un servicio de máxima calidad. El logo en la entrada ocupa un porcentaje mínimo en la experiencia. Lo esencial es el personal, el interior, la atmósfera, la seguridad y la comodidad que ofrecemos. Todo funciona como un conjunto, ¿entiendes?

—Ay, Timur… —alarga mi nombre. Cuando lo hace, me dan ganas de estrellar la cabeza contra la mesa—. Sé que todo ya está organizado y que te da pereza mover nada, pero déjame agitar “nuestro pantano”, añadir color, brillo…

Me levanto y me acerco a ella. Si la encamino hacia la puerta, quizá se marche más rápido.

—¡Claro! Pintemos todos los clubes de rosa y hagamos el logotipo arcoíris, como si un unicornio mágico hubiera vomitado sobre él —me planto frente a ella, apenas unos pasos nos separan—. Aida, ocúpate de tus cosas de mujer: ve al cosmetólogo, a hacerte la manicura, la depilación… —le lanzo opciones, con tal de que se mantenga lejos de mí.

—Admítelo, te gusto —mi cara de sorpresa es total. El pensamiento femenino nunca lo entenderé. Es como en las artes marciales: ni años de entrenamiento garantizan la perfección. Y lo más curioso: no pregunta, afirma.

—¿De dónde sacas eso? —estoy realmente sorprendido. En estos dos meses que lleva rondando la oficina, apenas la vi una semana. ¿Cuándo habría tenido tiempo de fijarme en ella, si me pasé corriendo de ciudad en ciudad vendiendo clubes? Por cierto, queda el último; mañana pienso ocuparme de él.

—Me evitas, inventas excusas con tal de no estar en la oficina —oh, nena, si supieras la verdadera razón de mi ausencia, te sorprenderías de verdad.

La observo críticamente. No, no es tonta, en absoluto. Algo hay en esa cabecita simpática… ¿pero será cerebro? Leí sus propuestas de marketing: tienen sentido, incluso valor. Pero juzgar la inteligencia de alguien solo por sus habilidades profesionales es engañoso… Y ahora mismo está metiendo la pata.

—Si empiezo a decir lo contrario, igual no me vas a creer. Así que dejemos esta conversación. Es vacía.

—Quería ir a visitar a tu esposa —facepalm.

—¿Para qué? —y no es solo una pregunta, es un auténtico “¿Qué demonios pasa aquí?”.

—Trabajamos juntos, me gustaría hacerme amiga tuya… de tu familia.

—No, no, no digas tonterías. Solo quieres ir a ver a la “rival” —hago comillas con los dedos—. No sé por qué, pero decidiste que podríamos estar juntos. ¿Por qué?

—Eres guapo, inteligente, trabajamos juntos…

—Ajá, ¡y eso es conveniente! ¿Lo entendí bien?

—¿De verdad no te gusto ni un poco? A mí me gustaste desde el primer momento. Te voy a contar mi secreto más oscuro…

—Oh, no, no sé guardar secretos ajenos —¿cómo hacerle entender a esta tonta que no solo no me interesa, sino que es una carga?

—Me enamoré de ti en cuanto te vi —me mira como un perro basset fiel, con tanta tristeza en los ojos que las lágrimas están a punto de brotar. Odio estos dramas de telenovela. Pensaba que ya había visto la última temporada, y resulta que empieza otra.

—Aida —quizá deba apoyarla un poco; mi psique no soportaría a otra desequilibrada—. Me acerco, le pongo las manos en los hombros, como en un gesto “amistoso”—. Lamento que seas tan… impresionable, pero en estos dos meses no te di ni una sola razón para pensar así.

—¿Dos meses? ¡Si llevo un año muriéndome por ti! —y aquí estamos. Se le fue la cabeza. ¿Un año?

—Perdona, no recuerdo el momento de nuestro primer encuentro… ¿Acaso no fue hace dos meses, cuando entraste en mi despacho? —la confusión es mi estado natural.

—Tú estabas entonces en el casino de mi padre… recogías a Petr. Y yo te vi y me perdí… Nadie nos presentó, pero… —y ahí va, la primera lágrima rueda por su mejilla, y sé que pronto vendrán más—. ¡No puedes estar solo! ¡Un hombre como tú no puede estar solo! ¡Desprendes testosterona a kilómetros! Admítelo, ¿tienes a alguien?




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