Timur
Llevo una hora entera de pie bajo la casa de Asya. Entiendo que a las siete de la mañana de un sábado la gente aún puede estar durmiendo, por eso me contuve con todas mis fuerzas para no perder la paciencia y correr hacia arriba.
Hace tiempo que perdí la noción de su rutina, así que no sé dónde puede estar. En cualquier caso, a esta hora ya debería estar en casa.
La primera persona que salió del portal fue como una señal de que había llegado el momento. Subí al segundo piso. El corazón me latía con furia, como el de un adolescente. ¡Ahora la veré! Levanté la mano para tocar el timbre… pero me paralicé. Me invadieron pensamientos absurdos: ¿y si no me necesita? ¿Y si me borró de su memoria? ¿Y si ya sale con su compañero de clase, sin importarle su pasado? En la juventud no se piensa con la cabeza: las emociones están por encima de todo, solo existe la palabra “quiero”. Yo mismo fui así, lo sé.
Ahora lo averiguaré. He llegado a una edad en la que jugar a las adivinanzas es simplemente… vergonzoso. Aceptaré la realidad tal como es.
Aprieto el timbre. Y espero.
La puerta se abre: en el umbral hay una mujer de unos cuarenta años. No es una belleza, aunque eso depende del gusto… Lleva una bata de casa colorida, el pelo despeinado como recién levantada, pero huele a patatas fritas con cebolla.
¿Será su madre que ha vuelto? Aunque, según recuerdo, Asya me dijo que sus padres tenían una relación complicada. Pero en la vida todo pasa, quizá se reconciliaron.
La mujer me observa en silencio, y yo la observo a ella.
—¿A quién busca? —pregunta primero.
—Buenos días —trato de ser cortés, la primera impresión cuenta—. Me llamo Timur y quisiera hablar con Asya. ¿Está en casa?
La dama arquea una ceja y, apartándose un poco, grita:
—¡Vov, ven aquí! —Entiendo que llama al padre de Asya. Vaya… no me gustan mucho estos momentos de conocer a los padres, pero ya qué. Espero que nos veamos poco. Con una Albina, la madre de Taia, ya tengo suficiente. Por cierto, con su padre nunca tuve el honor de conocerme. Ni siquiera vino a la boda. Su relación siempre fue extraña y tensa.
De la habitación frente a la puerta de entrada sale un hombre. Un tipo… cualquiera. Ni da miedo, ni parece un borracho empedernido… simplemente común, gris, de esos que hay a montones. Según Asya, bebe mucho; ahora parece sobrio.
—¿Tú quién eres? —pregunta desde el umbral, nada amable.
—Buenos días —repito el saludo, esta vez para él—. Soy Timur. —Y aquí me quedo en blanco: ¿cómo presentarme? ¿Novio? ¿Pretendiente? ¿Compañero? ¿Futuro esposo? Lo que seguro no soy es “amigo”. Los amigos comparten cosas, claro, pero esto es distinto—. Salía con su hija. Quisiera hablar con ella.
El hombre aparta a la mujer a un lado, da un paso hacia el rellano y cierra la puerta tras de sí.
—Mira, “noviete”, lárgate de aquí. —Me empuja levemente en el pecho, obligándome a retroceder un par de pasos.
—He intentado ser educado, ¿por qué tanta grosería? —mi sexto sentido me dice que esto puede acabar mal.
—¡Me importa un carajo tu educación! Soy un obrero, no me enseñaron etiqueta. Y si hace falta, te suelto un puñetazo. —Qué miedo… me tiemblan las piernas. ¿De verdad cree que puede medirse conmigo? Estoy seguro de que su forma física es un dos… sobre diez.
—Mejor llame a Asya, y hablamos entre nosotros, lo resolvemos directamente.
—¿No entendiste? ¡Lárgate ya! Aquí se pasean todo tipo de tipos… —Ajá, interesante. ¿Quién más se “pasea” por aquí, aparte de mí? Mientras pienso en eso, vuelve a levantar la mano para empujarme.
Le agarro la mano y, con un movimiento brusco, se la retuerzo a la espalda.
—Vladímir, no hagamos de esto una pelea. Estoy haciendo lo imposible por no faltarle al respeto. —¿Qué clase de gente es esta? Yo con toda la disposición, y él… empieza a forcejear, retorciéndose en mis manos como una oruga, soltando insultos.
—¡Cabrón, estás muerto! ¡Te voy a reventar, pedazo de condón! —¿y por qué “pedazo”? ¿No doy para uno entero? Pero no me puse a discutirlo. Simplemente le solté un ligero golpe en los riñones, como a un hermano… o a un futuro suegro, y ya.
¿Y por qué gritó tanto?
La puerta se abre de golpe y sale disparada la mujer.
—¡Vova! —grita al ver su cara retorcida de dolor, y empieza a chillar por todo el edificio—: ¡Gente, lo están matando!
Y yo solo quería presentarme y hablar…
—Tranquila —suelto al pobre Vova y levanto las manos—. Solo llamen a Asya, quiero hablar con ella, si quieren delante de ustedes, y me iré. —Intento protegerme de los manotazos de la histérica, que me golpea en hombros, pecho, donde alcanza. Si me defiendo en serio, puedo hacerle daño, y con mujeres la fuerza es difícil de calcular.
—¡Ella no vive aquí desde noviembre! —me suelta de pronto. Y entonces entiendo: no es la madre de Asya. No se parece en nada a la que pasó años en Grecia. Ni bronceado, ni rasgos agradables. ¿En quién salió tan guapa Asya? Esta parece más bien gruísta, almacenista o capataz…
—¡Basta! —digo fuerte, para cortar ese “pseudo” combate. Vova ya ni participa: encorvado como una Z, se agarra los riñones que parecen a punto de caerse. ¡Menos vodka habría que beber!—. ¿No podían decirlo antes? ¿Para qué todo este teatro para los de fuera?
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diferencia de edad, protagonista dominante, protagonista inocente
Editado: 15.12.2025