Timur
Salimos a la calle. Ayudo a Asya a sentarse en el coche, rodeo y me siento yo también.
Ella guarda silencio, y yo tampoco me apresuro a aclarar las cosas. No ahora. Necesito callar un poco y pensar en lo que acabo de ver.
—¿Dónde vives?
—Ahora no estoy en condiciones, perdona. No podré hacerte compañía ni pasar contigo… ¿qué? ¿Una semana, dos?
—¿Qué demonios dices? La dirección. No vamos a hablar aquí, en el coche, a la vista de curiosos y de tus excompañeros.
—Con ellos tengo que seguir viviendo, no hay nada que ocultar. Has aparecido de forma tan espectacular que estoy segura de que Marina Fiódorovna ya está contando a todo el personal esta historia de cuento: “La lavaplatos embarazada y el millonario de la capital”. Ja, y ellos que tanto se preguntaban… ahora todo está clarísimo. Gracias, me facilitaste la vida.
—¿Y a ti qué más te da lo que piensen?
—Pues sí me importa. Y sí, perdona por haberte… fallado, la sorpresa llegó de improviso. —Señala con la mano su vientre.
No, así no puedo. Nos esperan reproches, y no pienso hacerlo en el coche.
—Asya, dime tu dirección y hablaremos de todo lo que quieras… pero en tu casa.
—¿Y si no quiero hablar de nada?
—Tendrás que hacerlo —gruño, mostrando los dientes. Siempre fui un encanto con ella, pero mis nervios no son de acero. Pronto se derrumbará toda la estructura, y será el fin. Ella parece leerme: entiende que no conviene poner a prueba mi paciencia. Se vuelve hacia la ventana, apoya la cabeza en el cristal y susurra la dirección.
Viajamos en silencio todo el trayecto. Ni siquiera en mi cabeza logro ordenar cómo será la conversación. ¿Qué prometer? ¿Cómo convencerla? ¿Qué argumentos usar? Solo sé una cosa con absoluta claridad: mi hijo no vivirá aquí, lejos de mí.
Nos detenemos frente a un típico bloque de nueve pisos. Salgo y espero a que Asya baje, luego la sigo. Subimos al segundo piso. Ella abre la puerta y entra en el apartamento, encendiendo la luz del recibidor. Cierro la puerta, me quito la chaqueta y recorro el lugar como si fuera mío. Nada extraordinario: un piso de una sola habitación, pero al menos no es un tugurio. Todo está limpio, con una reforma reciente.
—Aquí tienes… bien —trato de iniciar la conversación con algo.
—Sí, hace poco empapelé las paredes y cambié el sofá —responde Asya, quitándose el suéter enorme y quedándose en una camiseta ajustada que, al contrario, resalta su vientre creciente. Atrapa mi mirada—. ¿Qué, he cambiado?
—Has adelgazado… —ante mi observación, solo sonríe con ironía.
—Ley de la naturaleza… lo que se pierde en un sitio, se gana en otro.
—¿Por qué no me llamaste?
—¿Para qué? —se sienta en un sillón, con las piernas recogidas. Yo no puedo sentarme: necesito movimiento, como un tiburón; si me detengo, me ahogo en el exceso de emociones. Así que doy vueltas por la habitación.
—¿Acaso no tengo derecho a saberlo?
—¿Y qué te da ese derecho? Vale, lo sabes, ¿y qué? ¿Qué cambia? No somos nadie el uno para el otro… Además, no sé… en realidad no sé nada de ti. Ni siquiera podía imaginar cómo reaccionarías.
—O sea, que si no hubiera venido, nunca me habría enterado del niño. —No sé si es pregunta o constatación.
—Por cierto, ¿a qué viniste?
—Por ti. Contigo. No voy a dar rodeos: no vas a vivir aquí. El lunes nos vamos a mi casa.
—¿Y no pensaste que puedo negarme? Apenas organicé mi vida, me acostumbré a la idea de ser madre, planifiqué mi futuro, y ahora apareces tú otra vez. Una semana, dos, jugarás a la pareja… ¿y luego qué? ¿Qué hago yo? ¿Andar de refugio en refugio o acabar en la calle? Sí, me cuesta, no lo niego, pero… Aquí tengo trabajo, piso, universidad. No puedo dejarlo todo e irme a lo desconocido y…
—¿A lo desconocido conmigo? —termino por ella—. Entonces, antes pudiste confiar en mí, ¿y ahora, cuando llevas a mi hijo, dudas?
—Exacto. Ahora no respondo solo por mí. Allí es incertidumbre, aquí es una vida ordenada. ¿O qué? ¿Apareces, te enteras de mi estado y me propones matrimonio, me aseguras una vida sin preocupaciones? Pues no cuento con eso. No confío en nadie. Tengo mi propio colchón de seguridad: este piso y mis planes de estudiar.
—Con la existencia sin preocupaciones no hay problema; lo difícil es la propuesta. Créeme, soy de los que no hacen nada contra su voluntad. Quise estar aquí. Mi corazón está contigo, y no vine para cambiar de ambiente o divertirme, sino porque siento la necesidad de ti.
—¿Por qué ahora? Ni hace un mes, ni dos, ni tres… ¿por qué justo ahora?
—Había muchos asuntos que cerrar. Existía un peligro real, y exponerte a ti… era como condenarte a muerte. —Me acerco y me arrodillo frente a ella. Pongo las manos en sus muslos—. ¿Puedo? —señalo con la barbilla su vientre.
—Inténtalo, es un chico callado, quizá ni reaccione al contacto.
—¿Un chico? —repito, y una sonrisa se me escapa. Voy a tener un hijo. Solo con pensarlo se me humedecen los ojos, y yo no soy nada sentimental. Pongo la mano en su vientre y enseguida recibo una patada.
#1524 en Novela romántica
#478 en Novela contemporánea
diferencia de edad, protagonista dominante, protagonista inocente
Editado: 15.12.2025