Timur
La puerta del despacho se abre ante mí. Camino con paso firme y me detengo justo en el centro. Miro a Raya, sentada en la misma silla donde estuvo Petr la primera vez que vine. No tiene heridas visibles, y por ahora eso basta. Aunque… no parece asustada. Más bien al contrario: estoy seguro de que se imagina como una de esas heroínas alocadas de las novelas baratas de detectives con toques eróticos, y está metida en el papel.
Taconeo de unos zapatos. Giro la cabeza justo a tiempo para recibir una bofetada sonora. La sangre me hierve en los ojos. Le agarro la otra mano antes de que pueda darme un segundo golpe. No golpeo mujeres, pero a veces las ganas son enormes. Y no soy de los que ponen la otra mejilla.
—Eres vil, despreciable, ¿cómo pudiste…? —no la miro. Ella no es nadie, solo una pieza.
Mis palabras van dirigidas al dueño del despacho.
—Controle a su hija —le digo a Yaroslav Konstantínovich.
Él frunce el rostro arrugado, como si hubiera tragado un limón entero. Está claro que le molesta que mencione su parentesco. Si no le dio ni patronímico, es porque no la ve como heredera principal. Entiendo que la parte de Petr ya está en sus manos, y Aida solo cumple el papel de directora ejecutiva.
—¡Aida, basta ya! Estás aquí solo porque necesitaba información, ya que esta guerrillera calla —señala con la barbilla a Raya—. Aunque de ti tampoco saqué mucho… ¿Qué hiciste en tres meses? En ese tiempo se puede haber conseguido toneladas de datos… De las mujeres no hay provecho —murmura con fastidio—. Siéntese, Timur Olegovich, la conversación será difícil y larga.
Me aparto de Aida y me siento en la silla frente a la mesa. Siento en la nuca la oleada de odio que me lanza. Seguro que está tan furiosa que me estrangularía con gusto. No le di acceso a mi cuerpo, no le permití cumplir sus fantasías, no consiguió información, y encima engañé a su propio patrón con el dinero. Una joya… Sí, hablo de mí.
—Nunca te lo perdonaré —escupe Aida.
—Sobreviviré —respondo con frialdad, sin ironía, sin mirarla siquiera. Para mí es alguien pasajero, sin peligro real: trabaja solo por dinero y hace lo que le ordenan… una perra que ladra y olvida. —Que todos salgan —le digo al viejo.
—¿Crees que puedes poner condiciones? —pregunta, pero mientras lo dice, se da cuenta de que yo tengo algo contra él. Algo que no debe oír nadie más. Lo miro fijo, sin parpadear, esperando.
—Llévense a Raya a la cocina, que tome un café… como invitada. Y tú, Aida, mañana vuelves a tu antiguo trabajo. Allí servías de más.
Oigo cómo Aida resopla, golpea el suelo con el tacón y sale furiosa. El jefe de seguridad escolta a Raya fuera.
La puerta se cierra. Silencio.
—Lo escucho —rompo yo el hielo.
—Vendiste parte de los clubes. ¿No te parece injusto?
—Eran míos, tengo derecho.
—Tú y yo sabemos que, aunque estuvieran a tu nombre, se compraron con dinero común, así que…
—Quizá sí —lo interrumpo—, o quizá no. Es difícil de probar. Y aunque así fuera, el dinero de la venta no es suyo, y mucho menos de Aida. Con Petr arreglaré mis cuentas aparte. Le propongo que me compre mi parte y se convierta en único propietario.
—¿Vas a entregar tu negocio tan fácilmente? ¿No temes que pueda quitártelo gratis, es decir, sin darte nada?
—No, no lo temo. Estoy seguro de que llegaremos a un acuerdo… a un precio real.
—¿Y en qué se basa esa seguridad?
—Tengo información de una fuente muy… confiable sobre ciertas maniobras con la compra de automóviles. —El rostro de Yaroslav se ensombrece—. Su partido adquirió coches a precio reducido, figuraban en los documentos como usados, pero en realidad eran nuevos… robados. Además de gastar fortunas en reparaciones, luego los revendieron a precio de mercado. —El viejo palidece. Sabe que solo la seguridad del Estado o una unidad anticorrupción podría conocer algo así.
—¿De dónde sacaste esa información? ¿Y qué más sabes?
—No pedí mucho. ¿Para qué? Cuanto más sabes, peor duermes. Solo un hecho de una carpeta bastante gruesa.
—¿Y dónde está esa carpeta?
—En la caja fuerte… de una persona muy influyente. No diré el nombre, pero creo que ya lo imagina.
—¿Y de dónde te vienen esos contactos?
—Soy abierto en el trato, sé mantener una conversación y despertar interés. Además, el negocio del entretenimiento tiene muchas aristas. Nos hemos cruzado, digamos. Intercambiamos opiniones, hablamos de varias cosas. —Lanzo más humo, nada concreto—. Él está al tanto de mi visita aquí —añado, aunque en realidad es un farol. No sobre el contacto ni la información, sino sobre el grado de cercanía. Pero estoy seguro de que Yaroslav no está en condiciones de verificarlo.
—¿Y qué quieres?
—Nada, solo un precio justo —levanto las manos y sonrío con sinceridad. Sí, definitivamente tengo talento de actor; quizá debí ser bailarín o artista. Mi madre habría estado feliz con esa carrera, pero cambié la danza por el deporte y me apasioné por la programación y el hacking.
—¿Y estás dispuesto a venderme un negocio exitoso? ¿No hay trampa aquí?
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diferencia de edad, protagonista dominante, protagonista inocente
Editado: 15.12.2025