Tu Nadie

Сapítulo 31.

Timur

Ya lo decidí: en cuanto entren en la cuenta los fondos por el último complejo de ocio, me iré a ver a Asya.

Que se vaya todo al diablo… Estoy tan cerca que ni yo mismo lo creo. Pero siento que me atrae como un imán.

Acabo de pasar por aquel McDonald’s al que no llegamos antes del concierto… Y ahí está la “Arena”, donde fue el concierto.

Ha pasado una eternidad, y lo recuerdo como si fuera ayer. ¿No es acaso una señal de que estoy enganchado? Esto son sentimientos reales. No es un capricho, ni lujuria, ni las ganas de pasar una noche con una cara bonita y un trasero apetecible… Es algo más, algo que me obliga a recordar la promesa que me hice: volver.

Me da miedo la palabra “amor”. Esa palabra es mi fobia. Prefiero sustituirla por mil palabras cálidas y sinceras… pero esa no la pronunciaré. Ya la dije a otra. Que se quede con ella.

El final de enero resultó gélido. La ciudad D. me recibió con nieve y un frío brutal. Odio el invierno. Está tras la ventana, pero también ha estado presente durante muchos años en mi vida, en mis relaciones con los más cercanos.

Quiero volver a aquel otoño… Ver el agua quieta, el sendero entre la hierba amarillenta, sentir el olor de hojas quemadas, de pino…

El zumbido del teléfono me devuelve a la realidad. Voy en el coche hacia la reunión con un comprador potencial.

Al principio eran varios, pero… un hombre muy influyente de los cuerpos de seguridad mostró interés por mi club, y todos los demás compradores se retiraron solos. El problema es que, por ley, él no puede poseer nada… y aquí se trata de todo un complejo. Por eso buscó durante mucho tiempo a un testaferro dispuesto a poner el negocio a su nombre. El caso es que sus familiares más cercanos ya poseen demasiado; solo el niño de un año no tiene propiedades. Extraño, ¿verdad?

—Timur Olegovich, acérquese al notario, le enviaré la dirección por mensaje —me dijo su asistente al teléfono.

—Sí, llegaré pronto.

Veinte minutos después llegué a la dirección indicada. El comprador sombrío me esperaba en el vestíbulo. Era enorme, como un toro. Lo había visto un par de veces en programas de noticias sobre criminalidad en su región.

—Encantado, Timur —me tendió su mano de oso.

—Un placer conocerte en persona. Decidiste estar aquí tú mismo, sin intermediarios, para enterarte de todo de primera mano —con gente así hay que llevarse bien. Apunta a un puesto de jefe de una unidad especial a nivel nacional. Ya se le queda pequeño el ámbito regional.

—He oído mucho sobre ti…

—Espero que nada criminal —mi sonrisa torcida apareció enseguida.

—Solo cosas positivas. Espero que nuestra cooperación quede en secreto —su tono amistoso me tranquilizó. No quería generar ruido innecesario.

—Si yo contara en cada esquina con qué gente complicada me relaciono, no estaría aquí vivo y entero. Prefiero no abusar ni exhibir mi vida privada, mis contactos, mi círculo.

—Y eso es digno de respeto —asintió—. Por eso te valoran. Y tutéame, por favor. Vamos —señaló la puerta del notario—, no hagamos esperar más, ya es tarde.

Claro, ¿qué notario trabaja a las nueve de la noche? El que cobra bien y es “de confianza”.

Entramos al despacho. Todo en orden: el notario, su asistente, y en la silla un joven que sería el “afortunado” propietario del negocio. Me daba igual quién fuera: hermano, primo o un desconocido. Para mí lo importante era el resultado.

Los documentos ya estaban listos. Todo se resolvió rápido, sin tropiezos. Por un lado, eso me alegraba; por otro, me ponía en guardia. No esperaba una trampa de un funcionario de ese nivel, la ley estaba de mi lado… pero la intuición me decía que todo era demasiado fácil.

El dinero llegó a mi cuenta en el acto. Todos querían terminar cuanto antes y olvidar el asunto, como si un general mayor no hubiera estado presente en la oficina del notario.

—Me alegrará verte en mi club —dijo el nuevo “dueño en la sombra” al despedirse. El verdadero propietario esperaba afuera, golpeando el suelo con el pie por el frío.

—Si el destino me trae a tu ciudad, pasaré sin falta. Suerte —nos dimos la mano y nos separamos.

Listo. Soy libre. Solo me queda ofrecer a Aida comprar su parte, y con el alma tranquila podré empezar una nueva vida con Asya. Creo que aceptaré la propuesta de Igor Ivanovich y me divorciaré de Taia. Nuestro matrimonio es una ficción: en los papeles, en la relación y ante Dios.

Dentro de mí todo vibraba con la idea de que en apenas dos horas estaría en la ciudad de Asya. Dos horas, y allí estaré. La emoción me cortaba la respiración. Me sentía como un niño, explotando de alegría.

Ya me imaginaba subiendo a su piso. ¡Al diablo con su padre! Lo convenceré, le demostraré que solo conmigo ella será feliz. Porque yo la… valoro, la venero, la adoro.

Salgo de la ciudad. Debo llamar a Raya. Es tarde, pero tengo que recordarle cómo manejar el dinero. Marco su número por mensajería: tendremos una videoconferencia nocturna.

—Buenas noches… madrugada, Timur Olegovich.

—Hola, solo no me digas que te desperté.




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